Histórico

El incierto cuadro que abren las protestas en Medio Oriente

Los países afectados deberán canalizar las legítimas expectativas de cambios de sus ciudadanos, en una situación cuyos alcances son aún imprevisibles.

GRAN PARTE de la atención de la comunidad internacional está por estos días volcada hacia Africa del Norte y el Medio Oriente. Allí, el movimiento ciudadano de protesta que hace un par de semanas terminó con la caída del Presidente de Túnez tras 26 años en el poder, ha generado réplicas de distinta intensidad en varias naciones de la región lideradas por regímenes autoritarios. La principal de ellas tiene lugar en Egipto, donde hace varios días se viven inéditas protestas callejeras que piden un cambio de gobierno, encabezado desde 1981 por el Presidente Hosni Mubarak. Este ha respondido ordenando un toque de queda y sacando al ejército de sus cuarteles para mantener el control, pero también reorganizando por completo su gabinete y pidiendo a su nuevo primer ministro activar reformas para avanzar hacia "una sociedad libre y democrática tal como desea toda la gente" y para reimpulsar la estancada economía egipcia. Hoy está previsto que tenga lugar una masiva protesta que sus organizadores han llamado "la marcha del millón de personas" y existe incertidumbre sobre cuál será la reacción del ejército, cuyas tropas hasta ahora no han enfrentado a los manifestantes.

En la región predominan los gobiernos autoritarios que accedieron al poder hace décadas, en su mayoría vía golpes de fuerza o por sucesión hereditaria: Libia, Egipto, Siria, Argelia, Jordania, Yemen, Arabia Saudita y otros. La única democracia consolidada en la zona es Israel (resta ver cómo evoluciona la aún incipiente democracia iraquí). Hasta ahora, los movimientos de protesta parecen encarnar más una expectativa de cambio de gobierno que una agenda ideológica en ninguno de los países, y quienes aparecen componiendo los grupos opositores incluyen tanto a miembros de la "sociedad civil" como a representantes de partidos políticos conocidos. No es claro todavía en qué consisten sus aspiraciones "democráticas", pero desde luego desean tener gobiernos que respondan mejor a sus intereses y problemas, en especial el lúgubre panorama económico en gran parte del mundo árabe, caracterizado por la pobreza, el desempleo, los altos precios de los alimentos y la falta de oportunidades.

Está en el interés de gran parte de la comunidad internacional que todas las naciones tengan regímenes genuinamente democráticos y que respondan a los intereses de la ciudadanía. En este sentido, lo deseable es que los gobiernos afectados por la reciente ola de expectativas de cambio en Noráfrica y Medio Oriente encuentren formas de canalizarla, y que ello ocurra con la menor conflictividad posible. Por ahora, es imposible prever cómo evolucionarán las protestas en curso y cuál será su desenlace, lo que abre un escenario de incertidumbre respecto de una zona geopolíticamente compleja. Egipto, la nación más populosa e influyente del mundo árabe, es un caso especialmente delicado, pues juega un rol de eje en la región, a la vez que mantiene -al revés de la mayoría de sus vecinos- lazos estratégicos con EEUU e Israel. Es, también, la cuna de uno de los movimientos islamistas de mayor alcance en el mundo islámico, la Hermandad Musulmana.
Las reverberaciones de la actual situación son imprevisibles y el desafío de quienes piden cambios políticos, y de las autoridades que tengan a su cargo el gobierno, es lograr que la satisfacción de las legítimas expectativas de reforma no derive en convulsiones peores para sus países en el futuro cercano.

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