La odisea digital del colegio Betterland para hacer clases en el 2020

En marzo de este año, el 90% de los alumnos del establecimiento educacional más vulnerable del sector oriente no poseía acceso a internet. Hoy gracias al esfuerzo de la comunidad, los profesores y los alumnos, se han convertido en un ejemplo de integración de clases a distancia, a pesar de las dificultades.



Para Octavio Lizama, el 2020 estaba destinado a ser un año de grandes desafíos. En el mes de enero asumió su rol como nuevo rector del colegio Betterland, proyecto educacional ubicado en Lo Barnechea que posee la mayor cantidad de familias vulnerables en todo el sector oriente de la capital.

Dirigir el destino de 861 estudiantes de diversas realidades y con la cancha cuesta arriba era una labor que Lizama venía dispuesto a realizar luego de una experiencia de tres años en Rancagua. Y así es como llegó marzo, el inicio de un año escolar que en un comienzo parecía ser idéntico a los anteriores.

Pero como ya podemos suponer, se trató de un marzo que tuvo de todo menos normalidad. La amenaza del Coronavirus se acercaba a Chile y su impacto en nuestras vidas aún sería incierto. Y sobre todo para Betterland, un colegio que sin la facilidad inmediata para proponer soluciones, hoy se ha convertido en un ejemplo de integración en tiempos particularmente complejos. Y así es como lo hicieron.

La corazonada

De alguna manera el rector Lizama supo que ante la llegada del Covid-19 había que prepararse, fuera como fuera. “Al principio la gente se reía cuando empezamos a instruir que todos nos laváramos las manos”, nos cuenta. Pero rápidamente la situación empeoró. Las cuarentenas comenzaron a decretarse y el colegio tuvo que suspender sus clases. El adelanto de las vacaciones de invierno para abril supuso un pequeño respiro frente a la incertidumbre, pero para Lizama y su equipo fue todo menos un descanso.

Ese tiempo, nos cuenta, fue utilizado para armar el plan de lo que vendría a futuro: la educación de sus estudiantes solo podría mantenerse a través de un inédito modelo de educación a distancia, similar a los que ya había estado viendo en reportes desde el extranjero. Por supuesto, junto con elaborar el plan, había que solucionar algo más urgente: llevar Internet a hogares donde simplemente no se podía.

“Casi la mitad de los niños viven en La Hermita, un sector de campamentos y hogares de escasos recursos donde simplemente el Internet Hogar no llega. Y haciendo un catastro también nos dimos cuenta de que el 90% de los alumnos tampoco tenía acceso a un PC. No servía de nada realizar este plan sin la infraestructura”, nos explica el rector.

Así es como se decidió realizar campañas de búsqueda de apoyo a la Municipalidad de Lo Barnechea y entes privados como el caso de Entel, empresa que entregó chips con acceso a 4G para poder soportar el uso que requeriría hacer clases en formato digital.

Ya a fines de abril, a través de donaciones de netbooks, tablets, chips y software, se pudo garantizar el acceso a Internet a más de un 70% del plantel y con la conectividad correcta. De esta manera, desde mayo comenzó a realizarse un plan de estudios como nunca había ocurrido en Betterland: clases a distancia, plataformas digitales y encuentros por cámara web, algo que se convirtió con el paso de los meses en la nueva normalidad de un sector postergado.

El plan fue el siguiente: armar dos tipos de clases: asincrónicas para los más pequeños -es decir, se sube el material a una plataforma a la cual puede accederse cuando se estime conveniente- y sincrónicas, la clase en vivo, reservada para los cursos más grandes. Esto pensando en no sobre exigir ni a los profesores ni a los alumnos que operaban en condiciones muy alejadas a las acostumbradas.

Cámaras apagadas

Cecilia, cursa tercero medio y fue una de las que desde temprano, recibió el apoyo digital que estaba esperando. Ella es hija única, y vive en la población cercana al colegio junto a su madre y sus abuelos. Antes de la pandemia, su relación con Internet era lo que podía hacer con su teléfono y luego, en la escuela, en los laboratorios de computación. Un PC en el hogar era, hasta este año, un verdadero lujo.

Con el apoyo de la comunidad y los profesores, Cecilia cuenta que la adaptación al nuevo sistema tuvo que ser rápida, pero muy cuidada. “En las dos semanas que estuvimos en cuarentena, aprendimos a usar los softwares, tutoriales de cómo iban a hacer las clases y todo eso. Fue algo totalmente nuevo para nosotros y para los profesores”.

Curiosamente, y a pesar de lo que uno podría presumir de una generación que nació con las redes sociales, ella considera que su curso es el que tiene menos conectividad, en el sentido de no utilizar el internet como una forma de socializar, sino que simplemente como una herramienta académica.

