El luto eterno del Hércules C-130

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A 11 días de que se cumplan dos años del accidente del avión de la Fuerza Aérea que cayó al Mar de Drake mientras se dirigía a la Antártica, solo se ha podido encontrar el 1% de los restos de la aeronave. Con una investigación del Ministerio Público que continúa en curso, los familiares de las víctimas siguen sin una respuesta clara de lo que pasó. Pero también con una amarga sensación de que esta tragedia se pudo haber evitado.


A las 23.00 del 9 de diciembre de 2019, el hijo de nueve años de Carolina Pizarro (41) estaba nervioso. No podía dormir, pues en la madrugada saldría junto a sus otros tres hermanos desde su casa en San Carlos, Ñuble, hacia Santiago a comprar útiles escolares, uniformes y regalos de Navidad. Por eso, le pidió a Pizarro si podía ver un rato Pasapalabra hasta que le diera sueño. Pero al encender la televisión se encontraron con algo que cambió los planes: la transmisión de ese programa se había interrumpido por el noticiero nocturno del canal que informaba que a un avión de la Fuerza Aérea (Fach) se le había perdido el rastro desde las 18.00 de ese día. Pizarro rápidamente fue atando cabos: calzaban la fecha, los horarios y el destino de su hermano Jacob Pizarro (38). Fue entonces que entendió lo que estaba pasando. Sobre todo porque se acordó de un comentario que alguna vez le hizo y que le había quedado grabado: que a la Antártica no era posible llegar y viajar, porque los aviones comerciales no llegaban allá.

La primera vez que Jacob Pizarro, un soldador de la comuna de San Bernardo, viajó hacia la Antártica fue a principios de enero de 2019. La empresa de construcción en la que trabajaba prestaba servicios a diferentes instituciones del Estado. Esa vez le pidieron viajar para construir un galpón para guardar transporte terrestre en la base de la Fuerza Aérea. La tarea demoraba seis meses, pero eso no era un problema para él. Sabía que su pareja, Oriana Curivil, podía cuidar de William (8), el hijo de ambos, y de su hijastro, Eduardo (14). Además, tenía a toda su familia disponible para apoyarla.

Jacob Pizarro (38) junto a su hijo William (8). Cinco meses antes del accidente de avión, la pareja de Pizarro y madre de su hijo había fallecido por cáncer.

El problema vino después.

A mediados de abril de ese año, cuando Pizarro ya llevaba más de tres meses en La Antártica, su hermana notó algo distinto en su cuñada. Curivil le estaba pidiendo que la ayudara con muchos trámites de salud y la notaba más débil. Fue entonces que supo que la habían diagnosticado de cáncer. Apenas Pizarro se enteró, solicitó a la empresa volver a Santiago y en mayo ya estaba de vuelta. Sin embargo, su hermana cuenta que la enfermedad de Curivil ya estaba demasiado avanzada y el 27 de junio, tras varias hospitalizaciones, falleció. “Ellos tenían planes de casarse en noviembre, pero de un minuto a otro todo cambió”, cuenta ella.

A partir de ese momento, Carolina Pizarro dice que su hermano llegó a un acuerdo de palabra con la empresa de que no volverían a enviarlo a trabajar fuera de Santiago. Tenía que estar con su hijo, pero, además, ver qué hacía con Eduardo, el hijo de Oriana que también vivía con ellos. En eso estaban en noviembre, cuando volvieron a pedirle viajar al Continente Blanco. Había que arreglar y hacerle mantención al mismo galpón que Pizarro había construido en enero. Por eso, accedió a ir. “Ese mes justo habíamos hablado el tema de vivir juntos para poder ayudarlo con William. Le dije que acá en San Carlos el niño estaría mejor y más acompañado viviendo con sus primos, pero él no quería dejar la empresa, le gustaba mucho su trabajo”, recuerda ella.

El 9 de diciembre, Jacob Pizarro partió temprano desde Santiago a Punta Arenas. Al llegar, le escribió a su hermana. Le explicó que este sería un viaje más corto que el primero, que no se preocupara, porque apenas volviera irían a comprar los uniformes de los niños y que todo estaría bien. Pizarro también adjuntó una foto de él posando en el monumento Hernando de Magallanes, en la Plaza de Armas de la ciudad, mientras esperaba subir al avión de la Fuerza Aérea.

Jacob Pizarro, horas antes de subir al Hércules C-130.

Esa fue la última vez que Carolina Pizarro supo algo de su hermano.

Sin rastro

A esa misma hora, quien también estaba esperando subir al avión era Leandro Torti (30), un miembro de la Fuerza Aérea que trabajaba como eléctrico de aeronaves. Ese día se dio cuenta de que algo andaba mal y se lo transmitió a su madre, Sandra Lillo, en unos audios que le envió por WhatsApp: “Llegó con problemas el avión, así que no pudimos despegar, así que ahora estamos viendo. Bueno, es un problema mío, lo malo es que no tengo repuesto. Así que tendremos que pedirlos a Santiago”.

