Entrevista a Michael Lind: “Las llamadas ‘izquierda’, ‘derecha’ y ‘centro’ son facciones de una misma élite”

Para el académico estadounidense, el mundo enfrenta una revolución a causa de la crisis de instituciones como sindicatos, partidos políticos e iglesias, que operaban como intermediarios entre la “élite gerencial” gobernante y las mayorías populares.


“La noche del 14 de julio de 1789, cuenta la leyenda, la noticia de la caída de la Bastilla fue transmitida por un duque al rey de Francia,Luis XVI. ¿Entonces hay una revuelta?, preguntó el rey. Y el duque respondió: “No, mi señor, es una revolución”. Con esa anécdota parte The New Class War, el último libro del académico estadounidense Michael Lind. Y no es casual. Para el fundador del think thank liberal New America la ola de protestas que ha sacudido el mundo en los últimos años y el avance del populismo no es más que un síntoma de una enfermedad más profunda: el fin del orden político nacido tras la Segunda Guerra Mundial. La casta gerencial que ha gobernado por 75 años perdió contacto con las necesidades de las mayorías populares y estas terminaron rebelándose. Eso, según Lind, es lo que estamos viviendo. Un mundo donde, además, las antiguas etiquetas de izquierda, derecha o centro ya no tienen cabida y en el que la sobreproducción de miembros de la élite genera tensiones dentro de ese mismo grupo. Una tesis que ha concentrado la atención de los medios estadounidenses y sobre la cual Lind aceptó contestar por mail algunas preguntas de la La Tercera.

En su último libro usted deja claro que estamos enfrentando una revolución. ¿Por qué se está produciendo ahora?

En The New Class War, sostengo que durante el último medio siglo en Estados Unidos y Europa la brecha entre las élites con educación universitaria, un grupo al que llamo la superclase gerencial, y la clase trabajadora mayoritaria se ha ampliado. Además, las instituciones que solían permitir la comunicación entre esa élite y las mayorías populares (partidos políticos fuertes, sindicatos e iglesias) han decaído. Como consecuencia de ello, cuando el descontento se acumula entre los ciudadanos que no pertenecen a esa élite, la única forma de expresarlo es a través de movimientos de protesta o votando por candidatos populistas, principalmente de derecha, como Donald Trump, pero también de izquierda, como Bernie Sanders. Si bien las quejas que expresan estos votantes se remontan a varias décadas, las revueltas populistas de la última década estuvieron influidas por el sufrimiento causado por la Gran Recesión que se inició en 2008. Otro factor fue la desindustrialización parcial de grandes áreas de América del Norte y Europa como resultado de la competencia de las importaciones chinas y el traslado de la producción por parte de corporaciones manufactureras estadounidenses y europeas. Los estudios muestran una correlación entre los votos a los populistas y las áreas que se han desindustrializado y empobrecido.

El populismo parece ir acompañado de un creciente autoritarismo. Varios líderes intentan bypasear las instituciones democráticas o incluso controlarlas. El equilibrio de poderes parece estar en crisis. ¿Por qué cree que esto se está produciendo?

No comparto esa premisa. No ha habido un “autoritarismo creciente” ni en Estados Unidos ni en Europa Occidental. Donald Trump es desagradable e incendiario, pero no ha arrestado a ningún oponente político ni ha interferido con la prensa, aparte de insultar a algunos de sus miembros. La afirmación de que la democracia estadounidense o de Europa occidental está en peligro por un creciente autoritarismo es un mito difundido por grupos de la elite neoliberal que se sienten asediados y buscan rechazar la legitimidad de quienes cuestionan sus políticas, ya sea de derecha o de izquierda. Estas élites neoliberales centristas que están a la defensiva tienen dos estrategias para deslegitimar a los populistas de derecha como Trump y de izquierda como Sanders. Primero, hacen una comparación falsa entre políticos populistas de Estados Unidos y de Europa Occidental como Trump, Boris Johnson y Matteo Salvini y figuras de autocracias como Vladimir Putin en Rusia o Xi Jinping en China. Pero esto es una mentira. Todos los populistas del Atlántico Norte que he mencionado alcanzaron el poder por medios democráticos y, cuando estaban en el poder, lo han ejercido por medios que, aunque a veces controvertidos, han sido constitucionales. En resumen, afirmar que Estados Unidos y Europa Occidental están amenazados por el autoritarismo es propaganda, diseñada para estigmatizar y deslegitimar a los críticos de la élite neoliberal y sus políticas.

Su libro se titula The new class war: saving democracy from the managerial elite. ¿Por qué habla de una nueva guerra de clases y qué es la elite gerencial de la que habla?

