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Buscadores de antigüedades, un oficio que brilla en el cine y la TV

Desde un viejo tocadiscos marca Bolocco hasta copas de cristal Swarovski y un cuadro pintado por Adolfo Couve. De lo humano y lo divino: lo que les pidan consiguen. Son los ambientadores de TV, cine y teatro, que de lunes a domingo aplanan calles en busca de sus joyas en ferias y persas.

Su tocadiscos Bolocco lo compró trabajando para la serie Prófugos (HBO), en $ 20.000. Por una vitrola que costaba $ 150.000 en la feria de calle Arrieta, en Peñalolén, insistió tres semanas, hasta que la consiguió por $ 110.000. Una lámpara que los anticuarios del Parque de Los Reyes venden en $ 85.000, Daniel Riffo la consigue en $ 15.000 en la periferia. De eso se trata su trabajo: es un intermediario, acerca a quienes no se asoman tan al sur o al poniente, a esos objetos que sólo allí se encuentran a precios ridículos. Una especie de dealer que escarba en las ferias de Recoleta o San Bernardo.

Encontrar, regatear y comprar son verbos que Riffo conjuga a la perfección. Ambientador, asistente de directores de arte en películas como La buena vida, de Andrés Wood, y la serie de Canal 13 Volver a mí, él aprendió de la mejor: Coco Hederra, la ambientadora del filme Machuca y la serie Los 80. "Es sorprendente su lucidez para encontrar y adquirir objetos sin sucumbir por el amor que despiertan en uno", dice Riffo. "Mientras yo empezaba a regatear por uno, ella ya había comprado 10. Su primer consejo fue: 'Si llama tu atención y es de volumen, perfecto. Hay que llenar un living, pieza o cocina. El cenicero o las tacitas son para el final'", me dijo.

Hederra es dueña de un catálogo impresionante de relojes, lámparas, veladores, radios y cuanto elemento se ha visto en series como Los 80. "Si en una feria ves tirado un afiche con el Gato Alquinta, ¿cómo no lo vas a comprar?", dice, divertida, esta callejera por derecho propio. Llega a ser fetichista. Ella sabe que con el paso del tiempo, algunos objetos se convierten en piezas preciadas de ornamento.

Comenzó cuando era adolescente en las ferias de Guatemala. Luego, estudió Arte y Diseño Teatral. Lo mismo Riffo. Pero en el caso de este último, fue Mario, su padre, el hombre que lo adentró en el mundo de las ferias y mercados persa. "Del Supernintendo pasé a la guitarra. Todo lo encontraba en el Persa Biobío", dice.

Vivía en calle Lira, cerca de la Plaza Bogotá, la Avenida Matta y el matadero Franklin, casco viejo de Santiago y cuna de personajes como el tío Valentín Trujillo, Luis Jara y el fallecido Mario Silva Leiva, mejor conocido como el "Cabro Carrera".

Precisamente, en otra de las casas de este último, en la calle Pedro de Valdivia Norte, Riffo terminó ambientando una habitación para Drama (2010), la película de Matías Lira . "Había copas Swarovski y una mesa de cristal que Silva se trajo de Italia y que tenías que levantar entre 10 personas para moverla", recuerda. Para esa cinta, además, contó con la ayuda de Denisse Ratinoff, vicepresidenta de la Corporación Amigos del Arte y madre del director: "Necesitábamos ambientar una casa con finura. Ella tenía grabados de Dalí, Picasso y unas pinturas de Adolfo Couve. Es el objeto de más valor que he tenido en mis manos".

Coco Hederra descansa los domingos. Y se da el lujo de hacerlo en una cama por la que pagó apenas $ 5.000. Es el lunes cuando comienzan sus búsquedas frenéticas. Entonces comienza escarbando entre los cerros de telas en Independencia. De martes a sábado, cachurea en las ferias de Av. Grecia esquina Molineros, en Av. Arrieta con Ictinos o en su favorita, la de los Los Traperos de Emaús, en Pudahuel. Lo que allí encuentra puede terminar cualquier lado.

Su último hallazgo ahí fue a parar a la embajada de Argentina, donde ambientó una escena de Violeta se fue a los cielos, próximo estreno de Andrés Wood. Le costó hallar las sillas de madera y paja para recrear la peña de la cantautora, pero fue un maestro de Pudahuel quien superó la oferta de las tornerías de Av. Matta.

Hederra y Riffo son fuente inagotable de lugares y personajes. Tras degustar "el mejor arrollado de Santiago" en el restaurante San Remo -en calle Cuevas- o un plato de pastas en el Chilitaly, del barrio Ñuble, regatean un bolso a la señora María Luisa, la dueña de la fábrica de maletas El Viajante, en calle Maruri. "Es un verdadero museo, con una caja fuerte de 2 m2 y muebles de lujo. Los objetos están entre nosotros, pero muchos no aprecian lo que tienen", cree Riffo.

Para el filme El clavel negro, de los suecos Ulf Hultberg y Asa Faringer, conoció los pasadizos que en 1973 alojaron a los presos políticos del Estadio Nacional, y durante el rodaje de La buena vida se encaramó al techo del Hospital Paula Jaraquemada para recrear la vista desde una mediagua.

Hederra, por su parte, debió ambientar un laboratorio de elaboración de cocaína. "¿Cómo hacerlo, si nunca antes viste uno? Siempre hay poco tiempo para investigar y bajo presupuesto. Vas directamente al químico y él te datea", se responde Coco.

Los zapateros de calle Victoria, los curtidores de la Panamericana, los sopladores de vidrio y el vendedor de pescado ahumado de Lota son los tipos de personas que estos buscadores tienen siempre al frente y de los que han aprendido dos cosas: "Que las personas tienen sus ritmos y conocerlas sirve para no hiperventilarse, y que no hay que tenerles tanto afecto a los objetos. Al final, son cosas, las tuvo alguien, las tengo yo y las tendrá otro".

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