La idea de que Torti perteneciera a la Fuerza Aérea en un principio no fue de él. Tras salir de enseñanza media en el Liceo Nuestra Señora de Andacollo, primero se matriculó en Arquitectura de la Usach. Lillo, una madre soltera que hace 30 años tiene un centro de depilación en Santiago Centro, le dijo que no estaba segura si iba a poder pagarle la carrera y que conocía a una persona de la Fuerza Aérea que podría contarle cómo era ser parte de esa institución. “Sentía que las Fuerzas Armadas eran un lugar seguro para él”, recuerda Lillo.

Fue entonces que Torti quiso postular y a los 18 años ingresó para ser cabo primero de la Fach. Viajar a la Antártica no era nuevo para él, sabía que las condiciones de vuelo eran complejas, pero ya lo había hecho varias veces. Ese avión en particular, según cuenta Sandra Lillo, era uno de los que más le tocaba hacerle mantención. “Lo conocía al revés y al derecho, me decía mamá, este avión es mi hijo y lo van a dar de baja a fin de año, porque ya no hay repuestos”.

Leandro Torti (30) trabajaba como eléctrico de aeronaves en la Fuerza Aérea.

Esa tarde del 9 de diciembre, Chile pasó de estar inmerso en las protestas del estallido social a poner todas las miradas en el avión Hércules C-130. El vuelo, que despegó a las 16.55 horas desde Punta Arenas, trasladaba a 38 personas -35 de ellas eran personal de las Fuerzas Armadas y tres eran civiles. El objetivo del viaje era hacer labores de mantenimiento a la base de la Antártica. Pero el avión, que tenía fijada su hora de arribo a las 19.17, perdió contacto y la última comunicación quedó registrada a las 18.13 horas, mientras cruzaba el Mar de Drake -uno de los sectores marítimos y aéreos más complejos del planeta, según explican en la Fach.

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Fach informa que hoy miércoles11 de diciembre de 2019, se encontraron restos de esponja flotando a 30 kilometros al sur de la posición del ultimo contacto del Hercules C-130.

A partir de ese momento, los familiares de quienes iban arriba de ese avión pasaron dos semanas en la Base Aérea de Cerrillos, el lugar donde se daban las noticias sobre cualquier información sobre el accidente. La Fiscalía Regional de Magallanes abrió una investigación de oficio por presunta desgracia -a cargo del fiscal Eugenio Campos- y, al mismo tiempo, la Fach inició otra investigación sumaria administrativa para determinar las posibles causas de la tragedia.

Tanto Sandra Lillo como Carolina Pizarro estuvieron todos los días en esa base, a la espera de alguna noticia que pudiera dar con el paradero de Leandro Torti y Jacob Pizarro. “Eran días eternos. Llegaba con todos mis hijos desde las 10.00 hasta las 19.00. Necesitábamos respuestas, información real”, dice Pizarro. William, el hijo de seis años de su hermano, que recién había perdido a su madre por cáncer, también estuvo ahí. “Al principio tratamos de que no se diera cuenta de lo que estaba pasando, pero en un momento fue inevitable. Le dijimos que el avión en el que iba su papá se había perdido”.

Después de tres días sin novedades, y luego de encontrar sólo algunos restos de la aeronave, se decidió dar por fallecidos a los pasajeros del avión. Fue entonces que Sandra Lillo quiso mostrarle a la Fuerza Aérea el audio que su hijo le había enviado horas antes de despegar.

Gracias a la prueba del audio de Whatsapp que Leandro Torti envió a su madre antes de subir al avión, la investigación dio un giro y pasó a investigarse como cuasidelito de homicidio.

Eso, sumado a un documento que la misma Fach entregó a la fiscalía -el cual revelaba dos fallas antes del despegue- hizo que en enero la investigación judicial diera un giro: lo que hasta ahora se estaba investigando como una presunta desgracia, cambiaba a un posible cuasidelito de homicidio.

La espera

A nivel nacional, el Hércules C-130 es el caso número 25 de aeronaves que han desaparecido sin dejar rastro alguno de lo que ocurrió con ellas. De esas 25, seis pertenecen a siniestros de la Fuerza Aérea. En total, fueron seis meses los que duró la operación de búsqueda y salvamento aéreo (SAR) para poder encontrar eventuales sobrevivientes y restos del avión. En esa misión, que concluyó en mayo de 2020, participaron medios aéreos, marítimos y aeroespaciales tanto nacionales como extranjeros, llegando a abarcar más de seis mil kilómetros recorridos. Pero pese a todos esos esfuerzos, sólo lograron encontrar el 1% de los restos de la aeronave. Lo único que se pudo establecer fue que el avión se estrelló contra el mar.

