Histórico

Francisco Aravena: 'La ciencia está saliendo de su cajoncito'

El periodista se obsesionó con la historia de un hombre que vivió hace más de 160 años. Buscó por más de una década los antecedentes del accidente en que Phineas Gage perdió parte de su cerebro y lo convirtió en el protagonista de su primera novela.

En 2003 Francisco Aravena, periodista y editor general de revista Qué Pasa, estaba en Columbia estudiando un máster cuando leyó una entrevista a Antonio Damasio, un neurólogo que lideraba un movimiento que reivindicaba las emociones en el proceso cognitivo. Ahí supo que en uno de sus libros, este médico relataba el caso de un tipo que después de un accidente había cambiado radicalmente su personalidad, especialmente sus sentimientos. “Empecé a darle vueltas a la idea de cómo se podía dejar de sentir, de cómo se siente en el cerebro. Me intrigué y partí a buscar el libro”. El personaje se llamaba Phineas Gage  y cuando Aravena se dio cuenta de que había pasado por Chile, simplemente le explotó la cabeza.

¿Quién era Phineas Gage? Un hombre que tenía 25 años el 13 de septiembre de 1848, y era trabajador ferroviario en el pueblo de Cavendish, en Vermont. Ese día, producto de un accidente una barra de acero le atravesó el cráneo y se llevó consigo un pedazo de su cerebro. Para sorpresa de todos, y de él mismo, Gage no sólo sobrevivió, sino que jamás perdió la conciencia y llegó caminando por sus propios medios a pedir ayuda.

A partir de ese momento se transformó en una especie de celebridad freak. Se paseó por escuelas de medicina como la de Harvard, trabajó como fenómeno de circo y sin quererlo ni mucho menos saberlo, fue un caso de estudio pionero de la neurociencia, y más específicamente de cómo en ciertas zonas del cerebro se alojan las emociones. Todo, porque la única secuela inapelable que tuvo Phineas Gage es que dejó de ser Phineas Gage: su personalidad cambió drásticamente, se volvió irascible, de pulsiones muy básicas y sin capacidad de empatizar. O sea, dejó de sentir.

Ese fue el punto de partida para La vida eterna de Phineas Gage, la novela en la que Aravena combina sus ganas de escribir ficción y su interés por la divulgación científica. “Esto de que un trauma modifique tu manera de relacionarte, conmoverte o definir los criterios con que serás juzgado, me pareció irresistible. Tuve la sensación de haber encontrado una gran historia y sentí esa urgencia de que si yo la había encontrado, miles más podían hacerlo. Siempre me pasa que en el reporteo tengo mucha suerte, siempre hablo con la persona exacta, siempre le achunto… y sentí que esta vez era lo mismo”, recuerda.

¿Siempre pensaste en un libro?

Sí, porque de alguna forma era una meta. Los periodistas gringos a los que sigo tienen libros, es algo natural para un periodista. Muchos habían contado la historia de Phineas, pero siempre les faltaba una parte y esa es la que yo iba a contar. Empecé a investigar, pero a poco andar me di cuenta de que no había cómo, que no existía información de su paso por Chile y que habría tenido que inventar datos para poder armarlo. Fue ahí cuando entré a la ficción; sentía una necesidad tan evidente de contar esta historia que no iba a permitir que la falta de datos me frenara.

¿No te asustó mezclar realidad y ficción?

Mucho. Fue la principal barrera para poder hacer este libro. Me sentía haciendo una maldad gigante…

¿Por qué te interesó un caso de neurociencia?

De todas las ciencias que pueden explicar la condición humana, la neurociencia es lejos la más iluminadora. Es irresistible porque te da la impresión de que te llevará a respuestas. Por supuesto es sólo una ilusión. La neurociencia es la zanahoria que hace que el caballo de la humanidad avance en el conocimiento, aunque nunca la alcance realmente. Y esta es la mejor historia neurocientífica posible: que en pocos gramos de masa encefálica radique la clave de quiénes somos es vertiginoso.

