Histórico

Impresentable ajuste de cuentas

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Dan ganas de contar que el City pudo haber sacado mejor resultado en Glasgow de no ser por Claudio Bravo, escribirlo incluso en un tuit, pero cualquiera sabe qué oferta se puede cruzar en un rato. A Rodrigo Gómez, ex futbolista, entendido del balón, consumidor compulsivo de partidos y opinador desatado, tener un juicio propio y compartirlo en alto le ha costado un puesto de trabajo en la ANFP. Precisamente por pronunciarse en su día sobre el arquero chileno, por lo visto intocable, y cuestionar su posición como capitán y líder de la Roja.

El peligro de las redes, dirán algunos. Ya le pasó hace unos días a Andre Gray, delantero del Burnley, que vio como la federación inglesa le sancionó por unos tuits homofóbicos redactados cuatro años atrás. O a Zárate un mes antes, a quien el Lleida despidió nada más ficharlo tras comprobar que en su momento se despachó con comentarios racistas, sexistas y anticatalanes.

Pero no. Puede sonar a lo mismo, pero ni se parece. Una cosa es que el uso de las redes sociales exija un elevado grado de responsabilidad y que no esté nada mal que cada cual sea prisionero de las barbaridades que escribe en ellas, y otra muy distinta que con esa coartada se pretendan ajustar cuentas o se coarte la libertad de expresión.

No hay insulto ni delito en los mensajes de Gómez ahora desempolvados, ni siquiera mal gusto. Tan sólo criterio. Discutible si se quiere, el suyo. No hay un conflicto ideológico ni emocional en el caso. Tampoco es que el de la UC levantara una bandera contraria para la que ahora iba a trabajar, ni que se descubriera amor pasado a la U en alguien que hoy besa el escudo de Colo Colo (pecados que sí considera el fútbol). No hubo ni incoherencia en Gómez, tampoco un secretismo repentinamente descubierto. Sólo una opinión, respetable y civilizada. El ejercicio de un derecho.

Pero no. Los jugadores, cuya competencia en el caso además es dudosa (ahora resulta que el camarín tiene que dar el visto bueno a la llegada de un director deportivo), han dicho que por ahí no pasan. Y sus jefes se han sometido. Pese a que el paso atrás les deja en ridículo y evidencia. Pizzi ha preferido cobardía a dignidad. Y sus superiores, desautorizados en público, también han tragado. Puede resultar irrelevante quién ostente el cargo, pero las maneras con las que se cambió de palabra han sido impresentables. De otra época. De otra sociedad. De mucha vergüenza.

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