“Cuando tenemos clases en directo nadie prende la cámara y hay varios motivos. A unos les da vergüenza, otros tienen cara de sueño o a veces no nos parece, estamos en una especie de huelga”, dice Cecilia, refiriéndose más que nada a la necesidad de mostrarse conectados durante la clase. Porque para ella y varios de sus compañeros, se trata de una ayuda que perciben solo como algo educativo.

“Solo lo ocupamos durante los 45 minutos que dura la clase y cuando hay que enviar un correo electrónico, revisar materiales y eso”, nos cuenta, aunque a veces dice que también lo usa para ver películas junto a su familia, que no es muy tecnológica tampoco: pasa la mayor parte del tiempo con su abuela mientras su madre trabaja en el sector de la salud.

Y a pesar de ser una niña nacida después del año 2000, la experiencia le ha mostrado que no se puede comparar una clase presencial con una online. “A veces llegamos a tener más trabajo que cuando íbamos a clases y creo que en la sala era mucho mejor, pero desde que partió esto me di cuenta que es parte de la responsabilidad que uno tiene que tener, de cómo comportarse en la vida. No quiero que esto siga así en el futuro porque hay otros a los que les cuesta más aprender, tienen problemas en la casa y a la larga cuesta más”.

Pero también reconoce que ante esta situación especial, adaptarse es lo único que funciona, algo que han tenido que pasar tanto alumnos como profesores.

Técnicas de enseñanza

Para Colomba del Río, profesora General Básica de Betterland, el año 2020 ha sido un ciclo de constante reinvención. Algo que quizás no esperaba pensar a sus 26 años, pero que junto a sus colegas ha tenido que vivir durante la pandemia del Covid-19.

Ella actualmente hace clases de historia e inglés para quinto y sexto básico, además de ser profesora jefe de uno de esos cursos. Generacionalmente se considera como amiga de las tecnologías, pero aún con su dominio a la hora de usar un computador o armar una conferencia, el trayecto ha sido complejo.

“Todo ha sido un desafío extra. No solo tenemos que adaptar los contenidos que vamos enseñando, sino que también la forma: el tiempo que duran nuestras actividades, cómo atraer la atención de los alumnos y cómo saber si efectivamente están entendiendo”, nos cuenta. Lo que más extraña del salón de clases es la posibilidad de ver en el rostro de un alumno si está entendiendo o está poniendo atención. Por lo mismo, para ella el uso de las cámaras es fundamental.

“Primero, para asegurarme que son ellos los que están en la clase, ya que la deserción es un tema cuando hay alumnos vulnerables, lo segundo es para protegerlos, saber qué está ocurriendo efectivamente en su entorno y tercero para ver las cosas que a veces no quieren decir, si hay alguna preocupación o si asienten a la hora de escuchar los contenidos, lo que significa que vamos por el buen camino”, nos explica.

De todas formas, entiende que además es una situación compleja y que por motivos anímicos a veces las cámaras deban estar apagadas. Pero más allá de eso, la fórmula para mantener la atención también ha cambiado.

Educar a través de un computador significa no solo usar un soporte nuevo, sino que estar en un ambiente mucho menos controlado y con más distracciones. Por lo mismo, la enseñanza debe cambiar. Los primeros videos utilizados duraban unos 25 minutos, pero los alumnos se aburrían rápidamente.

Ahora se ha optado por hacer cápsulas de 5 minutos, interrumpidas por juegos, guías más cortas y estímulos visuales más atractivos.

El enfoque en la evaluación también tuvo que ser renovado. “Ya no importan tanto las notas, sino que usamos un enfoque más formativo, ir haciendo el seguimiento sobre qué aprendieron y cómo se desarrolla ese conocimiento”.

Pero, así como el cuidado de los alumnos ha sido clave, el de los profesores también. Todos estos cambios y modificaciones les han significado aumentar muchas veces sus jornadas laborales. Para ello, el colegio redobló la presencia de psicólogos para manejar el estrés, además de poner a disposición de los profesores días extra de descanso, talleres de capacitación en plataformas digitales y también de mindfulness, para evitar que el estrés de la situación de encierro y de cambiar de un día para otro una metodología de enseñanza se traspasara hacia los alumnos.

La profesora del Río admite, eso sí, que la respuesta anticipada del colegio al ponerse a trabajar desde marzo en encontrar metodologías, aplicaciones y formas de hacer trabajar las clases a distancia fueron clave. Algo que de alguna manera ha logrado mantener viva la esperanza de cientos de familias que ven en la educación la mejor forma de mejorar su estado. Por ahora, todo tiene que ser virtual, pero tanto el rector como los alumnos y los profesores están trabajando para que el abrazo de reencuentro en el patio del colegio sea el regreso a la normalidad.

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