La endemoniada y Chile

Para conocer más a Phineas Gage, Francisco recorrió bibliotecas y librerías, fue a charlas médicas, entrevistó a neurólogos y viajó a Cavendish, donde conoció el interés que hay en torno a esta figura. “Phineas es como de culto oculto. La gente que lo descubre se obsesiona o se engancha con la historia, que es muy fácil de vender, pero por lo mismo hay mucha distorsión. En YouTube hay desde recreaciones para programas científicos hasta una de Lego, que incluye una canción original. También hay una banda de folk en Vermont que se llama ‘Phineas Gage, música para cerebros felices’ y otra de death metal. También es el nombre de un disco de un músico electrónico alemán, musicales, obras de teatro… todo un mundo medio freak. Yo mismo tengo un imán para el refrigerador y un llavero de Phineas… pero según yo, nadie había escrito una novela hasta ahora. Espero ser el primero”.

Decidió que necesitaba otra figura para contar su historia. Alguien que tuviera el carisma y la cercanía de las que carecía el protagonista. Pensó en un periodista que investigaba a Gage, pero finalmente optó por un médico. Pero tenía que ser un seguidor de la corriente de moda en esa época: la frenología, que afirmaba que era posible determinar el carácter, los rasgos de la personalidad, y hasta la inclinación criminal de una persona basándose en la forma del cráneo, cabeza y facciones.

A poco andar dio con el nombre del doctor de la época, Manuel Antonio Carmona, seguidor de esta tendencia y reconocido por haber resuelto con bases científicas el caso de Carmen Marín, la endemoniada de Santiago (sí, la misma de la teleserie La Poseída). “Es un personaje alucinante… imagínate que en el camino descubrí que además de médico, había redactado el Acta de Aconcagua… o sea, ¡estuvo metido en el asesinato de Portales!, pero además fue dirigente estudiantil, tuvo un diario, se metió en política…”, dice Aravena.

¿Y por qué fue tan importante para la medicina chilena?

A partir de su informe sobre la endemoniada de Santiago, sienta las bases de lo que serían la neurología y la neuropsiquiatría. Es un pionero, aunque no un padre clásico, más parecido a un Forrest Gump, un gran personaje para contar la historia de un país que aún no era país y hacerlo a través de la historia de una ciencia que aún no era ciencia.

Phineas Gage vivió durante cinco años en Valparaíso, donde trabajó manejando carruajes entre esa ciudad y Santiago. Ese es el período que más le importaba profundizar al autor y justamente del que había menos antecedentes. Por eso la idea de cruzarlo con Carmona cobró cada vez más sentido. “Vivieron en los mismos años, no tuve que forzar la posibilidad de que se conocieran”, explica.

Iniciarte en la literatura con un tema como este, tiene que ver con tu interés por los temas científicos, ¿no es cierto?

Siento que hay una puesta al día, como que la ciencia está saliendo de su cajoncito. Preguntas que eran más bien filosóficas, como el quiénes somos o hacia dónde vamos están siendo apropiadas por la ciencia, porque las va explicando. Lo que ha pasado, sobre todo en Chile, tiene mucho que ver con la globalización de la información. Antes dependías de que alguien viniera a explicarte, con próceres del periodismo científico como Hernán Olguín, que a su vez estaba moldeado por su ídolo Carl Sagan. Todo era muy de maestro a discípulo. Hoy nos permitimos más especialistas aficionados y preguntas más informadas.

Eso implica que tanto el científico salga del laboratorio como que el periodista asuma que otro puede difundir la información.

Absolutamente, la exclusividad del periodista es absurda. Los científicos son los mejores divulgadores de ciencias y los más grandes son aquellos que han roto la barrera y han aprendido a estructurar narraciones efectivas. Y el periodista tiene que entender que no hay explicaciones fuera de su alcance si persistes en la pregunta. Además, el feedback de la gente es buenísimo, porque democratizas las explicaciones, las sacas de la caja fuerte y los guardianes de esa caja se dan cuenta de que a ellos también les conviene, porque quieren ser comprendidos y no tener que pasarse toda la vida explicando lo que hacen.

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