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Organismo vivo

Una casa que se fue construyendo a pulso, principalmente con  amor. Ubicada en Pichilemu y mirando al mar, una construcción del arquitecto Daniel Buzeta, también dueño y gozador de la casa. Allí vive junto a su mujer, dos perros, la naturaleza y el surf.

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Con esa brisa tierna y seductora inmediata de corazones, Pichilemu se abre al océano. Tierra de surfistas y de amantes locos de la naturaleza, llegar ahí es sumergirse en historias de mareas, espuma y arenas que cubren los pies. Es ahí donde viven Daniel y Josefina, una pareja joven, él arquitecto y surfista, y ella, diseñadora de vestuario y maquilladora. Viven en una casa imponente, rara tal vez. Es de esas rarezas originales, esas que terminan gustando. Seguramente es porque se hizo con amor. Fue Daniel (Buzeta) quien la construyó con sus propias manos. Él la tilda como un organismo vivo, algo que fue creciendo a medida que ellos fueron madurando, y a medida también de que sus necesidades mutaron. “La casa se pensó en primer lugar como un taller, en principio porque no tenía suficiente plata para hacerme una casa para vivir al tiro. Y como no había instalaciones eléctricas, necesitaba herramientas que no usaran luz. La construí entonces con un martillo, serrucho, una huincha, además de un nivel, y ‘paré de contar’. Después cuando llegó el invierno me di cuenta de que tenía que apurar la cosa y contraté a un maestro, Gabriel. Ahí paramos el módulo del comedor, cocina, más un altillo donde está la cama. Después la casa fue creciendo, hice el baño y después mi oficina”.

Todos los espacios son múltiples, quizás por la misma forma en cómo se fue ajustando la casa. “Lo último que hicimos fue un clóset; no sé cómo la Josefina me aguantó todo este tiempo, me saco el sombrero, porque más encima ¡es diseñadora de vestuario!”, exclama Daniel.

La casa es de madera de la zona -se ubica en una zona maderera-, tanto la estructura como el revestimiento. En su exterior, Buzeta utilizó aceite de motor quemado para proteger la madera, él dice que fue un experimento, y resultó. “Acá usan el aceite quemado para enterrar los postes cuando hacen cercos, es un elemento que se bota una vez que se hacen cambios de aceite en las vulcanizaciones. Apliqué teoría básica de que el aceite repele al agua y uno lo que quiere es repeler el agua en revestimientos exteriores, así que lo probé. Por otra parte, tirarlo a la tierra es contaminante, como cualquier aceite quemado. La casa lleva tres años y está impeque, el aceite no se ha corrido, no tira olor y no mancha -porque lo pusimos con madera seca-. Además me gusta porque da un tono medio albayalde, se nota que es madera, no es como el carboníleo o la pintura de látex, que tapa la madera”, detalla.

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El cuidado de la naturaleza

Junto a otros dos socios, Daniel tiene una oficina de arquitectura con sede en Pichilemu. Su premisa es hacer proyectos que se conecten con la naturaleza, en la forma y el fondo. Iniciativas sustentables como el reciclaje de aguas grises, paneles solares, techos vegetales para hacer masas térmicas, la utilización de materiales nobles que no sean contaminantes como la madera o el adobe, y el ahorro energético, son algunos lineamientos que siguen antes de construir cualquier proyecto, y, obviamente, fue el que siguió para levantar su casa. “Aquí reciclo las aguas grises, residuales. Aprendí que casi todas las aguas uno las puede reutilizar, sobre todo para riego. En el jardín, de hecho, hemos priorizado las suculentas -que es una condición de las plantas, no es una familia-, de poco riego. Uno las riega solamente en el momento de plantarlas y después se mantienen solas. Como el agua es un recurso escaso y lo será cada vez más, estamos priorizando tener también flora nativa, como quillay, boldos, etcétera”.

Meditación en acción

En Pichilemu se corren buenas olas, sí. Y no es solamente un decir, aquí se realizan competencias internacionales, y es aquí donde se han formado varios de los más grandes surfistas chilenos. Y como dice Daniel, el surf es algo sublime, una conexión con la naturaleza a otro nivel. “Ya solo el hecho de estar flotando en este lugar, con los morros imponentes, los lobos, las toninas, los pelícanos, han llegado hasta horcas; los albatros, petreles, toda la naturaleza en su máxima expresión, y uno estar en la mitad... es muy satisfactorio. Y cuando se logra correr una ola, y cuando esta empieza a tener mayor tamaño, es como meditación en acción, es estar aquí y ahora, en el presente 100%. Una ola se genera en la Antártica o Hawái y viaja miles de kilómetros, por todo el cruce del océano para reventar acá. Y es la misma ola, esa misma onda viaja por toda la costa de Chile, la de Perú, Ecuador, y ahí hay otros surfistas que están mirando lo mismo. Además el surf es una excusa para salir a la naturaleza. Y también fue la excusa para venirme a vivir para acá, tal vez sin el surf no estaría acá”, termina. Danielbuzeta_arq/Blacarq.cl

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