El hombre de las 146 detenciones

Ortega fue detenido la semana pasada por saquear un local.

Luego de las detenciones por saqueos en el centro de Santiago, un nombre saltó a la palestra: el de Ricardo Ortega, un joven que había sido arrestado más de un centenar de veces y seguía libre. ¿Qué vida explica un prontuario así? En su caso, la respuesta está en la pobreza y el abandono.


Ricardo Jean Paul Ortega Ortega se presentó el sábado 26 de noviembre en el Séptimo Juzgado de Garantía de Santiago.

-¡Ortega, ven!

Un gendarme lo llama. Le dice que va a ser de los primeros formalizados del grupo de detenidos por saquear la tienda Paris de San Antonio con la Alameda el día anterior. La fiscalía lo acusa. Sostiene que forzó la cortina metálica del local y huyó con un set de perfumes, lociones de cuerpo y champús avaluado en $ 130 mil. Exhiben pruebas para demostrarlo. No era la primera vez que arrestaban a Ortega. Ni siquiera la primera en este mes. Cuatro días antes lo habían formalizado por desórdenes públicos y aplicado una medida de arresto domiciliario total, que no estaba cumpliendo. En días previos también lo habían detenido por faltarle el respeto a un carabinero. La jueza revisó su historial. En sus 26 años de vida, Ortega había sido detenido 146 veces. Lo único extraño es que las 144 anteriores no sucedieron en Santiago.

-Don Ricardo -dijo la magistrada-, ¿dónde vive?

Ricardo Jean Paul Ortega Ortega contestó que en Concepción. Allá, en la población Los Ríos de Chile, había nacido como el tercero de los cinco hijos de Patricia Ortega. Aunque de su padre nunca supo. El hombre que era pareja de su madre, y que mantenía antecedentes delictivos, huyó cuando su hijo nació y se negó a reconocerlo. Eso sólo empeoró el alcoholismo de su madre. Por eso que, incluso desde sus primeros años de vida, Ortega fue criado por los vecinos que, luego, se convirtieron en su familia sustituta. Aunque eso tampoco duró tanto. En 1998, cuando recién cumplió cuatro años, esa vecina que lo cuidaba murió. Ricardo, o Jean Paul, como le decían por allá, en el sector de Nonguén, del norte de Concepción, quedó entonces a cargo de la hija de sus vecinos y luego de otros vecinos, que se traspasaban su cuidado de tanto en tanto.

Sin nadie que se hiciera completamente cargo de él, llegó hasta tercero básico en el Colegio Juan Mackenna. Luego desertó. Era 2002, tenía ocho años. Ese mismo año lo enviaron a un centro de protección del Sename. Al año ya llevaba 10 fugas de esa residencia y un comportamiento problemático. Una profesional que trabajó con él lo recuerda. A los 10 años, cuenta, ya consumía marihuana, pasta base y alcohol en la calle, con compañeros mucho mayores que él. También trataba de acercarse por teléfono a su madre, que aún no solucionaba sus problemas de adicción al trago.

Su primer arresto ocurrió cuando tenía 11 años y esa se volvió la tónica de su vida. Solamente ese 2005 fue detenido 35 veces. Casi siempre por robos en casas y comercios. Y eso sus familiares y vecinos lo veían:

-Las malas juntas lo llevaron por el mal camino y a vivir de los robos. Se puso porfiado y violento. No se le podía decir nada. Muchas veces se perdía y se iba a un sector de la población a vender lo que robaba y a drogarse.

En 2006, Ortega sumó 22 detenciones más a su prontuario. Se metía a casas a robar cualquier cosa. Con 12 años, junto con un mayor de edad, entró a una casa de una población cercana para hurtar una plancha y un conversor de canales, por ejemplo. A veces también lo hacía en Talcahuano y Hualpén.

Los años posteriores sus números sólo aumentaron: 28 detenciones en 2007, 15 en 2008 y seis en 2009. A eso habría que añadir un diagnóstico de trastorno antisocial hecho por profesionales del Sename que, sobre todo, enfatizan una cosa: que Ricardo Jean Paul fue un niño en abandono. Mientras estuvo en el recinto, nunca nadie fue a verlo.

-Todos los días de visita se quedaba esperando que lo fueran a ver. La mamá nunca iba. Se lo prometía, pero después no llegaba.

Las cicatrices

Cuando cumplió 18 años, en enero de 2012, Ricardo Jean Paul Ortega llevaba 120 detenciones. Pero debajo de esa cifra policial, del perjuicio a la sociedad, estaban también sus propias ganas de dañarse a sí mismo. Ese año una evaluación psicosocial del Sename describe cómo Ortega se cortaba el cuello y los hombros. Cómo le cerraban las lesiones con suturas que él luego arrancaba, para echar tierra sobre sus heridas abiertas. Ya cuando estuvo en un centro cerrado en Coronel para menores que han delinquido, varias veces se causó intoxicaciones por consumir raticida. De los hospitales se arrancaba y rara vez seguía los tratamientos. Eso era especialmente complejo, porque la misma evaluación describe a Ortega como un joven que padecía un leve retraso mental, además de un trastorno de personalidad antisocial, descontrol de impulso severo y un consumo problemático de drogas.

