Emmanuel Carrère, escritor francés: "Es una caricatura decir que esta masacre es el resultado de la religión"
Invitado al ciclo La Ciudad y las Palabras de la UC, el novelista habla de los recientes atentados en París. El celebrado autor de Limónov y El Reino tendrá una conversación pública en Santiago el miércoles.

El pasado viernes 13, como en muchos en París y el resto del mundo, la violencia terrorista hizo mella en Emmanuel Carrère (57). El escritor y guionista vive cerca de dos de los lugares atacados por miembros del “Estado Islámico” en el 10° distrito de la capital francesa, entre ellos la discoteca Bataclan. Y su primera reacción, según cuenta via skype a La Tercera, “fue intentar saber dónde estaban mis hijos, mis amigos cercanos… en fin, es mi barrio”. Pasado el impacto inicial, continúa, “hay que confesar que uno experimenta un alivio y un cierto placer egoísta al constatar que a ninguno de sus cercanos les ocurrió nada”. Al mismo tiempo, remata, “está la mezcla de consternación y horror”.
Dedicado desde hace más de 15 años a escribir novelas de no ficción, el autor de El adversario y De vidas ajenas bien podría haber comenzado la conversación hablando de las cualidades subjetivas y hasta íntimas de sus dos más recientes y elogiadas novelas, Limónov y El Reino, de las que con certeza hablará el próximo miércoles, cuando esté en Santiago como invitado del programa La Ciudad y Las Palabras, dependiente del Doctorado en Arquitectura y Estudios Urbanos de la U. Católica. Pero quisieron los hechos que la conversación arrancara por otro lado.
¿Qué impresión le produjo la reacción del Presidente Hollande frente a los atentados?
No me gustaría estar en su lugar. Es difícil detentar ese rol en un momento como éste. Creo que se las ha arreglado relativamente bien en una posición terriblemente difícil: la de decirle a sus conciudadanos que uno los está protegiendo, mientras uno no está en condiciones de protegerlos. Decir que uno está haciendo la guerra, sin saber hasta qué punto uno quiere hacerla.
En los días posteriores al viernes 13, se hizo popular el hashtag #PrayForParis (“recen por París”), frente a lo cual un destacado artista francés, Joan Sfar, tuiteó: “Queridos amigos, les agradezco, pero no necesitamos más religión”. ¿Hay un punto ahí?
No soy religioso, pero no creo que la fe y las convicciones religiosas puedan asociarse a estas masacres. Es una caricatura decir que esta masacre es el resultado de la religión. Ha habido y sigue habiendo un montón de religiones que son importantes en la vida de la gente y que no llevan a cabo acciones de este tipo. No estoy de acuerdo con andar criminalizando las religiones.
La trayectoria literaria de Carrère partió apegada a la ficción, pero dio un giro a partir del 2000 con El adversario, la historia real de un falso médico de la OMS que, al ser descubierto en su mentira, asesinó a su familia. Su consagración también se la dio una vida ajena: el relato de la biografía de Eduard Limónov, poeta y escritor, fundador del Partido Nacional Bolchevique y enemigo de Vladimir Putin. Su último libro, El Reino, relata su conversión al catolicismo durante una crisis personal, y su posterior alejamiento de la religión.
En El Reino, Ud. cita textos suyos de comienzos de los 90, donde parece que estuviera escribiendo otra persona. ¿Es un efecto buscado?
Eso se inserta en un período de conversión. Puede parecer que uno ha sido alguien diferente antes de convertirse, que dice cosas que pueden parecer muy extrañas, incluso desagradables, y que luego nos dan la impresión de ser lo mejor que nos ha ocurrido. En todo caso, así es como lo viví en esa época lejana. Pero el libro se trata de otra cosa.
Lo de ser otro, en el caso de Limónov, ¿no es también ponerse en el lugar de otro: tener sus experiencias, cruzar su vida con la del personaje histórico (el político y poeta ruso Eduard Limónov)?
Una de las razones por las cuales se escriben libros es para tratar de imaginar qué es ser otro, ser alguien distinto de sí mismo. En último término, todos estamos un poco limitados en nuestras vidas con estos rasgos específicos y extraños. Ser, por ejemplo, un hombre y no una mujer, estar en un lugar y no en otro. Y uno siempre tiene ciertas ganas de saber cómo podría haber sido el nacer en otras circunstancias, ser otro. En mi caso, al menos, he podido escribir acerca de temas muy variados y que en el fondo tratan de imaginar experiencias distintas de la mía, ya se trate de un aventurero como Limónov o de un visionario religioso como San Pablo (en El Reino).
En el caso de Limónov, la novela lo señala como un “héroe”. ¿En qué sentido usa el término?
Uno puede llamar a un personaje de una novela “héroe” de distintas maneras. Que alguno sea el “héroe” no significa que necesariamente sea heroico, sino que puede sólo ser el personaje principal. Limónov, en todo caso, siempre quiso vivir una vida de personaje de novela y de personaje heroico. Entonces, la suya es una vida muy ambigua: hay rasgos heroicos, y al mismo tiempo hay otros que no lo son en absoluto. Lo que me interesó fue esta especie tentativa de llevar una vida heroica.
Con El adversario se inició en la novela de no ficción, donde también se ha instalado con nombre y apellido. ¿Qué alteraciones ha traído esta opción?
