Columna de Héctor Soto: Esperando las cifras



Termina el tiempo de las conjeturas. Las elecciones del próximo fin de semana les darán la palabra a las cifras, desplazando el largo carnaval de opiniones y subjetividades en que hemos vivido. Son numerosas las incógnitas que desde hace meses están en lista espera y estamos a solo días de despejarlas.

¿Logrará la centroderecha retener el protagonismo que, a pesar del estallido y a pesar del giro a la izquierda que el país ha experimentado en el plano mediático y en redes sociales, las encuestas le han seguido adjudicando? Si el sector logra consolidarse a la cabeza del resto de las fuerzas políticas, se tratará por cierto de un efecto contraintuitivo, puesto que todo, desde la irrupción del descontento hasta la agenda política de los últimos meses, se articuló como una larga, resuelta y frontal protesta contra el gobierno y las fuerzas que lo apoyaron. Si la centroderecha logra sortear con relativo éxito las elecciones del próximo fin de semana, significará que habrá llegado el momento de poner en remojo la mayoría de las hipótesis y simplismos que circularon como explicación de los fenómenos ocurridos a partir de octubre de 2019. En otras palabras, si la derecha sobrevive al próximo fin de semana sin grandes pérdidas y logra interpretar en los hechos a una fracción cercana al 35-40% del electorado, querrá decir que el tan anunciado derrumbe del modelo chileno nunca fue tal. Aunque, analizando otras variables, también puede haberlo sido, claro.

La otra gran incertidumbre atañe a esa centroizquierda que fue el bloque rector de la política chilena tanto en los años de la transición como -con bemoles y diferentes mixturas- en los dos gobiernos de Michelle Bachelet. Tanto en la forma de la Concertación como después en el formato de Nueva Mayoría y ahora de Unidad Constituyente, este bloque es posiblemente el que más ha cambiado en los últimos años. En primer lugar, renegó o se avergonzó de su legado. Dio un resuelto giro a la izquierda y terminó identificándose con las mismas demandas provenientes de la izquierda más radical que incubó entre sus propias costillas. Se matriculó en un decidido rechazo a los fetiches reales o presuntos del neoliberalismo, empezó a mirar con sospecha cualquier forma de colaboración público-privada, desplazó sus énfasis desde el desarrollo a las políticas redistributivas, discurrió una eficaz estrategia de asalto a los fondos de pensiones y, en fin, entregó el piso político que faltaba para subirles el impuesto a los súper ricos y el royalty a la minería, al tenor de caricaturesca legislación que la Cámara de Diputados acaba de despachar al Senado. Lo único que se sabe hasta aquí es que este sector político anda bastante huérfano de liderazgos. ¿Tendrá esa orfandad, además, un correlato electoral? Nadie lo sabe a ciencia cierta. El veredicto lo tendremos a última hora el domingo próximo.

Igualmente concluyente podría llegar a ser la posición en que termine quedando el Frente Amplio, que en principio era el grupo que mejor iba a capitalizar el estallido de octubre de 2019. Nadie sabe todavía mucho por qué no lo logró. No solo eso. Los distintos partidos y movimientos que encumbraron a Beatriz Sánchez al 20% en la elección presidencial del 2017 entraron poco después de eso en una dinámica de fragmentación y rupturas que, junto con destruir las lealtades y favorecer las deserciones, terminó arrinconando lo que queda del FA en una nube de irrelevancia y en una sociedad un tanto incómoda con el PC. La gran pregunta es si eso era todo. Obviamente esta fue una promesa de renovación que se frustró, y si esto no cambia -y no cambia de raíz, con otro discurso, en otro barrio y con mejor compañía-, la posibilidad de que le ocurra lo mismo que a Podemos esta semana en España es muy alta. En la práctica, esa derrota en Madrid podría estar cerrando un ciclo político de varios años que no fue solo peninsular y que en principio prometía una izquierda de gran identidad generacional, más ilustrada que la izquierda histórica y también más monolítica y radical, aunque en su ethos mezclaba muchas cosas: mochila y bicicleta, Atria, Agamben y Laclau, cambio climático, una buena dosis de insolencia y pasacalles. Como quiera que sea, esta izquierda llegó a tener enorme filo político y representó una fuerza desestabilizadora importante. Como sector, floreció en la oposición a todo, pero se desgastó antes de tiempo por efecto de su incapacidad para forjar un proyecto nacional convincente. Víctimas de su propio ADN foquista y sensible al extremismo, estos jóvenes, si no cambian luego de rumbo, terminarán destruyendo lo poco que habían alcanzado a levantar.

Hay que tener presente que las clarificaciones del próximo fin de semana serán solo el comienzo. Vendrán después varias otras, hasta que a fin de año tengamos que determinar el nombre del próximo Presidente o Presidenta de la República. La elección ya no puede estar más abierta entre candidatos que llevan años, que llevan meses o que llevan solo semanas en este rol.

Todavía queda mucho y vamos a necesitar cuerda para rato.

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