La “gestión de muertos”: despejando el camino a la fatalidad

El Hospital El Pino arrendó un contenedor frigorífico para almacenar los cuerpos hasta que sean retirados.

Con más de siete mil muertos y una serie de proyecciones oscuras, la gestión de la muerte también se ha visto saturada. El gobierno creó una “mesa de fatalidades”, para coordinar el camino hacia la sepultura.


-Parce, ¿se va a subir?

Le decían así: el Parcero. Había llegado desde Medellín hacía unos cinco años para buscarse una vida en Santiago. Tenía 26 entonces y desde niño conocía el oficio funerario, porque era lo que hacía su padre. Conocía el trabajo, lo había estudiado: sabía acomodar cuerpos en los ataúdes, maquillarlos y arreglarlos para que pareciera que descansaban en paz. Incluso, si habían fallecido después de una golpiza o de una enfermedad degenerativa. Esas habilidades, luego de algunos meses trabajando en una bodega en La Vega, lo condujeron hacia una funeraria en la comuna de Independencia. Y ahora, este día de junio, necesitaba ayuda con unos servicios Covid en la semana en que la pandemia suma más de siete mil muertos en Chile.

La acumulación de fallecidos es también una preocupación para el gobierno. Desde el Ministerio del Interior, de hecho, establecieron una Mesa para la gestión de cuerpos -o “mesa de fatalidades”, como le dicen algunos de sus miembros-, que comenzó a reunirse en abril, convocada por la Onemi. En ella participan diariamente, por videollamada, miembros de instituciones como el Minsal, la Subsecretaría de Prevención del Delito, de Justicia, jefes de servicios del Registro Civil, del Servicio Médico Legal, de la Fiscalía Nacional, del Estado Mayor Conjunto, de Carabineros, la PDI y de asociaciones de municipalidades, para resolver cómo gestionar el manejo de los muertos.

De esas reuniones, por ejemplo, se reforzó la capacidad del SML con dos contenedores refrigerados. También, dice Ricardo Toro, director nacional de la Onemi, se tomaron otras medidas:

-Se entregaron 100 urnas para liberar espacios en las morgues de todo el país con personas fallecidas por motivos distintos del Covid-19 y que, por largo tiempo, no habían sido requeridos por familiares.

El objetivo, dice otro miembro de esa mesa, era evitar lo que había pasado con Sergio Sepúlveda: un hombre que murió por Covid en San Joaquín en mayo y que, por descoordinación y desconocimiento, permaneció más de 24 horas en su casa antes de que la funeraria pudiera retirarlo.

Había que definir qué pasaba cuando alguien fallecía en una casa, en la calle, y quién tenía que realizar el certificado de defunción. El Parcero veía eso todos los días desde su carroza. Y ahora necesitaba salir de nuevo.

-Parce, ¿se va a subir o qué?

***

El primer servicio era en el Hospital San José. Había que ir a buscar el cadáver de un hombre de 76 años que vivía con su pensión solidaria en Quilicura, hasta que falleció por un cuadro que, dice el Parcero, se repite mucho por estos días: insuficiencia respiratoria aguda y neumonía Covid-19. Esperamos en la reja mientras llueve en Santiago. Dentro de la carroza suena radio Olímpica, la emisora que el Parcero sintoniza con su teléfono y que lo hace sentirse menos lejos de casa. Después de algunos minutos, los guardias del hospital abren la reja, preguntan de qué funeraria venimos, qué fallecido retiramos y nos hacen pasar. La carroza dobla a la izquierda y termina en un estacionamiento descubierto, cerca de una carpa blanca donde espera la familia del hombre.

-Aquí nos vestimos.

El Parcero saca dos paquetes de plástico con los trajes, guantes, cubremascarillas y cubrezapatos. También escudos faciales. Caminamos hasta la carpa acarreando el ataúd sobre una base con ruedas. Una familiar del fallecido se acerca; quiere a acompañarlo. Pero no, no se puede.

-Dama, por favor -le contesta-.

Caminamos con la urna hasta una sala donde esperaba el cuerpo. El cadáver del hombre de 76 años está a la izquierda, acostado en una camilla blanca, cubierto por una bolsa mortuoria azul sellada y con amarras negras. El Parcero vierte un líquido desinfectante sobre la bolsa y luego acercamos el ataúd a la camilla. Tomamos las amarras y contamos hasta tres.

-Ahora hágale -dice él.

El cuerpo, dentro de la bolsa, se siente rígido e impersonal. El Parcero lo cubre, lo atornilla y salimos con el ataúd hasta la carroza. Nos quitamos los elementos de protección bajo la lluvia y los botamos en un recipiente que nos indica una persona del hospital. El funeral era en un cementerio en Quilicura, pero antes pasamos por el barrio del fallecido para que su familia, desde la calle, pueda despedirlo con pañuelos blancos. La gente que pasa caminando se persigna cuando ve la carroza.

El cementerio en Quilicura está al costado de un cerro. Los sepultureros retiran el féretro de la carroza. Dicen que están exhaustos, que los funerales no terminan nunca. La Onemi había hecho un catastro de todo eso. Cuántos ataúdes había en stock en Chile y quién podría fabricar más en caso de que faltaran. También saben cuántos nichos hay disponibles y la capacidad de las funerarias para responder el número creciente de muertos. Lo otro que maneja es la disponibilidad de frigoríficos en el mercado que pueden usarse como cámaras mortuorias. Tienen, de hecho, dice un miembro de la Mesa de Fatalidades, recursos de emergencia para gestionar sus arriendos en caso de que una morgue lo necesite.

