Diplomacia 3.0
En una modernidad moldeada por la globalización, la diplomacia debe redefinir su misión y proyectar, de manera renovada, la imagen del país y el discurso que la refuerza.

"PRO Chile Loquor": hablo por Chile. Un referente para reflexionar sobre qué implica hablar por el país y cuál es la forma más efectiva de hacerlo. Conlleva una responsabilidad, porque Chile somos todos. Es un desafío a las habilidades específicas de sus voceros, quienes deben contar, además, con una visión comprensiva del Estado, un conocimiento del territorio, una lectura acuciosa de su historia y una clara identificación con la sociedad.
El mensaje, entonces, debe ser certero, veraz y coherente, credenciales para abordar un mundo heterogéneo, multipolar y multicultural que, a través de una comunicación fluida entre actores sociales, rebasa el diálogo interestatal tradicional.
Vivimos un cambio de paradigma que afecta a la gente y a los estados por igual, principalmente en lo que se refiere al valor, acceso y uso de la información. En este contexto, la diplomacia debe adecuarse a los desafíos de una modernidad que, moldeada al ritmo de la globalización, invita a tomar distancia de las antiguas prácticas que han singularizado su quehacer para abordar el nuevo escenario con un criterio innovador, sostenido en el conocimiento, experiencia y los contactos que deben adornar a un servidor público que representa al país.
Desde esta perspectiva, la diplomacia debe redefinir su misión y proyectar, de manera renovada, la imagen del país y el discurso que la refuerza. ¿Quiénes somos, qué hacemos, cómo somos vistos? Son preguntas asociadas que se vinculan entre sí y explican por qué cada Estado requiere contar con una estrategia de inserción global que cristalice la fusión de su realidad política, social y cultural. No se trata de algo nuevo; al contrario, desde mediados del siglo XIX, Chile ha venido realizando esfuerzos para instalar una imagen positiva: una idea de país. A ello convergen distintos sectores, instituciones y representantes, quienes han reforzado la reputación de Chile en términos expresivos.
Ahora, cuando se forja una nueva civilización, lo novedoso es la participación de una creciente masa de ciberciudadanos que se suma a la "era global de la información", reforzando la emergencia de un nuevo poder: la opinión pública. En este contexto, el uso de las redes sociales y las herramientas digitales le otorgan una nueva fisonomía al diálogo intersocietal. Los diplomáticos deben ser partícipes y contribuir con su capacidad cognitiva y las competencias afectivas y sociales. En otras palabras, han de asumir una nueva realidad donde la masificación de los medios y la tecnología expanden la agenda y demandan un esfuerzo colectivo de coordinación y cooperación de cara a la gobernanza global.
La diplomacia debe buscar los caminos adecuados para transitar en un mundo de mayor incertidumbre. Sus gestores habituales son protagonistas y testigos abonados de un escenario cambiante que deben conocer e interpretar, recordando que los parámetros del derecho y la seguridad son centrales para aproximarse a los conflictos y cuadros de crisis. En esa línea, la implementación de la diplomacia pública -y también su vertiente digital-, cuyo núcleo central y aglutinador es la imagen que el Estado proyecta hacia el exterior, se sitúa como herramienta idónea para aumentar el prestigio e influencia del país en el ámbito internacional.
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