Crítica de cine: Misión Babilonia
<embed pluginspage="http://www.macromedia.com/go/getflashplayer" src="http://especiales.latercera.cl/diario/2008/SEPTIEMBRE/mision/portada.swf" width="384" height="170" scale="ShowAll" loop="loop" menu="menu" wmode="opaque" quality="1" type="application/x-shockwave-flash"></embed> <br /> Una cinta de aventuras y ciencia ficción que muestra un catastrófico futuro de la humanidad y cuya única esperanza se encuentra encarnada en el personaje de Vin Diesel.<br /> <br />

La visión del cine sobre el futuro ha recorrido un largo camino desde Blade Runner (1982), donde lo sintético y artificial era combatido y donde la Tierra aún tenía reservas naturales paradisíacas como aquella hacia donde se fugaba Harrison Ford al final. En Misión Babilonia, en cambio, la biogenética es la última esperanza de la raza y el paralelo ya no es entre santuario natural y urbes contaminadas, sino entre ciudades en ruinas y estepas que son campos de batalla.
Es curioso que esta cinta, dirigida por un francés, hablada en inglés y protagonizada por un elenco multiétnico, tenga tal interés por las fronteras, no sólo geográficas, sino biológicas: Toorop (Vin Diesel) es un super-mercenario contratado en un futuro cercano para custodiar el viaje clandestino de una misteriosa niña desde Europa del Este hacia América. La chica es presa codiciada porque es una especie de criatura sintética, que podría ser utilizada fácilmente como arma y es "nuestra última esperanza" según su madre adoptiva (Michelle Yeoh).
Este es el territorio ya visitado por El Quinto Elemento y Niños del Hombre: el futuro post-Mad Max en clave eurotrash, con algunos toques de misticismo de autoayuda. En este subgénero, los estados mundiales se han ido al carajo y el mundo privado controla todos los estamentos cívicos incluyendo el ejército. La hambruna convive con los super-celulares y la diferencia entre elite y miseria es el corazón estético del look visual. Mientras Diesel y Yeoh luchan contra pandillas de comandos y gangsters, la película distrae sin problemas. Pero cuando intenta poner en la mesa profundidades filosóficas sobre Dios y lo humano, se vuelve tediosa y revela lo escaso de su cerebro y la poca novedad de su historia. Muy de capa caída debe estar la religión en el cine, para que un personaje principal como el de Yeoh sea una monja ferviente sin que jamás se especifique su credo.
Un apunte mucho más astuto que todos esos diálogos es una breve imagen del avión que transporta a los fugitivos, que en vez de lucir una insignia de United o Air France, tiene su exterior decorado con el logo de una bebida cola. Como ya es costumbre en este género de apocalíptico-fashion, las megacorporaciones son los villanos. Sin embargo, ninguna de las crueles intrigas que ejecutan en la cinta le gana a ese logo, que Kassovitz filma queriendo dárselas de irreverente, pero que más bien resuena como el anuncio del futuro que de verdad nos espera.
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