Antes de que su vida como adulto comenzara, dice una profesional que trabajó con él, no tenía nada a qué aspirar. Por eso la ideación suicida. Por eso el pesimismo y la dificultad para lidiar con emociones como la rabia, el amor o la culpa.

-En esa evaluación -explica la misma fuente- dijo que no conocía a su padre y que de su madre ni siquiera sabía su edad. Ninguna figura adulta le puso límites ni lo incluyó en su entorno. Por eso salió a buscarse la vida en la calle.

A los 19 años lo sorprendieron robando un supermercado en Hualpén. También intentó sacar su cuarto básico en la escuela del centro cerrado de Coronel. Pero reprobó. Un año más tarde, 10 días después de cumplir 20 años y fuera del Sename, carabineros lo sorprendieron robando una mesa de ping pong. A los dos meses pasó de nuevo. El 5 de marzo, alrededor de las 23.00, asaltó a un hombre en un barrio cercano al de su casa. Según la víctima, Ortega se acercó y le dijo: “Quédate tranquilo, huevón, y entrega todas las huevás o te pego un tiro, concha de tu madre, mira que vengo recién saliendo de la cárcel”. Después de quitarle el celular y $ 20 mil de la billetera, Ortega arrancó. Cuando carabineros lo arrestaron, dijo que lo había hecho porque andaba bajo los efectos del alcohol.

-Si el Ricardo hubiese nacido en otra familia, en otro entorno, pese a sus características individuales, otro habría sido su destino -cree una defensora penal que lo conoció.

Por su historial, le dieron pena de cárcel de cinco años y un día. Lo enviaron a El Manzano de Concepción. Allí, confinado, sacó su octavo básico en tres años. Y eso parecía un avance. Pero luego de ser trasladado a la Cárcel de Chillán, agredió a un gendarme en agosto de 2018 porque no quería que le hicieran un registro corporal. El escrito judicial muestra que Ortega agredió a la víctima “con golpes de pies, amenazándola de forma seria y verosímil de muerte”.

Ricardo Jean Paul Ortega cumplió su pena en 2019. Sus parientes dicen que cuando salió, lo fue a recibir su padrastro. El hombre lo llevó a casa y ahí Ortega le hizo una promesa: ya no volvería a delinquir.

Una promesa rota

La última vez que la familia de Ricardo Jean Paul Ortega supo de él, fue después de septiembre. Dijo que se iba a trabajar a Santiago y que se quedaría donde unos cercanos, en Estación Central. Para ellos fue un respiro, porque Ortega no había cumplido su promesa. En 2019 lo detuvieron por andar con un arma blanca y un robo con intimidación. Y este año, ya había sido arrestado 17 veces en Concepción. La mayoría por no respetar la cuarentena y toque de queda, pero también por microtráfico y un par de robos.

Por lo mismo, explican sus vecinos, muchas veces su madre no lo dejaba entrar a la casa. Porque llegaba violento y drogado. Porque ella pensaba que era lo que tenía que hacer para proteger a las hijas que tuvo con su nueva pareja.

Al momento de dejar la Región del Biobío, Ortega tenía fijadas siete audiencias por causas vigentes en su ciudad. Pero ni los tribunales ni su familia pudieron seguirle la pista en Santiago. Allá, dicen parientes, desapareció. Supieron que trabajó un par de días y luego no volvió a aparecer. Así que lo fueron a buscar.

-Nos asustamos, porque no lo vimos más y coincidió con los asesinatos que cometió un colombiano en Estación Central -cuenta uno de sus cercanos-. Lo buscamos por todas partes. Hasta fuimos al Servicio Médico Legal, porque un carabinero dijo que uno de los muertos tenía un tatuaje en el cuello igual al que tenía Jean. Pero gracias a Dios no era él. Después lo encontramos en la calle, perdido en la droga y no se quiso ir.

No mucho después se enteraron de que había participado en desórdenes durante manifestaciones en Plaza Baquedano y del saqueo a una tienda Paris en la Alameda. Argumentos suficientes para que ese sábado 26 de noviembre el tribunal lo dejara en prisión preventiva en Santiago 1.

Todos sus antecedentes, las 145 detenciones previas, sus 21 compañeros de delito, llamaron la atención de los medios. Su nombre llegó a la prensa como una excusa para hablar otra vez de las fallas en el sistema penal y una crítica hacia una justicia garantista. Pero para la profesional del Sename de Coronel que trabajó con él hace más de 10 años, oír su nombre significó otra cosa: fue un alivio.

-Honestamente, yo pensé que el Ricardo ya estaba muerto. Era un chiquillo un poco violento y muy violentado. Lo molestaban harto adentro del centro. En la calle a muchachos así los matan o se matan ellos.

En su barrio, en tanto, las cosas no han cambiado mucho, dicen los vecinos.

Su madre sigue sin querer saber nada de él.

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