El rol del teletrabajo en la ciudad después de la pandemia

Trabajar desde la casa se ha convertido en uno de los efectos más particulares de la pandemia, uno que podría convertirse en una herramienta de transformación de nuestras ciudades.



Reuniones por Zoom, casillas de email llenas de archivos y comedores convertidos en improvisadas oficinas. El teletrabajo ha traído una serie de nuevas situaciones y costumbres a millones de personas a lo largo de todo Chile.

La posibilidad de conectarse a Internet para realizar desde la casa las labores que hasta antes del 2020 se hacían desde una oficina, ha sido una herramienta fundamental para mantener los niveles de productividad, sobre todo en los sectores de servicios.

Un proceso de adaptación que ya había comenzado a aplicarse a modo de emergencia durante los días más complejos del estallido social, pero que durante la pandemia del Covid-19 ya se está consagrando como parte de la nueva normalidad: en abril recién pasado comenzó a regir la ley de teletrabajo que modernizó nuestra legislación respecto al trabajo en el hogar para solventar la crisis, pero también sirvió para adelantar un proceso para muchos inevitable: el teletrabajo es más que una medida parche y sus efectos en el funcionamiento de la ciudad nos acompañarán por mucho tiempo más.

Una nueva rutina

Una encuesta realizada por la ACHS reveló que un 95% de las empresas chilenas ha adoptado este sistema para alguna parte de sus trabajadores y el 48% para el total de la empresa. El 81,3% decidió implementar estas medidas solo por la contingencia del Covid, por lo que se trata de un fenómeno que, si bien tecnológicamente ya podía realizarse, no era parte de nuestra rutina.

Pablo Allard, decano de Arquitectura en la Universidad del Desarrollo, sostiene que la realidad tecnológica del teletrabajo existía como un concepto, pero que la situación actual obligó a precipitar esta transformación que, a su juicio, no está ajena a la manera que tenemos de pensar en la ciudad.

Muchas empresas, por ejemplo, están descubriendo que pueden trabajar de una manera tanto o más productiva sin depender de sus oficinas, lo cual cuando termine la pandemia puede transformarse en varias medidas: los trabajadores, por ejemplo, podrían pensar en nuevas modalidades de trabajo en las que dividan su semana laboral entre la oficina y la casa y los empleadores, a su vez, darse cuenta de que pueden funcionar con espacios físicos más reducidos.

“Aun cuando en las oficinas vamos a necesitar más separación entre trabajadores, el teletrabajo liberará muchos metros cuadrados de espacio que podrán ser ocupados por empresas más pequeñas que estén buscando buenas ubicaciones”, adelanta Allard.

Claudio Arce, Presidente del Colegio de Arquitectos de Concepción también recoge varios de los beneficios: “Las tecnologías y plataformas de teletrabajo tienen muchos aspectos positivos para usuarios y ciudad; como la seguridad frente a la pandemia, además de bajar costos y riesgos de desplazamiento. Se disminuye la contaminación, los gastos en infraestructura y la huella de carbón, por mencionar solo algunos de los aspectos involucrados”. Y si bien muchas de estas mejorías aun no han sido vistas dentro de un contexto de normalidad, el movimiento en las calles es el primero que demostró que el teletrabajo puede ser beneficial para todo el entorno.

El efecto en el tráfico

Cifras del Ministerio de Transporte revelan que el efecto del teletrabajo ya se notaba en las calles incluso antes de decretarse las medidas sanitarias: El lunes 23 de marzo, el último antes de que se decretaran las primeras cuarentenas y cuando muchas empresas ya llevaban un mes en esta modalidad, el sistema de transporte público registró un 78% menos de validaciones en los sistemas de Metro, Buses y Trenes de Santiago, comparando con el promedio 2019.

Tomando también como referencia el mismo lunes 23 de marzo, el flujo vehicular se redujo en un 38,45% en promedio en tan solo una semana, y los tiempos de viaje fueron un 18,21% más cortos, comparando nuevamente con la semana anterior.

José Luis Domínguez, Subsecretario de Transportes, ha visto las cifras y comparte el rol positivo que ha tenido esta modalidad no solo en tiempos de Covid, sino que también para el futuro: “La tecnología, especialmente el teletrabajo, nos permite facilitar las condiciones para que muchas personas puedan desarrollar sus labores habituales desde sus casas. Si esta modalidad se mantiene a futuro, se traducirá en un menor número de viajes, sobre todo en horas punta y ayudaría a reducir aglomeraciones. Además, podría facilitar jornadas parciales de trabajo presencial y remoto, horarios diferidos para trabajo o estudios. Así evitamos que una gran cantidad de personas se concentren en los mismos horarios para utilizar transporte público o se movilicen en sus autos generando congestión”.

