Histórico

Dividir para gobernar

<div>Si el objetivo del gobierno es mejorar su aprobación, el espectáculo de esta semana no apunta en esa dirección.</div><div><br></div>

LLAMA LA atención el rol desempeñado por el Presidente de la República. La estrategia más básica recomendaba poner su figura por encima de las contingencias políticas, más aún si son conflictivas y restan en lugar de sumar. Un estadista con visión de país no debe bajar al más terrenal de los asuntos políticos: el sistema que puede granjearle a cada partido mayores cuotas de poder. La ausencia de gestión política que se ha criticado en estos dos años se confirma ahora, con mayor gravedad, afectando la figura presidencial y desalineando a sus partidarios.

Los romanos tenían como máxima "dividir para gobernar". Con gran habilidad, durante 20 años la Concertación la empleó para dividir a su oposición y lograr sus objetivos políticos. Cada vez que necesitó introducir una cuña en la Alianza RN-UDI, recurrió al mecanismo de poner en la agenda las denominadas "reformas políticas", en general, y el sistema electoral, en especial. La estrategia nunca falló. Lo curioso es que ahora el gobierno de derecha intenta imitar aquello -cambiando el binominal- y, paradojalmente, logra el mismo efecto, pero al revés: dividir a su propia coalición. Lo que resulta inexplicable y desconcertante para sus partidarios.

Deberíamos suponer que el objetivo es dividir a la oposición, para así contar con los votos necesarios que permitan aprobar proyectos del programa de gobierno, pero en ningún caso es dividir a los propios simpatizantes con el mismo objetivo de conseguir unos votos de oposición para un proyecto puntual, no incluido en el programa de gobierno y que, por lo mismo, serán efímeros. Son varias las aristas que más desconciertan del escenario generado esta semana. Es difícil comprender que se mezclen dos asuntos, enteramente distintos, en un mismo debate: reforma tributaria y el binominal. La primera, claramente si es técnica y políticamente bien realizada, beneficia a los ciudadanos y busca la estabilidad social; la segunda, en cambio, es discutible si efectivamente se traducirá en una mejor representación de los electores.

Por años, el problema de RN y la UDI fue precisamente demostrar y generar confianza en su capacidad de dar gobernabilidad al país, y el principal obstáculo era su imagen de permanentes peleas y refriegas frente a la opinión pública. Cuando los dos años que restan de gobierno serán fuertemente electorales y, por consiguiente, se interpretarán como evaluación del gobierno y su coalición, instalar en la agenda un tema que divide a los partidos que le dan sustento y gobernabilidad es comunicar una pésima señal al electorado.

Finalmente, si el objetivo del gobierno es mejorar en sus niveles de aprobación ciudadana, el espectáculo de esta semana no apunta precisamente en esa dirección y, por el contrario, la oportunidad de reperfilar al Presidente, a partir de sus encuentros con los ex mandatarios, se pierde y desdibuja. Cuando la desaprobación es tan alta, la delicada tarea de mantener a los partidarios alineados se hace cuesta arriba y es más difícil de entender que se agreguen ingredientes conocidamente disruptivos. No se trata de evitar debates, sino de saber que son importantes las formas y las oportunidades y que, como señalaba el psicólogo francés Gustave Le Bon, "gobernar es pactar; pactar no es ceder".

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