-Tenemos mucha capacidad para responder -dice una autoridad que participa ahí.

Después agrega algo más:

-Pero sería el peor error de la vida decir que está todo asegurado y que nada malo va a pasar.

***

En el siguiente servicio tocó un profesor jubilado, de 78 años, que vivía en Santiago Centro. Había fallecido dos días antes en la Clínica Dávila por una insuficiencia respiratoria aguda con observación de coronavirus. El proceso fue el mismo que antes: esperar en la entrada hasta que el guardia permita entrar y descender hasta el estacionamiento para recogerlo. El Parcero detiene la carroza frente a un portón de madera prensada, cerrada con cadena y un candado. Ahí espera otro guardia. Detrás de las puertas, un frigorífico con cuatro bolsas mortuorias. El profesor está a la izquierda, sobre una camilla. A su lado, apoyado en el suelo, otro cadáver.

-Ese lo vamos a tener que mover -dice el Parcero.

Sacamos el ataúd de la carroza y lo dejamos fuera del frigorífico. Luego entramos donde estaban los fallecidos.

-A la cuenta de tres.

El hombre estaba extremadamente rígido y helado. Se podía sentir su peso. Después volvimos a tomarlo y lo acomodamos en el ataúd.

Los cuerpos no siempre esperan así, dice el Parcero. Horas antes, aún en la carroza, habló sobre algo que le había pasado hace un mes. Tenía un servicio en el Hospital Barros Luco, y cuando entró a Anatomía Patológica, vio una pieza llena de cadáveres cubiertos con bolsas mortuorias en el suelo y un funcionario que le decía que ya no daban más. Incluso, sacó una foto. En la imagen que guardó se ve una puerta entreabierta, un escobillón apoyado en ella y, en el fondo, seis fallecidos en bolsas grises sobre un piso de cerámica blanca.

-Yo sé lo que vi -dice el Parcero.

El jefe del centro de la Unidad de Anatomía Patológica del Barros Luco, Hernán Urbano, confirma la imagen: “Durante la tercera semana de mayo, y por causas multifactoriales, se generó un aumento en la cantidad de cuerpos que llegaron hasta el Centro de la Unidad de Anatomía Patológica, debiendo ubicarlos -transitoria y ordenadamente- en los espacios de almacenamiento anexos a las cámaras refrigeradas, los cuales estaban en proceso de adaptación de la mueblería correspondiente, en una situación puntual y regularizada al corto plazo”.

-No sabría decir cuánto tiempo estuvieron así los cuerpos. Pero sí que fue muy poco -sostiene Gisella Castiglione, directora del hospital. La doctora indica que esta situación no se había dado antes, que es algo muy triste para las familias y que está segura de que no se va a repetir:

-Hoy tenemos una cabina refrigerada que nunca se ha usado con pacientes Covid y, además, en junio arrendamos un contenedor refrigerado que tampoco se ha usado.

Efectivamente, hay una orden de compra del hospital del 1 de junio, donde arrienda por tres meses prorrogables un contenedor refrigerado a la empresa Contenedores Patagonia, que no quiso participar de este reportaje, y que también ha sido proveedor de otros centros de salud.

Eso, dice una autoridad de la Mesa de Fatalidades, los alertó de que el Barros Luco podría estar sobrepasado. Porque el protocolo era otro: gestionarlo con la Onemi.

El problema, dice una fuente de un servicio de salud de la Metropolitana, fue que algunos hospitales pensaron que ese camino sería demasiado burocrático como para que se ajustara a la urgencia que veían. Entonces, varios decidieron gestionar los contenedores refrigerantes por cuenta propia, como explica Mauricio Muñoz, director del Hospital El Pino:

-Como nos adelantamos con lo de los contenedores, no tuvimos ningún conflicto. No hemos tenido ayuda de nadie, porque no la hemos pedido.

Lo mismo cuenta María Eugenia Casanova, jefa del Servicio de Anatomía Patológica de la Posta Central, donde comenzaron a gestionar esos arriendos en abril. Un dato ilustra esta desconfianza: hasta hoy, dice una alta fuente de la Onemi, ese organismo no ha gestionado ningún arriendo de contenedores para un hospital en Santiago.

-Era claro que íbamos a estar colapsados -sostiene Wanda Fernández, presidenta de la Sociedad Chilena de Anatomía Patológica-. Porque las morgues son para uno o dos fallecimientos a la semana. Pero no para 10 diarios. El tiempo fue muy corto. No todos estábamos preparados.

***

El profesor no tuvo una despedida por su barrio: sólo un trayecto sin detenciones en la carroza, siguiendo al auto de su familia. Cuando llegamos hasta el Cementerio Metropolitano, el Parcero se estacionó frente a una pérgola donde los sepultureros recibían los ataúdes. También había un grupo esperando al profesor. Mujeres, niños y jóvenes miraban cómo le rociaban desinfectante al féretro y lo subían a otra plataforma con ruedas para empujarlo hacia su sepultura. Era un día de semana, a las dos de la tarde, y el cementerio estaba repleto: con carrozas entrando una detrás de otra y familias tomando turnos para esperar su momento bajo la pérgola. El Parcero ve todo esto con su teléfono en la mano, hasta que vuelve a subirse a la carroza.

-Súbase, man -dice-. Ya tenemos otro servicio.

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