De esta manera, la flexibilidad que ofrece el teletrabajo se vislumbra como un gran aliado durante la transición que tendremos que pasar entre los tiempos de pandemia y la llamada “nueva normalidad”. Efectos que los expertos vislumbran que podrían cambiar las decisiones que tomaremos para seguir construyendo nuestra ciudad.

Las nuevas ciudades

En la medida que el teletrabajo se masifica, más gente se dará cuenta que no tendrá que depender necesariamente de sus viviendas tradicionales, ubicadas cerca de las zonas con alta densidad urbana. Esto, dice Pablo Allard, se manifestará como una fuerza que llevará a la gente a vivir en la periferia e incluso fuera de las áreas urbanas tradicionales.

“Aquellos que puedan pagar para vivir en la periferia lo van a empezar a hacer lo cual es bueno y malo. Es bueno porque se van a potenciar las llamadas ciudades intermedias, donde la gente posee una segunda vivienda y que ahora optarán a pasar allá más tiempo sabiendo que su trabajo lo pueden hacer a distancia. Esto inyectará de vida y dinamismo a muchas zonas que hasta hoy solo funcionaban los fines de semana o en periodos de vacaciones”, dice el también socio y director de Allard & Partners.

Ante este punto, Claudio Arce quien también es miembro del equipo de la Trienal Ciudades Humanas 2020, va más allá y plantea que la movilidad en el trabajo da la excusa perfecta para pensar en la descentralización del país.

“Puede ser el momento de repensar la inversión pública en pos de un país más equilibrado e incentivar la migración hacia un territorio geográficamente y paisajísticamente atractivo. Donde las ciudades intermedias se les entreguen los recursos necesarios para ser más competitivas frente a Santiago”, agregó.

Por supuesto, una mayor demanda por viviendas en la periferia o en ciudades intermedias también significará mayor expansión urbana y mayor dependencia del automóvil para realizar cosas que no sean trabajo, como acceder a servicios de alimentación, salud, educación y entretenimiento. El aumento de los servicios de delivery ayudará a que esto mejore con el tiempo, pero lo cierto es que la única solución viable en estos casos es el desarrollo de los suburbios.

Y para ello, nos dice Allard, será necesario derribar ciertas ideas con respecto al cómo pensar la ciudad. Por ejemplo, el paso a ciudades más mixtas, en donde no haya una separación tan parcelada entre barrios residenciales, comerciales, de servicios o industriales, sino que se arme un mix de infraestructura que permita tener todo al alcance del barrio.

“La ciudad del siglo 20, en donde nos movemos de bloques de vivienda a otros bloques de infraestructura es muy poco eficiente. Eventualmente tendremos que migrar hacia un modelo mixto, más sustentable, con barrios que tengan servicios a la mano, aunque ello signifique modificar las normativas”.

La necesidad del encuentro

Pero existe un factor que el teletrabajo no reemplaza y del cual también hay que preocuparse: la necesidad biológica del ser humano de relacionarse cara a cara. Arce advierte que más allá de sus beneficios, el teletrabajo termina desnaturalizando y tecnificando las relaciones humanas, volviéndonos más solitarios y alejados del círculo virtuoso de las interrelaciones.

“No podemos dejar de lado los positivos estímulos asociados a las conversaciones de café, fuentes de soda, como también en los quioscos o los espacios públicos, donde para ser una ciudad atractiva se necesitan el efecto contaminador de pláticas, gestos e incluso gritos que aportamos los seres humanos”, dice Arce, aunque agrega que aún falta para aventurarse en saber si, una vez terminada la pandemia prevalecerá la comodidad de la vida a distancia o nos volcaremos a recuperar el tiempo perdido.

Algo que Allard también toma en consideración: “Todavía es muy temprano para saber cuando van a cambiar nuestros estilos de vida, porque las ciudades son muy resilientes. Puede que si salimos de esto en uno o dos años veamos cambios más sutiles, pero si aparecen nuevas pandemias ahí vamos a tener que cambiar drásticamente. Lo único que tengo claro es que el futuro será híbrido y modelos que hace unos meses veíamos como el futuro, como la Ciudad Compartida, ahora se ven mucho más complicados en un mundo post pandemia”.

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