Campestre a la francesa
Suficientemente lejos de la gran ciudad como para evocar una sensación de descanso, esta casa celebra la elegancia de las cosas sencillas. Pensada en torno a la vida familiar, invita a desconectarse del mundo y de su exceso de estímulos.


Nicolás es ingeniero civil y María José, artista, por lo que llegaron a un sabio acuerdo: funcional, pero sin perder una gota de estilo. Así debía ser su próximo hogar. Buscando un lugar tranquilo para construirlo, llegaron a un terreno en Chicureo que era casi puro espino y malezas, pero que dejaba ver su potencial: un refugio cercado por álamos, con la cordillera de telón de fondo.
Por esos días el matrimonio se preparaba para recibir a su primera hija, y el mensaje fue claro. Querían una casa en función de los niños, donde todos los espacios comunes fuesen abiertos y utilizables a cualquier hora del día. Tomando en cuenta el entorno y las necesidades de los dueños, el arquitecto Felipe Mekis ideó una casa de estilo francés campestre, de dos pisos, con mucha altura y muy luminosa.
El primer piso consiste en un pasillo amplio que funciona como hall de entrada y que une la pieza principal con la cocina, el living y el comedor. En pos de la integración familiar, estos tres espacios se hicieron unidos, sin puertas entre ellos. De esta forma se logró una gran área donde pueden participar grandes y chicos. María José cuenta que este es el centro de la casa, donde los niños juegan mientras ellos cocinan y se ponen al día.
En el segundo piso están los dos dormitorios de niños, cada uno con su baño y clóset. Las piezas dan a una salita de juegos, que además conecta con el lavadero, instalado aquí por razones prácticas. Se pensó en la conveniencia de hacer las labores domésticas con los niños en la mira, además de evitarse acarrear la ropa escaleras arriba.

Se buscaron terminaciones simples y de colores claros, que aportaran luminosidad y calidez. El piso es de pino, pintado blanco y vitrificado; las paredes son del mismo color; el cielo es de hormigón a la vista con vetas de madera y cornisas de yeso.
Para decorar, los dueños quisieron seguir la línea del rústico francés. Fueron juntando muebles y adornos de aspecto sencillo y desgastado, como sacados directamente de una casa de campo. Pero aun así, gracias a la disposición de los mismos y a la amplitud de los espacios, el resultado bien podría definirse como elegante y minimalista. Son pocas piezas, pero nobles e importantes, cada una seleccionada con cuidado para formar un conjunto donde nada sobra y todo convive de forma armoniosa.
Como dice María José, tener una casa funcional no significa llenarla de plástico. Es más bien buscar elementos que tengan vida propia y que no necesiten mucho para llenar un espacio. En este caso se eligieron sobre todo objetos de segunda mano, con un aire a antigüedad.

Una pieza que los dueños de casa atesoran particularmente es el escritorio de latón de Nicolás. Lo encontraron en una tienda de ropa, puesto a modo de repisa, con prendas de vestir amontonadas sobre él. Pero no pasó desapercibido ante el ojo experto de María José, a quien le llamaron la atención las patas de colores distintos y la superficie medio oxidada.
Solamente mandaron a hacer un mueble, el sofá del living, también de estilo francés, con patas de madera terminadas en ruedas y forrado en lino blanco. Las camas de los niños son de fierro y las compraron en Argentina. Una de ellas la restauraron ellos mismos.
Grandes ventanales enmarcan la vista a la terraza y al jardín. Además, la casa cuenta con pequeños balcones en sus dos caras principales, ideados para sentarse a leer o tomar té mirando el paisaje. Tal y como fue ideado, es un refugio tranquilo, que inspira la calidez de una casa de campo con la distinción provenzal.
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