Columna de Ricardo Lagos: Presidencia COP25, tareas por cumplir

La apertura de la cumbre del clima reúne en Madrid a 50 jefes de Estado

Algunos comentarios parecieran sugerir que, al no lograrse ciertas metas anunciadas para la COP25, Chile ya no tiene un compromiso con ellas. Pero la realidad es completamente al revés.



Con la llegada del 2020, como país debemos asumir la trascendencia de dos responsabilidades mayores que están en nuestras manos y sobre las cuales el mundo estará atento. Por una parte, la forma como encaucemos democrática e institucionalmente el proceso de cambio planteado por la ciudadanía en las calles y cabildos, para así poder recuperar la confianza en nuestras instituciones y dirigentes. Por otra, la manera como cumplamos con seriedad y realismo las tareas asociadas a la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, cuya presidencia acabamos de tomar en Madrid. No basta con hacer bien la primera, ya que la segunda también nos pone a prueba.

Algunos comentarios parecieran sugerir que, al no lograrse ciertas metas anunciadas previamente para la COP25, Chile ya no tiene un compromiso con ellas. Pero la realidad es completamente al revés. Efectivamente, hay razones para la decepción por los resultados en la capital española. Lo ocurrido está ligado a la manera en que se visualizó -con cierta liviandad, seamos francos- lo que era la Conferencia de las Partes y la voluntad real de los grandes países contaminantes por un acuerdo, especialmente tras el retiro del Presidente Trump del Acuerdo de París 2015.

¿Nos preparamos y entendimos lo que se nos venía encima cuando la ministra de Medio Ambiente -tras consultar al Presidente- comunicó en Polonia que Chile tomaba la tarea a la cual renunciaba Brasil? Mirado en retrospectiva, está claro que predominó un afán de demostrar la capacidad logística para albergar esa cita internacional más que una estrategia profunda para tratar las dimensiones políticas, diplomáticas, las demandas sociales y la heterogeneidad de intereses de grandes potencias confrontadas en el escenario global. Todo ello llamaba a ser austeros en la presunción de metas. Es decir, menos búsqueda de un protagonismo sin piso de sustento y más realismo en los pasos posibles de dar.

Ya en la cita de la Cumbre sobre Cambio Climático convocada por el secretario general de Naciones Unidas, en septiembre, quedó claro cuán difícil sería llegar a una definición consensuada respecto de las reglas sobre el mercado de carbono creado por el Artículo 6° del Acuerdo de París. Se requería una operación internacional de alto nivel, que no solo debía estar en manos de la ministra Schmidt. Si no hubo voluntad de hacerlo antes, menos existía posibilidad de exhibir avance alguno en este ámbito después del 18 de octubre. La imagen internacional de Chile antes de esta gran crisis quedó dañada, y recuperarla tomará un largo tiempo.

Sin embargo, formalmente, Chile ha asumido la presidencia de la COP25 y la mantendrá hasta noviembre, cuando la entreguemos en Glasgow, Escocia. Y tanto en Nueva York como en Madrid se dieron pasos y compromisos sobre los cuales debiéramos poner la máxima atención. Por ahora, el debate se ha centrado en cuánto emite cada país y cuál es su responsabilidad histórica en la actual contaminación, considerando que la emisión contaminante permanece 120 años en la atmósfera. Pero es posible incorporar otra perspectiva y Chile debe hacer un gran esfuerzo en cambiar el eje de la discusión.

¿Cuáles son las principales empresas multinacionales en el mundo y cuánto emiten? Aquí hay un dato elocuente. Las 100 empresas multinacionales más grandes del globo, básicamente aquellas vinculadas a las nuevas tecnologías digitales y a la producción de energía, son responsables de más del 60% de todas las emisiones del planeta. Así, tan importante como lograr que los países se comprometan a reducir sus emisiones, es alcanzar que las empresas también lo hagan. Y en este ámbito sí hubo novedades en Madrid. En una declaración conjunta, llamada "Unidos por el Acuerdo de París", un grupo importante de CEOs y el jefe de la AFL-CIO -la federación sindical más grande de Estados Unidos- respaldaron íntegramente el acuerdo climático de París, y acordaron trabajar juntos para construir un futuro sostenible. Grandes compañías multinacionales firmaron la carta, incluidos los socios de Global Citizen Unilever, Citigroup, HP y Verizon. Ellos le enviaron un mensaje a Trump: usted se retirará, pero nosotros mantenemos nuestro compromiso de reducir emisiones. Lo mismo han hecho estados como California y centenares de ciudades norteamericanas, al señalar que "luchar contra el cambio climático es esencial para mantener una economía robusta".

Paralelamente, avanza la propuesta hacia un tratado para limitar la emisión de gases de efecto invernadero en el mundo a nivel de empresas, además de a nivel de países, acuerdo que busca algo similar al Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares de 1970. Paul Polman, el ex CEO de Unilever, trabaja comprometido para convencer a empresas y bancos en el mundo que el desarrollo sustentable es una oportunidad. Cuando nos recibió, junto a la expresidenta de Irlanda Mary Robinson, nos señaló que la COP25 "también fue testigo de que la sociedad civil y las empresas gritaban más fuerte que nunca por una acción climática audaz y urgente".

Hay otra forma de asumir una agenda activa por el cambio climático. Chile puede dar respaldo y convocar a una organización que agrupe a los principales emisores privados en el mundo, con el objetivo de que, de aquí a un año, no solo los países deban entregar nuevos compromisos para disminuir la emisión de gases de efecto invernadero, sino también las corporaciones multinacionales, cuya acción y presencia es global.

Esto reclama desplegarse por el mundo con otro discurso. Y, por cierto, partir por América Latina. Sabemos que la posición de Brasil es diferente, pero para enfrentar esta realidad, como para hablar con las otras regiones, es clave firmar ahora el Acuerdo de Escazú, el primer tratado ambiental de América Latina. No hacerlo ha sido un profundo error. Y, por cierto, nos debilita para cumplir las tareas a las que la presidencia de la COP25 nos obliga: alcanzar acuerdos que permitan a las generaciones futuras de seres humanos poder seguir viviendo en este planeta.

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