El problema era que, a medida que pasaba el tiempo, las familias necesitaban una respuesta. Fue entonces que se empezaron a agrupar. El abogado Alfredo Morgado representa a los familiares de 10 de estas víctimas, Carolina Pizarro y Sandra Lillo son parte de ese grupo. “Aquí hay una investigación del Ministerio Público que sigue en curso. Pero, por otro lado, tienes a las familias, que para ellos lo más relevante de establecer es el porqué de la tragedia. Una vez acreditadas las diversas omisiones, infracciones y cadena de errores, y que ello ocasionó la tragedia, se podrán deducir demandas civiles, pero hasta ahora no hay ninguna”, sostiene Morgado.

Quienes también forman parte de esa representación son Luis Parada (54) y Lorena Gálvez (48). Los dos son padres de Ignacio Parada, un estudiante de Ingeniería Civil Química de la Universidad de Magallanes. Viajaba para realizar su práctica profesional, la cual consistía en desarrollar un proyecto para mejorar la calidad de agua potable en la zona. A dos años del accidente, cuentan que este tiempo ha sido de altos y bajos. “Días buenos, regulares y muy malos. Han sido de aprendizaje, hemos buscado la parte más espiritual, libros de autoayuda, libros de experiencia de otros papás, de saber y tratar de levantarnos, pero hay momentos en que no queremos seguir”, dice Lorena Gálvez. En dos semanas más, la Universidad de Magallanes les hará entrega del título póstumo de su hijo como profesional, un premio ceremonial que se le da a una persona cuando ya está fallecida. “Él tenía el 87% de su carrera ya cursada, pero él es el que debería estar recibiendo el título, no sus padres”, añade Gálvez.

Ignacio Parada (24) junto a sus padres Lorena Gálvez y Luis Parada. En dos semanas, la Universidad de Magallanes les hará entrega del título póstumo de ingeniero civil químico en memoria de su hijo.

Después de la tragedia, William Pizarro se fue a vivir con su tía y sus primos a San Carlos. Carolina Pizarro cuenta que hasta hace un tiempo, si bien entendía que su mamá había muerto por una enfermedad, con su papá seguía preguntando si es que alguna vez podría volverlo a ver. “Ahora recién está entendiendo que no, pero él logra compartir sus sentimientos, todos aquí conversamos y lo contenemos”, dice ella.

A pesar de lo disímiles de las trayectorias de vida de Jacob Pizarro, Leandro Lillo e Ignacio Parada, hay algo que une a estas tres familias, y es la sensación de que esto era una tragedia que se podría haber evitado. Eso, con el paso del tiempo se ha ido acrecentando y la sensación de abandono de las autoridades, también.

El 22 de octubre de este año, la Fuerza Aérea cerró sin responsables la investigación administrativa que -en paralelo a la del Ministerio Público- abrió en 2019. En el texto que enviaron a los familiares aseguraba que, “habiendo realizado todos los esfuerzos humanos, materiales, científicos y tecnológicos en esta investigación, no es posible establecer la causa del accidente”. Esto para Lorena Gálvez fue un balde de agua fría: “Pensábamos que quizás podrían haber tenido un gesto de generosidad y pedir disculpas o reconocer que se equivocaron. Acá tiene que haber habido una falla humana”.

Ignacio Parada viajaba a La Antártica para realizar su práctica profesional. La Universidad de Magallanes tenía un convenio con la Base de la Fuerza Aérea de allá. La idea era desarrollar un proyecto que mejoraría la calidad del agua potable en la zona.

Desde el Ministerio de Defensa, el Ministro Baldo Procurica explica que no han escatimado en recursos para la búsqueda, pero que dada la complejidad del lugar donde ocurrió el accidente, no ha sido fácil poder encontrar antecedentes. “Lo que les he transmitido personalmente a los familiares en diferentes encuentros que hemos tenido, es que existe el total compromiso del gobierno y de la Fuerza Aérea de aclarar lo sucedido. Muestra de ello es que se pusieron todos los antecedentes del sumario de la Fach a disposición de la Justicia, y se seguirá colaborando con ella y también prestando toda la colaboración y apoyo a las familias afectadas, como se ha hecho hasta ahora”.

Pese a estos apoyos, para las tres familias, culminar con el proceso de investigación es una forma de cerrar un ciclo que, aseguran, hasta ahora ninguna ha podido hacerlo. Todos coinciden en que el que no se haya encontrado ningún resto de ellos hace que vivir el duelo de la pérdida sea aún más difícil. Para Sandra Lillo, la incapacidad de resolver esto lo resume así: “Yo entro a la pieza de mi hijo y no puedo creer que no está, para mí él sigue de viaje”.

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