Histórico

El retorno de Tótila Albert, el asceta de la escultura chilena

A mediados de los 50, Tótila Albert (1892-1967) acostumbraba a caminar todas las mañanas. El paseo del escultor chileno se iniciaba en el edificio curvo de calle Santo Domingo, al frente del Museo de Arte Contemporáneo, donde vivía. Finalizaba contemplando el monumento al poeta uruguayo José Enrique Rodó, su creación en bronce de 1944, que está inspirado en los personajes de La tempestad, de Shakespeare, emplazada hasta hoy al final del Parque Balmaceda de Providencia.

Esa era una de sus pocas actividades en que se lo podía ver. Albert vivió a contracorriente de la escena del arte. Incluso se distanció de Neruda, al no acceder a firmar por el Partido Comunista. Prácticamente alejado de todos sus colegas, muchos de sus proyectos no llegaron a concretarse por falta de recursos. El estilo de vida meditativo del artista también se reflejó en la ausencia de elementos superfluos en su obra. Ajeno a las modas y comparado con Rodin, nunca cambió de estilo y siempre optó por la figura humana estilizada, pero reconocible.

La vida del escultor estuvo marcada por las adversidades. A los 16 años decidió ser escultor y partió a estudiar a Alemania. La llegada del nazismo impidió que se radicara en Europa, donde alcanzó a exponer en Berlín, Stuttgart y París. En Alemania ganó un concurso con la escultura Las mujeres de la montaña. Los nazis le pidieron, a cambio de la realización de esa obra, que firmara como miembro del Partido Nacional Socialista. El artista se negó y regresó a Chile en 1939. "Muchas de sus obras se perdieron en Alemania, durante la II Guerra Mundial, al ser bombardeado su taller. La guerra le destruyó también la inspiración", apunta su hija Luz Albert, quien prestó su colección de esculturas para una retrospectiva sobre su padre, la primera en 20 años, que abre el 29 de septiembre en el Parque de las Esculturas de Providencia.

Ya instalado en Chile, en 1953 Albert abrió su propia escuela (La Academia Libre) en los subterráneos del Teatro Maru, en calle Huérfanos, en pleno centro de Santiago. Ahí enseñaría hasta su muerte.

Su escultura en el Parque Balmaceda, fruto de sus profundas inquietudes espirituales, resultaba imponente a mediados del siglo XX, al reflejarse en un amplio espejo de agua que lo antecedía y que formaba parte de la obra. Hoy, la misma caminata resulta algo ingrata para sus descendientes. En los años 70, el lugar fue intervenido con la instalación de chorros de agua y del Monumento a la Aviación. "Afearon el entorno. Es una ensalada horrorosa", sentencia su hija.

Otro ejemplo de la destrucción del patrimonio del escultor es el friso que creó en los años 30 para el Pabellón de Defensa de la Raza del Parque O'Higgins. Su hija recuerda: "En 1973 se instaló en ese lugar Cema Chile y, como a las damas de los militares no les gustaban esos 'monos piluchos', como denominaban a la obra, mandaron a destruirla a martillazos". "Hoy, sólo se conservan imágenes que encontré en unos negativos fotográficos", replica el curador Ernesto Muñoz, quien incluirá esas tomas dentro de la retrospectiva.

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