Sigo al pensador social estadounidense de mediados del siglo XX James Burnham, quien acuñó el término “élite gerencial”, para definirlo como el grupo de reconocidos profesionales que dominan las principales instituciones de las naciones modernas: corporativas, gubernamentales y sin fines de lucro. En Estados Unidos, solo alrededor de un tercio de la población tiene un título universitario de pregrado, y aquellos con títulos de posgrado o profesionales, es decir la mayoría de los líderes en todos los sectores, son alrededor del diez por ciento de la población. Debido a que la mayoría de los estadounidenses y europeos con educación universitaria nacen de padres con educación universitaria, esta “meritocracia” es en realidad una aristocracia informal, una aristocracia libre y abierta, pero una aristocracia u oligarquía al fin y al cabo. En la práctica, las llamadas “izquierda”, “derecha” y “centro” son facciones de una misma élite dentro de esta clase superior gerencial. Durante las temporadas electorales, los partidos dominados por la élite tienen que movilizar a los votantes, a menudo por motivos de raza, etnia o religión, pero las opiniones y preferencias de la clase trabajadora se ignoran la mayor parte del tiempo. La política pública real refleja los intereses y valores de los donantes políticos, empresas bien organizadas y otros grupos de presión y grupos dentro de la propia clase superior educada.

Usted plantea que hubo distintas organizaciones intermedias que ayudaron a canalizar los intereses de la clase trabajadora, como los sindicatos, las iglesias, etc., pero éstas entraron en crisis. ¿Por qué sucedió eso y por qué existe esta tensión entre las élites y la clase popular?

Después de la Segunda Guerra Mundial, las organizaciones de afiliación masiva como sindicatos, iglesias y partidos políticos fueron las que transmitieron los puntos de vista de la clase trabajadora estadounidense y de los europeos occidentales a los políticos y legisladores. Pero estas tres organizaciones han decaído, en una sociedad actual más atomizada e individualista. Si bien los sindicatos siguen siendo fuertes en algunas democracias europeas, en Estados Unidos la membresía pasó de un tercio de la fuerza laboral del sector privado después de la Segunda Guerra Mundial a solo el 6 %. En EE.UU. y Europa, un número creciente de personas no tiene religión y no pertenece a ninguna institución religiosa. Y los partidos políticos, que en el pasado eran federaciones nacionales de partidos estatales y locales, ahora son poco más que marcas o etiquetas, controladas por candidatos y por sus donantes. En consecuencia, las mayorías sin educación universitaria en EE.UU. y Europa Occidental están desconectadas de las élites, que no saben lo que piensa la mayoría con menos educación y, a menudo, no les importa. En The New Class War, sostengo que las élites nacionales deben ser controladas por un “poder compensatorio” que encarna las mayorías nacionales de la clase trabajadora. Pero este poder de compensación, término inventado por el economista estadounidense John Kenneth Galbraith, solo puede ser ejercido por los trabajadores a través de organizaciones de afiliación masiva. Su único activo político es su número, porque carecen de riqueza o influencia personal en la política. Las formas que pueda adoptar ese poder compensatorio en este siglo serán diferentes en una economía globalizada y en una sociedad secular más diversa. Habrá que crear nuevas formas de poder compensatorio mediante ensayo y error. Sin ellos, Estados Unidos y países similares seguirán siendo oligarquías de hecho y democracias solo de nombre.

Hoy se observa que es cada vez más difícil encontrar puntos de entendimiento, algunos incluso rechazan la sola idea de llegar a acuerdos. Las sociedades están crecientemente polarizadas. ¿Por qué cree que se está produciendo este fenómeno?

Una teoría sobre el aumento de la polarización es la llamada “superproducción de élites” descrita por el pensador social Peter Turchin. En EE.UU. y Europa occidental, hay demasiados graduados universitarios que compiten por muy pocos puestos de trabajo que requieran credenciales universitarias costosas. Según la sucursal de Nueva York de la Reserva Federal de EE. UU., un tercio de los estadounidenses con títulos universitarios están empleados en trabajos que no requieren una educación universitaria. De modo que hay muchos jóvenes que soñaban con convertirse en profesionales prestigiosos y bien pagados y ahora se encuentran trabajando en empleos de bajos salarios, si es que tienen trabajo. En mi opinión, la amargura de este grupo —los hijos frustrados de la clase alta gerencial, de la élite— explica gran parte de los disturbios de izquierda en las ciudades estadounidenses. Los alborotadores, muchos de ellos blancos, educados y de familias acomodadas, afirman estar expresando su rabia por el trato abusivo que le da la policía a los estadounidenses negros. Pero es evidente que muchos de ellos están enfurecidos con la sociedad estadounidense, una sociedad que les otorgó títulos universitarios de alto estatus, pero no les dio empleos e ingresos de alto estatus.

