Histórico

Ich liebe Bundesliga

No recuerdo a ciencia cierta cuánto tiempo llevaba sin ver un partido oficial de la Bundesliga. Cuando digo verlo me refiero a esperarlo con ansias, sentarme frente al televisor y reservarle una atención exclusiva durante los 90 minutos del juego. Claro, jugaba Arturo Vidal con la camiseta del Bayern Munich y aquello era motivo suficiente para dejar todo de lado y ver cómo se las arreglaba el chileno en el equipo de Guardiola. También era el arranque de una liga en donde varios compatriotas entrarán en acción -desde Charles Aránguiz, con la camiseta del Bayer Leverkusen, hasta Miko Albornoz, jugador del Hannover-. De hecho, en la vereda contraria a Vidal aparecía Marcelo Díaz, volante del Hamburgo.

Y si bien me había dispuesto a deleitarme con el fútbol de Vidal, terminé maravillado con el juego del Bayern. ¡Qué lección de fútbol!, y qué placer para un simple espectador ver cómo un técnico de la talla de Guardiola logra plasmar su idea de funcionamiento de una manera tan plástica, tan estética. El Bayern terminó por aplastar a su rival (5-0) y plantear, ya en la primera fecha, su candidatura a revalidar el título de la Bundesliga.

Mientras los goles caían, recordaba a Eduardo Galeano, el escritor uruguayo, quien tenía una frase que siempre me ha hecho mucho sentido. Más allá de identificarse con un club en particular -era hincha de Nacional-, gustaba de la idea de ir por el mundo mendigando migajas de buen fútbol. Y ahí, frente al televisor, yo no sólo recibía migajas sino un banquete completo -a la manera del que monta Isak Dinesen, en El festín de Babette.

Además, con los goles de Benatia, Lewandowski, Costa y Müller venía el recuerdo de otros tiempos, cuando el fútbol alemán había sido la sal y pimienta de una parrilla que no ofrecía demasiadas novedades televisivas. A fines de los ’70, cuando aún el recuerdo de la Alemania de Maier, Beckenbauer y Gerd Müller seguía fresco, las transmisiones del fútbol alemán marcaron a toda una generación que hoy debe andar en la cincuentena. Esos partidos de la Bundesliga eran una forma de conectarnos con el mundo  -ESPN y Fox Sport eran entonces ciencia ficción pura-, un artilugio para no sentirnos tan aislados, que de la mano del relato del colombiano Andrés Salcedo se convirtieron en otra cosa: prácticamente en un universo propio en el que nos gustaba sumergirnos -para evadirnos, para respirar otros aires, para ver en colores un mundo que solíamos atisbar como una acuarela de grises.

Fruto de la creativa labia de Salcedo irrumpieron ante nuestros ojos Migajita Litbarsky, el Caballo Konopka, Cien mil voltios Reuter, el Poroto Hassler, Caperucita Roja Rummenigge, Mateíto Mattheus, Café tinto Harvick y El espía que vino del frío Nachtweit, entre otros. Algunos crecimos soñando con que algún día Salcedo también se ocuparía de nosotros y nos pondría un apodo mientras serpenteábamos de cara al arco rival.

Por lo demás, siempre los alemanes habían sido un misterio. La propaganda norteamericana, por la vía de las películas de guerra los retrataba como seres malvados, sin emociones, lindantes en la discapacidad mental. Una caricatura sospechosa si se consideraba que eran los mismos que habían ideado la Volkswagen, la farmacéutica Bayer, la fotografía de Leica…

Cuando terminó el partido del Bayern, sólo atiné a suspirar hondo y a escribir el título de esta columna: Ich liebe Bundesliga (yo amo la Bundesliga).

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