Una Sudáfrica sin Mandela lucha por cerrar sus heridas

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Un niño cuelga un póster de Nelson Mandela en su escuela, en Durban.

Hoy se conmemoraron los 100 años del nacimiento del "padre de la nación". Pese a su legado, el país aún es uno de los más desiguales del mundo.


Casi un cuarto de siglo después de que Nelson Mandela se convirtiera en el primer presidente negro de Sudáfrica, estreno de una democracia que hablaba de reconciliación tras décadas de segregación racial, el país sigue hoy en lucha por cerrar sus heridas y es uno de los más desiguales del mundo.

Aunque el legado moral del "padre de la nación" -de cuyo nacimiento se cumplieron 100 años hoy- siga vigente y se haya convertido en patrimonio de la humanidad, para un gran sector de la población esa herencia no culminó en una emancipación real, ya que más de la mitad de los sudafricanos viven en la pobreza.

Según el Banco Mundial, el 1% de la sociedad sudafricana posee el 70,9% de la riqueza total del país, mientras que el 60% de la población-por razones históricas, mayoritariamente población negra- concentra solo el 7%.

"Como la esclavitud y el (régimen segregacionista del) 'apartheid', la pobreza no es natural. Es creada por el hombre y puede ser superada y erradicada por la acción del ser humano", afirmó Mandela en un recordado discurso pronunciado en Londres en 2005.

Sin embargo, la brecha de la desigualdad permanece pese a que el mismo movimiento de liberación que contó a Mandela entre sus líderes, el Congreso Nacional Africano (CNA), ocupa el poder desde el fin del "apartheid".

El CNA ha ganado todas las elecciones generales desde 1994 con más del 50% de los votos, pero en los últimos años afrontó duras protestas y movimientos sociales encabezados por aquellos a quienes asegura proteger.

Aunque Sudáfrica tiene mucho por hacer en distintos ámbitos, la expresión pública de ese malestar ha tenido cuatro grandes puntas de lanza en los últimos tiempos: la masacre de mineros de Marikana, una ola de violentas protestas de estudiantes por el acceso a la educación, la creciente tensión social por el reparto desigual de la tierra y el hastío con la corrupción.

En 2012, la matanza de la mina de platino de Marikana marcó un antes y un después en la democracia sudafricana: 34 mineros que participaban en una huelga para exigir una mejora de sus paupérrimas condiciones murieron al abrir fuego la Policía contra los manifestantes. Fue el peor incidente de represión desde el fin del apartheid.

Hay quienes ven ahí un detonante del movimiento estudiantil "Fees must fall" ("Abajo las tasas"), que en 2015 y 2016 protagonizó violentas protestas para pedir acceso gratuito a la educación superior y la "descolonización" del currículum académico. "Se dieron cuenta de que, sin una educación, ellos iban a ser como los mineros de Marikana", dijo a EFE Tracey Lomax, abogada de DD.HH. que trabajó con "Fees must fall".

"Aunque se alcanzó la democracia en 1994 y, aunque ahora haya una élite negra, a la población negra no se la incluyó en la economía y ahora es una cuestión de raza y también de clase", expuso Lomax. "Esto no iba solo de educación gratuita, sino de exclusión económica. La educación tiene que ser accesible y eso es más que ser gratuita. Por ejemplo, no se puede pedir una inscripción online a gente que no tiene internet", agregó.

En este año del centenario de Madiba (como llaman popularmente a Mandela en su país), lo que más ha tocado la fibra de la "nación del arco iris" es la reactivación del debate sobre el reparto de la tierra, una injusticia histórica cuya reparación prevé la Constitución, pero para la que el gobierno nunca halló una receta. Violentas ocupaciones salpican cada mes las noticias. La minoría blanca posee el 72% de la tierra; mestizos e indios, un 15%; y la mayoría negra que vivió sin derechos durante décadas solo tiene un 4%.

A estos movimientos se añade un contexto de corrupción generalizada durante la presidencia de Jacob Zuma (2009-2018). Los escándalos llegaron a ser tan graves que su propio partido forzó su dimisión en febrero. Al asumir el cargo, su sucesor, Cyril Ramaphosa, apeló precisamente al legado ético de Madiba para trabajar por una Sudáfrica más justa.

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