La Tercera PM

Caminando en cuatro patas

Menos mal ya estamos en diciembre, mes denso y ligero, tan cargado y al mismo tiempo tan vagoneta, lleno por igual de gastos y gustos, de calores infernales y mal olores asociados.

Santiaguinos se refrescan en piletas para aliviar las altas temperaturas. Foto: Mario Téllez

En este país-colegio o nación-balance, la canción del año no tiene por qué ser una compuesta durante dicho periodo, sino una que lo represente a cabalidad. Y a nivel país, ninguna tan adecuada a la sensación que deja este agotador 2018 como "Cosa vieja y anticuada": "Caminando en cuatro patas llegaré, llegaré / con la lengua hasta la guata llegaré, llegaré". O, para ponerlo en términos menos pueriles, el himno de este año bien podría ser "Todo se derrumbó". Porque es innegable que, para bien y para mal, se cayó a pedazos no todo, pero sí bastante, desde el remanente de confianza que quedaba en las instituciones (partiendo por el Ejército, malcriado por el tata güiña) hasta la Roja, pasando por las jerarquías televisivas, Imaginacción, las murallas de La Legua y el patriarcado.

El poeta Charles Simic escribió en 1995: "Las músicas con las que se desfilará el próximo siglo serán, sin duda, la religión y el nacionalismo". Anticipatoria frase cuya traducción chilena sería hoy: "Cuidado con José Antonio Kast". Es decir, ojo con esa derecha ultramontana que en su afán restaurador y patriotero se desinhibe y desdeña la razón, el respeto y si es necesario el orden, lo cual es palmario en esa UDI que la semana pasada fue a manifestarle su apoyo a Carabineros, bypaseando a su propio gobierno que, conocida la verdad del caso Catrillanca, había por fin decidido apretarle las riendas a la desbocada institución policial.

2018 marcó el fin de Nicanor Parra y Ana González, de diarios y revistas, de Cheyre y Che Copete. Un año intenso que termina con Temucuicui reverdeciendo y el Temucano enfangándose. Menos mal ya estamos en diciembre, mes denso y ligero, tan cargado y al mismo tiempo tan vagoneta, lleno por igual de gastos y gustos, de calores infernales y mal olores asociados. Diciembre representa en la adultez el reverso o negativo de lo que simboliza en la niñez, cuando tanto mejor que las vacaciones mismas resulta su soleada inminencia, esos días felices del fin de año escolar enmarcados por manguereos, rinrrinrrajas e ilusiones navideñas.

Lo preocupante no es tanto el curso que las cosas tomaron este año, sino una posible mala reacción a ello. Digo una mala porque cabría una buena reacción, la ideal, que sería el surgimiento de ideas y liderazgos progresistas nuevos que aglutinaran voluntades y cambiaran un poquito el horizonte y el elenco. Pero peor que la ausencia de un proyecto político así es el caldo de cultivo que propicia el estado actual de las cosas: está todo dado para el surgimiento de charlatanes y caudillos, de sacerdotes sin sotana, de pensamientos débiles y manipulaciones fuertes donde el dogmatismo y una severidad tipo funa pasen a ser el modelo, imponiéndose, en suma, un quejido permanente y carente de deseo, una moralina de buenos contra malos, un relato penca y autoindulgente lleno de heroísmos de cartón y protagonismos sin trama.

Nietzsche lo decía mejor: "Hay demasiado encanto y azúcar en esos sentimientos de 'por los otros', de 'no por mí'…". Conviene, pues, prevenirse no sólo contra los malos sino también contra los buenitos y los redentores, tomando nota tanto del diagnóstico del filósofo del bigote como de su recetario magistral: "No queda más remedio: es necesario exigir cuentas y someter a juicio despiadadamente a los sentimientos de abnegación, de sacrificio por el prójimo, a la entera moral de la renuncia a sí". En caso contrario, a lo máximo que podremos aspirar será a un país Teletónico del dar ostentoso y el defraudar silente.

Por todo ello reivindicamos el humor y la insolencia –incluidas las imitaciones presidenciales–, inalienables herramientas para sobrevivir en esta jungla carera. Oigamos por eso de nuevo a Charles Simic, poeta y ensayista que pasó su yugoslava infancia huyendo de supuestos liberadores y que ha hecho del humor, la entereza y la inteligencia su única patria: "Nada más horripilante que una sociedad en que la risa y la poesía estuvieran prohibidas, en la que el malsano ensimismamiento de los ricos y los poderosos y la hipocresía de nuestros clérigos y políticos camparan a sus anchas… Consideraría que una sociedad roza la perfección cuando en ella se practicase el arte de la irreverencia más descarada".

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