Si usted escribe un libro de ficción, puede perfectamente ponerse en el lugar de sus personajes, porque sus personajes no son más que proyecciones suyas. Ahora, si escribe un libro de no ficción sobre personajes que existen realmente, no puede ponerse en su lugar. Yo no me puse en el lugar de Limónov. Me puse en el mío y me instalé frente a él. Y también es por eso que escribí en primera persona: para decir claramente que, siendo Limónov un personaje real, no puedo pretender ocupar su lugar.
Tras la publicación de HHhH (2010), Laurent Binet decía que en la novela echó mano a todos los recursos que ofrece el formato, excepto el principal: la ficción.
Yo podría decir lo mismo. Me parece que uso todos los recursos de la novela, pero haciendo la salvedad que, efectivamente, el material de base es real, es documental.
En El Reino Ud. escribe que, hace un cuarto de siglo, “todo lo que decía y pensaba, hasta la más sincera expresión de angustia, chapoteaba en la ironía y el sarcasmo”. ¿Concuerda con que hay algo de ironía en sus obras recientes? ¿O es que la vida se pone irónica?
No es que la vida lo sea. La ironía y el sarcasmo son actitudes que se toman ante la vida. Ahora, creo que antes tendía más a esas actitudes que ahora. Por supuesto, hay algo de ironía en el tono de la narración, pero trato de que no ocupe un lugar muy central. No estoy en absoluto contra la ironía, ni como lector ni como autor. Ahora, lo que intento evitar es una posición de superioridad, como si viera las cosas desde arriba por el hecho de haber escrito un libro. Y trato especialmente de evitar eso cuando se trata de creencias o cuestiones de esa índole que no son las mías, o que ya no lo son.
Mejor escritor
Si de buenas a primeras son sus últimas novelas las que tienen “arriba” a Carrère en un público lector, su bibliografía tiene ya 33 años y no partió con la narrativa, sino con un estudio sobre el cineasta Werner Herzog que alguien le solicitó en su calidad de joven crítico de cine. El vínculo con el audiovisual nunca se ha cortado del todo, oficiando Carrère como guionista de filmes basados en sus novelas, aunque no solo en ellas.
Partió adaptando Una semana en la nieve, película de Claude Miller que ganó el Premio Especial del Jurado en Cannes ’98, y volvió a adaptarse en 2005, dirigiendo el mismo La moustache. Más recientemente, fue coguionista de Les revenants, serie de TV sobre gente que vuelve de la muerte como si nada hubiera ocurrido, y que hasta tuvo un remake en EEUU. Y hace unas semanas el Festival de Locarno publicó un libro con la interacción de las letras y las imágenes en sus obras.
¿Se hará la película de Limónov? ¿Tiene algo que ver en eso?
Hay un proyecto, pero no sé en qué punto se encuentra actualmente, porque no estoy involucrado. Entiendo que ni siquiera está escrito el guión, de modo que no sé dónde irá a parar todo eso. Es un proyecto ambicioso y complicado de materializar. Ahora, hay varias películas basadas en mis libros y creo que es mucho mejor que el autor no se meta en esos procesos y que después descubra lo que hay. Y si ocurre que la película está muy alejada del libro, pues tanto mejor.
¿Cómo fue lo de dirigir una película basada en su propia novela (La moustache)?
Fue una experiencia enriquecedora, muy feliz, pero francamente creo que el libro es mejor, simplemente porque creo que soy mejor escritor que cineasta.
¿Cambió algo en su escritura tras sus incursiones en el cine? ¿Ve un cruce de ambos lenguajes?
Sí, lo hay. La experiencia de dirigir cine, por ejemplo, me ha enseñado muchas cosas respecto del montaje, muchas más que respecto de las imágenes mismas. No creo ser un escritor muy visual y lo que me ha enseñado la práctica del cine son técnicas de montaje que me sirven para escribir mis libros.
Bresson, el cineasta, decía que no hay que correr tras la poesía, que la poesía se cuela por los intersticios de las cosas. ¿Le pasa que cuando lee o escribe dice, intuitivamente, “esto es poético”?
Concuerdo con Bresson en el sentido de que no tenga mucha afición por la poesía reivindicada o afirmada como poesía. Estoy de acuerdo con que no hay que correr tras la poesía, pero agregaría que tampoco hay que correr tras la literatura: tengo la impresión de que la calidad literaria es algo que llega y que no se puede andar persiguiendo. No me gusta la literatura “demasiado literaria”: me gusta que sea más bien impura, más cerca del periodismo y esas cosas. La literatura que presume de “gran literatura” me resulta con frecuencia afectada y aburrida.
Siendo hijo de una historiadora a la que cita en Limónov (Hélène Carrère D’Encausse), ¿desarrolló desde muy joven algún tipo de conciencia histórica?
No diría eso. Es algo que se ha hecho mucho más presente para mí desde hace algunos años. Creo que es un proceso frecuente: durante mucho tiempo fui, ante todo, un lector de ficción, de novelas, y con el tiempo me puse a leer más libros de historia. Diría que durante muchos años me mantuve a cierta distancia de la historia, quizá en parte porque era el territorio de mi madre y uno buscaba un territorio que fuese más propio.
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