Histórico

¿Economía social de mercado en Chile?

En nuestro país se viene hablando de economía social de mercado desde la década de los 50, pero lamentablemente el concepto ha sido mal utilizado por ciertos sectores, identificándolo sin más con el modelo liberal. Sin desconocer algunas similitudes, son muchas las diferencias, no sólo teóricas, sino también prácticas, entre ambos sistemas.<br>

DESDE HACE algún tiempo en el país se viene discutiendo acerca del "modelo", si es que se debe cambiar o seguir profundizándolo. En lo económico este dilema se traduce en optar por una economía de libre mercado ("neoliberal"), o por una economía "estatizada" (en su versión más radical), o con un claro sesgo "estatizante" (en una versión más moderada).

¿No habrá otra manera de organizar económicamente nuestro país que escape a estos dos "modelos"? A mi juicio sí; la llamada economía  social de mercado (ESM), que  es bastante más que una economía de libre mercado con correcciones sociales, y bastante menos que una socialista o estatista. Este sistema, que no es una receta mágica, ni una panacea, ha demostrado superar la vieja querella entre libertad y desigualdad, alcanzando el tan anhelado crecimiento con equidad. En Alemania (cuna de la ESM) el índice Gini es de 0,2, mientras que en Chile es de 0,52.

En el país se viene hablando de ESM desde la década de los 50, pero lamentablemente el concepto ha sido mal utilizado por ciertos sectores, identificándolo sin más con el modelo neoliberal. Sin desconocer algunas similitudes, son muchas las diferencias, no sólo teóricas, sino también prácticas entre ambos sistemas (es lo que intento demostrar en mi libro recientemente reeditado Economía Social de Mercado en Chile: ¿Mito o Realidad?). Son múltiples las ocasiones en la cual sus creadores (Erhard, Rópke, Eucken, Rüstow y Müller-Armack) plantearon sus diferencias con el liberalismo. Rópke, el "más liberal" entre ellos, establece claramente la diferencia entre un "orden espontáneo" (liberalismo) y uno que requiere de regulaciones (ordoliberalismo), pues según él, para los liberales la economía de mercado es una "planta silvestre"  y para ellos una "planta cultivada" que requiere de permanente cuidado.

La concepción del hombre es también distinta. En la perspectiva de la ESM el hombre es un ser trascendente, y no un mero homo faber  o factor de producción. La visión de la libertad y la justicia social también los distingue. Desde la perspectiva de una ESM, la libertad es mucho más que ausencia de coacción y la justicia social es un pilar fundamental del sistema. Desde la "otra vereda" se nos dice la justicia social ha "sido una de las causas centrales en la ruinosa crisis actual de las sociedades occidentales" y tiene, por ende, un "carácter profundamente inmoral" y, en virtud de ello, "probablemente no exista un concepto más nocivo para la estabilidad y prosperidad de una sociedad" (Axel Kaiser, carta a El Mercurio, marzo 2013).

El rol social de la empresa es visto también de manera diferente. Para Milton Friedman la única responsabilidad social de la empresa es generar ganancias (cfr. The social responsibility of business is to increase its profits, New York Times Magazine, 1970). Cualquier forma de responsabilidad social es vista por el economista de Chicago como una desviación socialista. El rol asignado al Estado es también muy diferente. No en vano se suele distinguir entre  un "Estado guardián" (liberal), uno de bienestar (socialista) y un "Estado social". Dicho sea de paso, el principio de subsidiariedad, tan importante para la ESM, ha sido promovido en Chile grosso modo enfatizando  su "parte negativa", es decir, retirando al Estado de la actividad social. Hay otra diferencia práctica difícil de pesquisar, pues se da a nivel "cultural". Guste o no una economía neoliberal (directa o indirectamente habría que discutirlo) promueve el individualismo y consumismo. Las cifras de sobreendeudamiento de los chilenos, y en especial los jóvenes, son alarmantes. En una ESM, al menos en el espíritu de sus creadores, se apuntaba, sin desconocer la necesidad del consumo, a vivir con cierta austeridad, pues consideraban que existían una multitud de valores supraeconómicos, muchos más importantes para la realización personal, como la familia y la religión.

Pero la ESM no sólo se diferencia de una economía (neo) liberal, sino también de una colectivista o "estatista". Se le critica a ésta su reduccionismo antropológico: "el gran error moral del socialismo es su constante oposición al lógico deseo del hombre de superarse junto a su familia y de asumir las responsabilidad para su futuro, ello está dentro del orden natural al igual que el deseo de identificarse con la comunidad y de servir a sus fines (…). De ahí, pues, que mi oposición fundamental al socialismo radica en que a pesar de toda su fraseología liberal otorga muy poco al hombre, a su libertad, y a su personalidad, otorgándole demasiado a la sociedad" (Röpke). 

Las mencionadas diferencias con un Estado "liberal" y uno "socialista" no son meras abstracciones; por el contrario, se verifican en la práctica. Se manifiestan entre otras, en  el ámbito educativo, previsional, de la salud, en el área laboral, en el campo de la seguridad social, etc.

 Sin desconocer que durante los gobiernos de la Concertación y el actual se han promovido políticas públicas en esta dirección, ello no es suficiente. No basta con que el gobierno de turno promueva algunas iniciativas en esa dirección. La genuina aplicación de una ESM requiere de la cooperación de los empresarios, de los trabajadores, de los economistas, de los políticos, de las facultades de economía, en otras palabras, de los "constructores" de la sociedad. Todavía estamos lejos de lograr este objetivo. Sin embargo, se puede mirar el futuro con cierto optimismo. Existe un grupo de jóvenes profesionales y estudiantes universitarios congregados por el centro de impacto público, IdeaPaís, dedicados seriamente al estudio de ella.

Basado en evidencia empírica y no en un mero romanticismo nos asiste la convicción de que la mejor alternativa para los sectores más vulnerables no es un Estado guardián, ni  un Estado de bienestar, sino un Estado social. Es lo que nos pidió Juan Pablo II el año 1987 en la Cepal, cuando nos recordó que los pobres no pueden esperar.

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