Columna de Óscar Contardo: Las cicatrices a la vista

Por ahora la tasa de mortalidad en Chile es baja, aunque va al alza.


“La muerte se escondía por todas partes; pero se trataba de algo diferente. Una muerte con una nueva máscara”. Esta es una frase del primer capítulo de Voces de Chernóbil, la magnífica crónica con la que Svetlana Alexievich registró la historia de una catástrofe invisible, que se extendía sigilosamente en esa escala imperceptible a los sentidos que nos orientan durante los días comunes y corrientes. Era abril de 1986 y cerca de la frontera bielorrusa estalló una central nuclear. Hubo un fulgor lejano iluminando la noche, y ceniza flotando en el aire; luego las abejas desaparecieron de los campos, las lombrices se enterraron en las profundidades y los animales dejaron de beber el agua de los ríos. Las señales mínimas, y de fondo, el descalabro de un sistema político que intentaba mantener en pie lo que esta nueva amenaza silenciosa estaba horadando. Es una experiencia extraña cuando lo minúsculo deja de ser insignificante, pasa a ser peligroso y nos arroja al descampado o nos aísla hasta obligarnos a escuchar el tic tac del día. Lo que solemos hacer en esos casos es aferrarnos a nuestra propia valía -esto no me va a pasar a mí- o tratar de darle un sentido trascendental a lo que nos desnuda como meros organismos a merced de, por ejemplo, un virus. La negación como primera defensa, enseguida la invención de metáfora -una advertencia de la naturaleza, una señal divina-, para darle un sentido a lo que sencillamente es la cercanía inesperada de una enfermedad dolorosa. Nos aterra pensar que no haya metáforas, que la catástrofe sea un cuento cuya única moraleja es un punto final al que no sigue nada más que el vacío.

Desde que la pandemia del Covid-19 comenzó a acercarse, todos hemos sido testigos de cada una de esas reacciones. Una de las últimas versiones de la fase de negación es un video que muestra a dos varones y una muchacha en trajebaño decir que el virus no sobrevive al calor de Guayaquil. La escena se esparció por las redes sociales después de que la ciudad costera ecuatoriana enfrentara tal nivel de mortandad, que los cuerpos yacían en las calles esparcidos junto a la basura. Las metáforas, en tanto, cunden como cadenas de mensajes de sabiduría digestiva. Hay que conectarse con uno, dicen los que saben de enchufes psíquicos.

La muerte enmascarada en el Covid-19 avanza desnudando nuestras fragilidades individuales y también los desniveles, filtraciones y fracturas de nuestra forma de vida, nos enrostra los liderazgos a los que les damos el poder de ordenar nuestros gobiernos y la manera en que el valor de la ciencia y la medicina como servicio público permanecen asfixiados bajo un diseño que las considera un lujo innecesario.

La pandemia ha hecho retroceder las bravatas de Donald Trump, de Boris Johnson, los arranques de folclor religioso de López Obrador y tal vez, quién sabe, haga cambiar de opinión a Jair Bolsonaro. La cercanía de la muerte ha acorralado los liderazgos que nos decían hasta hace poco que el mayor peligro que enfrentábamos era la tiranía de lo políticamente correcto o la importación del modelo venezolano de hecatombe social. La pandemia le hizo una zancadilla al auge de la gestión de la ignorancia disimulada como opinión valiente y a la retórica de la competencia como único impulso vital. Incluso en Chile, la pequeñez ha quedado en evidencia en su miseria durante las polémicas mediáticas de autoridades disputándose muertos, o frivolizando sobre el número de ventiladores clínicos disponibles. En un momento en que la única certeza son los datos -buenos o malos-, esconder las debilidades no solo es una torpeza, sino un disparo en los pies cuyas heridas van a supurar cuando todo esto pase y nos enfrentemos a los despojos que dejó la epidemia. Llegado el momento, la única metáfora posible será la de un país como un cuerpo herido, cuyas cicatrices han quedado a la vista, un país que depende de sus líderes y autoridades para evitar una amenaza peor, una que ya no podremos evitar poniéndonos en confinamiento o manteniendo la distancia para evitar el contagio.

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