Tradiciones navideñas: nostalgia e historia
"Las redes sociales han generado, a la par, un debate cultural promovido por algunos migrantes en Chile, que miran con sorpresa la sobriedad de nuestras celebraciones. Algunos nos dicen que somos fomes (...) En realidad la Navidad chilena no siempre fue íntima ni silenciosa", cuenta María Gabriela Huidobro, académica de la Facultad de Educación y Ciencias Sociales de la Universidad Andrés Bello.
Cada diciembre, como si fuera un ritual, reaparece casi como una canción de fondo un lamento que, entre el ajetreo de fin de año, extraña, con nostalgia, un pasado idealizado. Muchos critican que la Navidad se ha vuelto demasiado comercial, que perdió su espiritualidad, que ya no es lo que era.
De manera paradójica, mientras escuchamos esa queja, las redes sociales han generado, a la par, un debate cultural promovido por algunos migrantes en Chile, que miran con sorpresa la sobriedad de nuestras celebraciones. Algunos nos dicen que somos fomes, que celebramos sin estridencia, luces ni música en las calles, que no bailamos ni festejamos con el jolgorio caribeño.
Nuestra navidad “a la chilena”, esa “calurosa navidad” de la que hablan los 31 Minutos, se debate así entre la crítica moral y la comparación cultural, desafiando nuestra identidad histórica. ¿Qué hemos perdido y qué ha permanecido como parte de nuestras tradiciones para estas fechas, aunque no siempre sepamos verlo?
Es cierto que Chile, como gran parte de Occidente, se ha secularizado. Muchos olvidan (o ya no consideran relevante) que lo que se conmemora es el nacimiento de Jesús. Tampoco tenemos conciencia del vínculo de esta fecha -25 de diciembre- con su sentido original, que en el hemisferio norte marcaba el solsticio de invierno: a partir de él, la naturaleza comienza poco a poco a despertar, haciendo más largos los días gracias a la presencia del Sol Invictus, al que los romanos veneraban ese día.
Es verdad, los simbolismos se han vaciado de sentido, pero reducir la Navidad actual a una mera orgía del consumo es desconocer también una dimensión que atraviesa los siglos: la necesidad humana de reunirse, de marcar el tiempo con gestos compartidos y de celebrar esos encuentros llevando algo para quienes queremos.
Y en realidad, la Navidad chilena no siempre fue íntima ni silenciosa. En tiempos coloniales y durante buena parte del siglo XIX, la celebración tenía un carácter social, sobre todo en los sectores populares. La misa de gallo no cerraba la jornada: era el punto de partida para que, luego de ellas, las calles se llenaran de música, bailes, fuegos artificiales y ventas improvisadas en puestos a modo de ramadas, que hacían de esta celebración, una ocasión más parecida a las fiestas patrias que a nuestra Nochebuena. No era una festividad puertas adentro, sino hacia afuera, comunitaria, ruidosa y alegre.
Los regalos, por otra parte, no eran el centro de atención. Estaban lejos de las vitrinas y las tarjetas de crédito, así como de los talleres de Santa Claus, que sólo irrumpió en el país hacia la década de 1940. Familiares y amigos, en el pasado, se obsequiaban frutas, flores, dulces caseros y ramitos de albahaca, sin exceso, pero con intención.
El gesto importaba más que el valor. Y ese gesto, llevar algo a otro, es tal vez uno de los hilos más persistentes de la Navidad.
Con el paso del tiempo, la celebración se desplazó hacia el espacio doméstico. La urbanización, la vida laboral moderna, la influencia extranjera y el comercio reconfiguraron la fiesta. La Navidad se volvió más hogareña, ordenada, silenciosa y regulada; menos callejera, pero no por eso menos significativa.
¿Qué nos queda? Nos queda el encuentro. La mesa compartida, el regalo pensado, aunque sea modesto o sorteado en un amigo secreto. La pausa al final del año para mirar a los nuestros y recordar a quienes nos dejaron. Tal vez ya no haya bailes en las calles ni fuegos artificiales, pero sigue existiendo ese momento suspendido que nos recuerda a quienes queremos.
La historia nos enseña que las celebraciones cambian y que el pasado siempre se añora, pero que los sentidos profundos que surgen del reunirse, compartir y recordar, siempre sobreviven. Si no los reconocemos a primera vista, vale la pena tomar conciencia de ellos. Más que culpar al comercio y al consumismo, es desde los gestos personales desde donde estas fechas cobran sentido y nos conectan con una de las tradicionales más propias de nuestra sociedad occidental.
Lo último
Lo más leído
4.
Plan digital + LT Beneficios por 3 meses
Navidad con buen periodismo, descuentos y experiencias🎄$3.990/mes SUSCRÍBETE