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La invisibilidad de lo cotidiano

¿Cómo nos relacionamos con los objetos que nos rodean cuando estos se rompen y pierden su función, su forma original? Livia Marín se apropia de elementos comunes para romper su fisonomía e invitar al espectador a volver la mirada hacia algo que solía pasar desapercibido. Aquí, a pocos días de haber expuesto en Italia, la artista explica por qué esta idea respecto a los objetos le parece interesante de investigar.

Livia Marín cuenta que muchas veces mientras camina fija la vista en las grietas del pavimento,

las palmetas faltantes de las veredas o las paredes trizadas. Quiéralo o no, de algún modo, con el tiempo su mirada se ha ido afinando con lo que desde hace años ocupa el grueso de su obra: el objeto simple y de consumo común, roto o desfigurado, despojado de toda función cotidiana. Bajo esa premisa, por ejemplo, ha bañado en pan de oro peluches viejos que terminan siendo objetos amorfos, fabricado figuras de cerámica que camuflan vasos desechables o, incluso, reunido 200 lápices labiales de distintos colores y formas, para disponerlos ordenados, casi maniáticamente, en un montaje circular. “Mi trabajo se centra en aquellas cosas producidas en masa que se distancian de los de élite. Algo interesante de los objetos estandarizados es que su potencial condición de volverse únicos se basa principalmente en la subjetividad de su dueño: el usuario ejerce una suerte de porfía respecto de las reglas de prestigio y otros valores asignados por el mercado o la moda, que creo importantes de rescatar. De ahí, en parte, el uso de estos objetos”, explica.

Mucho más lejos de las caminatas por la ciudad, Marín recuerda que uno de los episodios que marcaron su experiencia con objetos rotos fue el terremoto de 1985, cuando tenía 12 años. “Me acuerdo haber llegado a casa y encontrar todo revuelto: unas figuritas de cerámica que mi padre me regalaba, en el suelo, quebradas, lo mismo que la loza de la cocina y los jarrones italianos de mi madre”, cuenta. Treinta años después, radicada en Londres y doctorada en Arte en la prestigiosa escuela británica Goldsmiths College, la cerámica ha tomado un rol importante en su obra. “Creo que es un elemento que conlleva en su propia materialidad una suerte de doble registro: por un lado, puede durar siglos y, por otro, es un material frágil, que se quiebra con facilidad. Esa dualidad es particularmente relevante en mis últimos trabajos (...). Mi búsqueda se relaciona con la idea de construir un objeto ambiguo, que se presente familiar y extraño al mismo tiempo, que parezca quebrado a la vez que completo. Es justamente aquella ambigüedad o estado incierto de las cosas lo que me interesa explorar”, dice.

Prueba de esa afirmación es Roba Rotta (Cosas Rotas), su primera muestra individual en Italia, que expuso hasta fines de marzo en la galería Patricia Armocida de Milán. Ahí presentó varios trabajos que ya han circulado en museos y galerías de Europa, Estados Unidos y Latinoamérica. Uno de ellos es Nomad Pattern, un grupo de esculturas de cerámica que emulan jarrones y tazas deformes, a medio camino entre su formación y disolución. Otros trabajos que expuso fueron Broken Things y Nature Morte, una serie de fotografías de objetos de loza que rompió y luego zurció delicadamente con hilo de oro para unir los fragmentos y completar las partes faltantes de la imagen. “Todos los objetos que utilizo en esta serie fotográfica los fui recolectando en mercados de segunda mano. Las cosas usadas llevan consigo un ‘algo’ de su vida pasada, de su antiguo dueño, y eso es lo que de alguna manera quería incorporar al trabajo”, explica.

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