Fernando Salazar pide otra llave
Fernando Salazar es el mejor judoka del país. Al menos lo era hasta hace ocho meses, cuando fue apartado de la Selección. Esta es la historia del descenso a los infiernos del primer y único medallista de oro de la disciplina en unos Juegos Odesur que ha dado Chile. Su grito de clemencia en el callejón sin salida.
“El problema surgió en una gira de un mes y medio en España. Empecé a sentir un dolor muy fuerte en la rodilla durante un entrenamiento, pero el entrenador (Héctor Nacimiento) no me permitió bajar la carga. Después de tres semanas decidí devolverme a Chile, porque no resistía el dolor. Eso sucedió en marzo de este año”. Así comienza el relato que el judoka chileno Fernando Salazar comparte con El Deportivo desde su vivienda familiar de Puente Alto, tratando de esclarecer los motivos que forzaron su expulsión del combinado nacional hace hoy ocho meses. Porque antes todo era diferente.
Pero para entender el calvario que vive el deportista puntarenense no hace falta viajar demasiado en el tiempo. Basta con regresar al 13 de marzo de 2014 y al Centro de Entrenamiento Olímpico de Santiago. Porque en dicha fecha y en dicho escenario Salazar dio al judo chileno la primera presea dorada de su historia en unos Juegos Sudamericanos, en la categoría de -81 kilos.
Su formidable desempeño no concluyó ahí y el judoka, entonces de 24 años, echó el cierre a su fantástico 2014 con un segundo lugar en la Copa Continental y un meritorio tercer puesto en la Copa del Mundo. Su carrera no podía ser más prometedora: “Había ganado el oro en el Odesur y había hecho un año redondo. Estaba en el peak de mi carrera y en ese momento ocupaba el cupo continental que daba derecho a ir a los Juegos Olímpicos”, rememora el deportista.
El averno
Exactamente un año después de la obtención de su cetro continental y aquejado de un persistente dolor en la rodilla izquierda, Fernando Salazar solicitó interrumpir su concentración en España para regresar a Chile. Fue entonces cuando comenzó su descenso a los infiernos. “Por solicitar devolverme me pusieron una sanción de seis meses, me quitaron todos los beneficios, me dejaron sin beca de alimentación, me sacaron de todas las competencias internacionales y me prohibieron entrar al CAR a entrenar. Yo llevo entrenando 10 años como deportista de alto rendimiento y toda la inversión que el Estado hizo en mí, se perdió por culpa de esta decisión”, denuncia el judoka, quien luego de realizarse una resonancia magnética que arrojó la existencia de un esguince de rodilla, apeló a la Federación y al Proddar para tratar de revertir su suerte, pero no obtuvo clemencia.
Al head coach del combinado nacional, el español Héctor Nacimiento, es a quien Fernando Salazar atribuye la responsabilidad de su actual situación. “Se dijeron muchas cosas de mí que no eran ciertas, como que había salido a turistear estando lesionado de la rodilla, pero si la Federación se puso del lado de Héctor fue para evitarse problemas. El mío no es un caso aislado y es una pena que se vayan muriendo deportistas por cosas como ésta”, argumenta, antes de agregar que su prohibición de acceder al CAR una vez cumplida su sanción “vulnera todos los principios y los ideales del judo”: “Si el entrenador no me permite ahora trabajar con la Selección es simplemente por el conflicto personal que tiene conmigo, pero no voy a botar a la basura todo el esfuerzo que he hecho. No soy un deportista muerto”.
Una razón para seguir
Mientras aguarda una posible resolución favorable de parte de la Federación que preside Aquiles Gómez que le permita volver a ingresar al CAR -su centro de entrenamiento, pero también su hogar durante casi ocho años-, Salazar se las ingenia para sobrevivir sin los 600 mil pesos mensuales que recibía en concepto de beca antes de su sanción. Trabaja como guardia nocturno en Seguridad Olímpica, la empresa profesional creada por otros deportistas de alto rendimiento para costear los gastos de su maltratada profesión; estudia segundo año de Técnico Deportivo en la Universidad de las Américas; y no deja de ejercitarse en solitario porque, por utópico que parezca, se niega a renunciar a Río de Janeiro: “En este momento, tengo muy complicado llegar a Río, porque no puedo tener la preparación adecuada si no me dejan entrenar. Antes competía en - 81 kilos. Ahora en -90. Me cerraron todas las puertas, hasta la última, pero aunque ahora esté en nada, este es mi trabajo y mi pasión”, proclama el judoka, quien pese a su falta de rodaje logró volver a imponerse el pasado fin de semana en la Gran Final Nacional de su nueva categoría.
Porque la perseverancia es algo que le viene de cuna. Pero para entenderlo, hace falta realizar otro viaje, esta vez al sur del sur, concretamente a la Región de Magallanes. Allí nació y creció el otrora integrante del Team Chile, el menor de dos hermanos que amaban el deporte. Diego, el mayor, fue el responsable de que Fernando se marchara a Santiago con sólo 16 años a perseguir su sueño; el responsable, pues, de que el judoka hoy sea judoka. Él, entretanto, comenzó a trabajar en el Ejército. Pero en 2012, algo terrible sucedió en el norte. “Diego es militar y en esa época estaba en Putre. El camión en el que viajaba tuvo un accidente y volcó. Salvó su vida de milagro, pero se fracturó completamente la rodilla. Mis padres viajaron desde Punta Arenas a Arica para estar con él y cuando lo trasladaron al Hospital Militar de Santiago también lo acompañaron”, explica, con voz temblorosa, el deportista.
En 2014, sus padres se compraron la casa de Puente Alto, Fernando salió campeón sudamericano y a Diego le amputaron la pierna. El mayor de los Salazar tiene hoy 30 años y sigue practicando deporte. Su ejemplo es la única luz que alumbra el callejón sin salida del judoka: “Diego hace crossfit adaptado, natación y atletismo paralímpico. Si a él le cortaron una pierna y sigue compitiendo, ¿cómo voy a dejar yo de hacerlo porque se me cierre una puerta?”.
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