¿Cómo interpreta la llamada “cultura de la cancelación”?

La teoría de la “sobreproducción de élites” también explica la cultura de la “cancelación”, que es un fenómeno intra-élite. Si hay demasiados competidores para un puesto prestigioso, como el de editor de The New York Times, por ejemplo, los rivales o subordinados pueden desplegar acusaciones (verdaderas o falsas) de racismo o sexismo para destruir la reputación de la persona, obligándola a renunciar para abrir así ese puesto de trabajo a otra persona. Este proceso de promoción a través de la cancelación en la prensa de élite, las universidades y las corporaciones en EE.UU. es una reminiscencia de regímenes autoritarios, en los que denunciar a tu jefe o tu vecino, para que él o ella fuera arrestado, abría el camino para tomar el trabajo de tu jefe o el apartamento de tu vecino. Como dije, este es un fenómeno intra-élite. Los individuos que son “cancelados” tienden a ser poderosos o famosos y envidiados por otros. Las personas ordinarias, sin educación universitaria y con bajos ingresos no se cancelan, porque nadie en la clase superior con educación universitaria los envidia o quiere sus trabajos.

Usted plantea que el neoliberalismo es la enfermedad, el populismo el síntoma y la democracia pluralista la cura. ¿Qué es la democracia pluralista y cómo se construye?

El populismo demagógico como el de Trump y figuras similares en Europa Occidental no surgió de la nada. Es una respuesta al declive de la influencia de los ciudadanos comunes de la clase trabajadora en la política y el creciente giro en la toma de decisiones desde las legislaturas a poderes ejecutivo y judicial menos democráticos. La democracia fue atacada durante cincuenta años o más por lo que yo llamo “neoliberalismo tecnocrático”, antes de que comenzara la actual reacción populista. Pero si bien el populismo es una reacción a las restricciones a la democracia bajo el neoliberalismo tecnocrático, es un síntoma, como las convulsiones o la fiebre, no una cura. Los demagogos populistas casi siempre fracasan, ya sea por ser cooptados por el establishment o por ser demasiado débiles para hacer cambios duraderos. La cura es una restauración del “pluralismo democrático”, un equilibrio informal de poder entre la clase alta gerencial y la clase trabajadora mayoritaria, mediado por instituciones que representen a la clase trabajadora como los sindicatos. En otras palabras, las elecciones libres y justas no son suficientes para evitar que una sociedad sea capturada por una oligarquía. Los miembros de la mayoría de la clase trabajadora también deben tener sus propias instituciones, responsables ante ellos y no ante políticos o donantes políticos.

Algunos ven un giro hacia la izquierda en el mundo y otros piensan que aumentarán los líderes autoritarios. ¿Cuál cree que es la ideología que prevalecerá?

En mi opinión, las antiguas categorías de “izquierda” y “derecha” no se aplican en el siglo XXI. Cada vez más, vemos nuevas combinaciones de actitudes y políticas. En la derecha populista, hay un fuerte apoyo a los programas de asistencia social para la clase trabajadora con escepticismo sobre el comercio y la inmigración. En EE.UU. y Europa Occidental, la izquierda es cada vez más similar a la derecha libertaria en su apoyo al libre comercio y la inmigración masiva. En política exterior, el hecho de que la Guerra Fría fuera una batalla entre ideologías así como entre superpotencias fue algo inusual. El tipo de competencia que vemos hoy, entre Estados Unidos y China en Asia, por ejemplo, o entre Turquía, Rusia y Francia en el Mediterráneo, es un retorno a la normalidad histórica, en la que las grandes potencias competían por la defensa de su seguridad nacional y de sus intereses económicos, no por la ideología.

¿En el actual escenario cree que el Presidente Trump tiene opciones reales de ser reelegido?

Aunque los sondeos favorecen a Biden es posible que el presidente Trump pueda ser reelegido. Biden es el candidato de lo que he llamado el establishment tecnocrático neoliberal, hostil tanto al populismo de izquierda como al populismo nacionalista de Trump. Si Biden se convierte en presidente, habrá un intento por restaurar el consenso económico neoliberal y la política exterior globalista. Pero si una restauración de las políticas de EE.UU. anteriores a 2016 puede abordar los desafíos de la década de 2020 es una pregunta abierta. D

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