Pasarelas verdes
Paradójicamente, una parte importante de un proyecto que sería una renovación terminó sumido en el abandono y el deterioro más extremo. Iniciativas conjuntas de estudiantes de la Facultad de Arquitectura de la U. de Chile y la comunidad están tratando de rescatar este espacio. Pero así como ha ocurrido en otras ciudades del mundo, las Pasarelas Verdes necesitan más amigos para tener éxito.

Comenzó en una mañana de sábado y estuvo a punto de terminar en otra. Entre ambas pasaron alrededor de 18 meses, y durante ese tiempo, los impulsores del proyecto Pasarelas Verdes experimentaron todas las emociones posibles frente a un desafío grande y fuera de lo común, desde el entusiasmo más eufórico al desánimo más desolador.
La primera vez que Henry Bauer subió a las pasarelas de la remodelación San Borja, ubicadas sobre los locales comerciales que dan hacia la calle Portugal, que van desde la Alameda hasta Marcoleta, iba acompañado de los alumnos a su cargo en el taller de la Escuela de Arquitectura de la U. de Chile y un grupo de arquitectos de Argentina y Francia. Los recibió un hombre joven que había hecho del acceso a las pasarelas su casa, la que, por supuesto, incluía baño. Lo que vieron fue basura, escombros y todo lo que puede acumularse en 40 años de abandono; un espectáculo a una altura suficiente para no ser visto desde la calle, pero que los vecinos lamentaban todos los días desde sus ventanas.
“Esto es raro, muy raro. En una ciudad esto es súper anómalo. Es un vestigio de una época en que se quiso reinventar la ciudad, con planes que claramente fracasaron. Todo quedó interrumpido, trunco. Hay historiadores que se han dedicado a evaluar el periodo de la modernidad y su arquitectura, que han definido fechas de inicio, desarrollo y término. A pesar de su nombre, ya no existe, nadie hace arquitectura moderna. Esta es una huella de sus preceptos que quedaron en el olvido. Hay que tener una cierta noción para poder apreciarla”, dice Henry respecto del origen de este espacio, parte de un sistema que en el proyecto original de la remodelación San Borja iba a conectar todas las torres y otros edificios de manera que el peatón deambulara seguro en altura y no compitiera con el auto en la calle.
Seguramente es porque recuerdan las promesas no cumplidas -cuatro hectáreas de parque que terminaron siendo dos y media, un museo y una piscina metropolitana, entre otras- que los vecinos más antiguos de las Torres de San Borja fueron los más enfáticos y optimistas en las encuestas que hizo la FAU a la comunidad respecto de una posible intervención en las pasarelas abandonadas. Del total de encuestados -vecinos de las torres 3, 4, 5 y 6-, el 96% se mostró a favor de algún tipo de recuperación de las pasarelas; el 39% se inclinó por áreas verdes, jardines y árboles; el 20% pidió algún uso recreativo y cultural. Muchos vecinos decían no haber estado ahí en años, pero que les gustaría si fuera más bonito.
‘Bonito’ era algo demasiado lejano antes de que vecinos y alumnos de la FAU pasaran un mes en labores de limpieza. Entonces se pensó que sería ‘bonito’ si se rescataban las extensas jardineras en estado desértico. Pero hacían falta muchas manos para plantar y devolverles el verdor. Había que congregar voluntarios y la fórmula que concibieron los jóvenes que participaban en el taller fue un evento que llamaron Música+Plantas en las Pasarelas. Cada jueves, durante un año, se presentaron en vivo bandas emergentes, mientras el público -cada vez más grande- jardineaba.
Otra mañana de sábado, pero en noviembre del año pasado, Henry Bauer, Gabriela Alfaro y otros voluntarios de las Pasarelas Verdes -ahora con llaves propias- subieron la rampa y se encontraron con que la bodega que habían construido con sus manos había sido asaltada y ya no había luces, ni mangueras, ni alargadores, ni palas, ni escobas, ni nada de lo que les había costado tanto conseguir. Se sentaron y se dijeron cosas como ‘basta’, ‘¿para qué tanto esfuerzo?’, ‘renunciemos’.
“De verdad, en el momento pensamos en abandonar. Luego se nos ocurrió esta campaña para recaudar fondos. Como no teníamos cuenta de la organización, puse mi cuenta vista y la gente tuvo la confianza para depositar a alguien que no conocía. En tres días ya teníamos todo otra vez. Ahí te das cuenta de que no estás solo”, dice Gabriela.
A principios de agosto, el Facebook de Pasarelas Verdes anunciaba que por fin eran ‘alguien en la vida’: “Nos constituimos como ONG con el nombre “Amigos de las Pasarelas San Borja” (si, copy-paste del Highline de NY, ¿y qué? Lo bueno se copia). Así que quedan todos invitados a sumarse como amigos-socios, porque yo quiero tener un millón de amigos y así más fuerte poder cantar. Bueno eso no, pero sí ser varios para que en serio se abran, habiliten e integren a la trama urbana de Santiago”. Ahora están en conversaciones con la gente que trabajó en la declaratoria de Zona Típica de la Villa Frei, el primer conjunto en recibir esa categoría en Chile.
“Ellos nos van a ayudar para que se reconozca el interés y valor patrimonial de esto. Con eso podremos postular a fondos de patrimonio y financiar recuperaciones mayores. Ya no será de los locales, sino del municipio, con administración de uso público, y se cuidará. No volverá a ser una podredumbre abandonada”, dice Henry. También esperan contar con personalidad jurídica para marzo; de esa manera tendrán una cuenta bancaria, la posibilidad de recibir aportes de socios y poder pagar guardias. Trabajan en un manual de uso, una declaratoria de funcionamiento, con horarios y estatutos.
Un espacio con memoria, que además conecta con una de las arterias principales, justo frente a un centro cultural y a pasos de dos barrios con mucha vida, recibiría atención y no estaría en peligro en alguna de esas ciudades que admiramos, de las que volvemos contando maravillas.
Henry y Gabriela dicen que por ahora lo que hay son visualizaciones de lo que podría llegar a ser: “A pesar de estar muy cerca del GAM, del Parque San Borja, de Lastarria, vivencialmente están muy separados. Sería increíble tener un cruce peatonal generoso que lo conectara al GAM, que se convirtiera en un parque elevado y un lugar de eventos culturales, como ferias y recitales”.
Las posibilidades son muchísimas, pero por el momento los objetivos son modestos y se plantean día a día. “Estamos pensando en varios sistemas, uno de riego automático barato y factible, uno de recaudación de fondos para plantas, otro de colaboración con grupos como cuadrillas de jardineo. Queremos que de a poco comience a girar la rueda de la confianza, que todos se involucren y cuiden. Ahí vendrán programas. Estamos tratando de tener electricidad autónoma, Wi-Fi y conseguir mesas móviles como las del GAM; quizás muebles para enchufarte, con internet y una sombrilla para que puedas venir a trabajar. Si se puede, tener una pequeña cafetería. Experiencias similares han funcionado en países como España. Podría ser un lugar constantemente habitado y, por ende, superseguro”, concluye Henry y sonríe.
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