Histórico

El mall gusto

El mal gusto se ha transformado en una suerte de patrimonio nacional. No es raro entonces que la fealdad se propague por todas partes.

TIENEN RAZÓN los habitantes de Chiloé al irritarse con las críticas de los santiaguinos a la construcción de un centro comercial en la ciudad de Castro. Les indigna que quienes hoy rasgan vestiduras vivan no sólo en la capital del país, sino también en la capital de los malls. Que sean los mismos que todos los fines de semana se convierten en una suerte de peregrinos de estos lugares. Entonces, ¿por qué la gente de Castro no puede aspirar a lo mismo?

El problema no es el mall, se retruca desde la capital. El punto es que es feo y no respeta la tradición ni la armonía del lugar. Y, claro, este segundo argumento es para la risa. ¿Dónde hay un mall bonito en Santiago o en cualquier otra ciudad de Chile? No creo que haya alguien con algún sentido estético que piense que los centros comerciales son bonitos. ¡Por favor! Son todos una oda al mal gusto. Donde llegan se apropian de los lugares, con su estética tipo Miami, llena de palmeras, como si no bastaran las que esconden las antenas de celulares. El de Castro es igual de feo que todos los mall de Chile. Lo que pasa es que se nota más y lo que pasa es que siempre es más fácil alegar cuando las cosas suceden en otra parte.

Pero este caso tiene raíces más profundas. Es injusto decir que el problema estético de este país está radicado en sus centros comerciales. Porque la verdad es que el mal gusto es una suerte de patrimonio nacional. Porque la verdad sea dicha, este es un país naturalmente bello, el que nos hemos encargado de afear lo más posible con una dedicación admirable.

No siempre fue así. De hecho, los cascos antiguos de la mayor parte de las ciudades son bellos. Fueron construidos en forma armónica y con buen gusto. Pero da la impresión de que no supimos evolucionar. El progreso ha significado muchas cosas buenas, pero también una pérdida del sentido estético. Primero, porque arrasamos sin contemplación con lo bello que existía. Segundo, porque lo nuevo se levantó sin ninguna consideración hacia el buen gusto. Y no tiene por qué ser así. El mundo está lleno de ciudades mucho más desarrolladas que las nuestras, pero también mucho más bellas.

Algunos sindican como culpable de esto a la falta de normas, de regulación. En parte tienen razón, pero el problema es más profundo. Porque las normas no pueden legislar sobre la belleza de las cosas. El punto de fondo es que el mal gusto se ha transformado en una suerte de patrimonio nacional. Por ello, aunque sea lamentable, no es raro que la fealdad, al igual que un cáncer incontrolable, se propague por todas partes, alcanzando zonas que permanecían bellas o sanas, como Chiloé.

Salir del mal gusto no es fácil. Requiere un proceso educativo a todo nivel. Uno que parta por valorar la historia, porque en este tema es claro que todo tiempo pasado fue mejor. Y ésta tiene que ser una tarea de Estado, porque preocuparse de estas cosas no es vanidad. Por el contrario, tiene una profunda relación con la calidad de vida de las personas. Un país que vive en torno a la fealdad, vive peor. Y el ser pobres, más que una excusa, debe ser un incentivo para buscar lo bello, porque de alguna manera entrega dignidad. Y tener claro que, al final, la estética no frena el progreso, sino que lo apoya, le da sentido y lo ennoblece.

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