Roberto Canessa, sobreviviente de la tragedia de los Andes: “Era solidaridad y abatimiento, porque la muerte estaba ahí”

Roberto Canessa dando una entrevista. Foto: EFE.

A 50 años del accidente del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya, uno de sus sobrevivientes cuenta cómo pasaron los 72 días en que, junto a sus compañeros, estuvieron cara a cara con la muerte en la cordillera.


El 13 de octubre de 1972, un avión con 40 pasajeros y cinco tripulantes, con destino a Chile desde Montevideo, se estrelló en la cordillera. Conocido como el “Milagro de los Andes”, este accidente dio paso a 72 días en que los sobrevivientes quedaron desamparados, enfrentando el frío de la montaña y la muerte progresiva del resto de los pasajeros: solo esa primera semana fallecieron 13 de ellos, mientras que con los días, a causa de las heridas, la cifra fue aumentando. De los sobrevivientes originales, solo 16 llegaron con vida para el día del rescate, el 23 de diciembre, en vísperas de Navidad.

Sin contar con ropa ni equipamiento, Roberto Canessa y sus compañeros del equipo de rugby Old Christians, se enfrentaron a duras condiciones ambientales, que incluyó temperaturas entre los -25 y los -42 grados Celsius, a 3.500 metros de altura.

En ese entonces hubo varios equipos de rescate que intentaron encontrar al avión siniestrado, pero luego de ocho días la búsqueda se suspendió: esta noticia la recibieron los propios sobrevivientes, ya que contaban con una radio a pilas. A la tercera semana la caída de un alud mató a ocho personas más, estando entre ellas el capitán del equipo, Marcelo Pérez del Castillo Ferreira.

Vista del avión destrozado y los sobrevivientes del accidente.

Luego de tomar la decisión de ir a buscar ayuda, Roberto Canessa y Fernando Parrado caminaron 10 días, hasta que dieron con un arriero chileno, Sergio Catalán, al que le mandaron un mensaje atado a una piedra: “Vengo de un avión que cayó en las montañas. Soy uruguayo. Hace 10 días que estamos caminando. Tengo un amigo herido arriba. En el avión quedan 14 personas heridas. Tenemos que salir rápido de aquí y no sabemos cómo. No tenemos comida. Estamos débiles. ¿Cuándo nos van a buscar arriba? Por favor, no podemos ni caminar. ¿Dónde estamos?”.

Con 69 años de edad, Roberto Canessa, hoy cardiólogo infantil, orador motivacional y autor del libro Tenía que sobrevivir, cuenta a La Tercera su experiencia en el “Milagro de los Andes”. “La muerte inminente estaba ahí”, dice.

¿Qué recuerda del accidente mismo, en el avión?

El caos, el cambio de circunstancias impresionantes: de ir en un viaje a muertos, heridos, gente delirando, gente sangrando. El caos total, y el piloto habiendo dicho “pasamos Curicó”, cuando se había equivocado. Esa pesadilla de la que querés despertarte, pero sabes que ya es imposible.

Eso duró un día. Esa noche se murieron un montón, y al día siguiente ya el alma se acostumbra, y estaba en paz con que los heridos graves ya no sufrían más, y ya nos estábamos acostumbrando a la muerte.

El avión había caído en Malargüe, aún en la provincia de Mendoza. ¿Cuánto tiempo pasó, entre saber que algo iba mal y el choque?

Nada, no fue nada. Alguien miró por la ventana y ahí chocó. Descendió de las nubes, y cuando sale de éstas ya tenía la montaña enfrente. Veintinueve sobrevivieron al accidente.

El primer día, ¿qué pasaba por su mente?

Que ya nos iban a venir a buscar, que teníamos mucha suerte y que nos teníamos que quedar ahí, porque era muy peligrosa la cordillera, el caso de poder despeñarse en algún risco. La idea era quedarnos todos juntos a la expectativa.

Roberto Canessa, a los 19 años, justo antes de subirse al avión. Foto: Alrevés Editorial

¿Cómo era el día a día, en esas 72 jornadas que estuvieron en medio de la cordillera?

Lo primero era sacarse el frío, salir del avión, entrar en calor, hacer un poco de agua. Algunos preparaban la comida del día. Limpiábamos un poco el fuselaje por dentro, mientras que algunos hacían frazadas con los asientos. Y fuera de eso, no gastábamos mucha energía porque no había como reponerla.

¿Cómo era convivencia entre ustedes?

Bueno, emana una presencia de ellos, brutal. Te sentís totalmente desvalido, que tienes que ayudarte y ser solidario, y la hermandad y la amistad. Era solidaridad y abatimiento, la muerte inminente que estaba ahí.

Fernando Parrado y Roberto Canessa trasladados en caballo, luego de llegar a Chile. Foto: Archivo Histórico / Cedoc Copesa.

¿Cómo fue ese momento en que se enteran de que los habían dejado de buscar para rescate?

Sí, lo escuchamos por la radio. Fue un momento que lo tomamos con optimismo, porque nos dijimos “de acá hay que salir caminando, porque no nos van a venir a buscar”.

¿En qué momento tomaron la decisión con Parrado de ir a buscar ayuda?

Cuando se muere Numa (Turcatti) a los dos meses del accidente, y Gustavo Sabino me dice “el próximo es Roy Harley, que pesa 40, 50 kilos, y de ahí seguir esperando”. Roy Harley es uno de los sobrevivientes, y ahora es concuñado mío, está casado con la hermana de mi señora.

¿Por dónde se fueron cuando decidieron salir?

Vimos el mapa, y vimos que en el mapa Chile estaba a menos de 70 kilómetros, y que estaba hacia el oeste. El sol se pone hacia el oeste, entonces había que salir por ahí, siguiendo el sol.

Fernando Parrado y Roberto Canessa, luego de ser rescatados.

¿Qué los motivó a seguir durante esos 10 días de frío, de nieve, antes de encontrar al arriero?

Fue una caminata terrible, de tener que poner coraje y entusiasmo, y de saber que no puedes volver a casa. Que tomaste riesgos impensados. La muerte estaba segura, solo quedaba una esperanza. Bueno, mientras hay vida hay esperanza, es así: muertos no estábamos. Tal vez mañana nos rescatarán, pensábamos.

¿Cómo fueron los días inmediatos después de ser rescatados?

Yo había luchado para volver a mi vida, así que volví a la Facultad de Medicina, y tuvimos que rehacer el equipo de rugby. Ir a visitar a las familias de los que habían muerto. Y ahí retomamos la vida, hasta 50 años después.

En estos 50 años, ¿qué ha significado para usted mirar atrás y ver lo que pasó?

Encontré mucha gente que entendió el legado de la montaña, y que se puso hombro con hombro para trabajar todos juntos, y bueno, mejorar la sociedad. En mi caso desde la cardiología, otros compañeros desde la medicina y lo que estuvieron haciendo después.

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