Integración a palos: El primer machuca

Efraín Miranda fue parte del primer grupo de niños que desde mediados de los 60 participó del experimento social en el Colegio Saint George que inspiró la película Machuca, de Andrés Wood. Lo pasó mal y nunca se sintió parte del grupo, pero a diferencia de los últimos alumnos, que vieron abruptamente interrumpida su experiencia en septiembre de 1973, Miranda se graduó ahí e ingresó a la Universidad de Chile a estudiar Medicina. Hoy vive en Estados Unidos, es académico de la Universidad de Cincinnati y dirige su propia empresa.




Efraín Miranda (59 años, médico) se reúne con dos de sus ex compañeros de colegio en el restorán Tanta, en Providencia. Han pasado 42 años desde que egresaron y, aunque muchos de los integrantes de esa generación se juntan con regularidad desde entonces, Miranda sólo se incorporó al grupo a mediados de los 90. Radicado hace más de 20 años en Estados Unidos, trata de verlos a todos al menos una vez al año, cuando viene de visita Chile.

Una reunión de ex compañeros como tantas otras, salvo porque los asistentes son parte de la primera generación que participó de un inédito experimento de integración social, que fue retratado en Machuca, la película de Andrés Wood (2004). Era 1966 y niños de poblaciones pudieron integrarse en un colegio de elite como el Saint George. "Yo no soy Machuca, nadie lo es, pero al mismo tiempo todos somos un poco Machuca", dice Efraín Miranda, hoy empresario y académico universitario especialista en anatomía, que estuvo en Chile la semana pasada en el XIV Encuentro de RSE y desarrollo sostenible "Soy Chile, Soy Diverso", organizado por la fundación ACCION.

Su experiencia en ese esfuerzo contra la segregación en el sistema educativo cobra actualidad hoy cuando se discuten temas como terminar con la selección en los colegios en el contexto de la reforma educacional que, entre otras cosas, persigue que haya diversidad social e inclusión en los colegios. Su caso muestra que para lograr que distintos sectores de la sociedad convivan armoniosamente se necesita más que obligarlos a compartir sala, pero también revela cómo a él esa experiencia le permitió dar un gran salto.

No soy de aquí ni soy de allá

La historia de Efraín comienza en el barrio Franklin. Su madre trabajaba como empleada doméstica, lavaba ropa y vendía empanadas, mientras su padre, Víctor Miranda, que había cursado hasta sexto año de preparatoria, recorría en su motoneta las ferias libres de Santiago para vender queso y huevos. Gracias a los esfuerzos de sus padres estudió hasta 1965 en el colegio Hispanoamericano, pero un accidente de tránsito dejó postrado varios años a su papá y le impidió seguir pagándole los estudios. Así estaba cuando leyó en el diario sobre la experiencia que se iniciaba en el Saint George y le pidió a su hijo que lo intentara.

"Postuló un grupo grande y quedamos 50 seleccionados", cuenta Efraín Miranda, quien agrega que a esa primera generación de "integrados" se les pidió un requisito adicional: que aprendieran inglés antes de entrar, por lo que debieron asistir durante el verano a clases en el colegio. "Teníamos que tener el nivel de un niño de séptimo básico en tres meses. Sólo tres aprobaron. Yo fui uno de ellos".

¿Y cómo fue la experiencia de comenzar a asistir a clases en el barrio alto?

Imagina. Yo tenía 11 años y era el más joven del curso. Salir del barrio Franklin para ir a Pedro de Valdivia donde estaba el colegio, era llegar al barrio donde estaban las mansiones. Ahora todo se ha ido moviendo hacia arriba, en muchas de esas casas hoy hay negocios y oficinas, pero por aquellos años eran las mansiones de la gente de dinero. Para mí era impresionante.

Se sabe que la llegada de ustedes no fue bien recibida por todos en la comunidad. ¿Cómo fue en tu caso?

No fue fácil. Esto fue una iniciativa de los curas y de parte del colegio, pero había un grupo importante de padres y apoderados que estaban en contra. No querían que sus hijos se juntaran con estos pobres, con estos rotitos. Fue así que algunos alumnos se burlaban, hacían bromas pesadas, incluso con maltrato físico. Es lo que hoy llaman bullying, pero que en ese tiempo no se llamaba así.

Mario Valdivieso, compañero de curso de Efraín, recuerda con dolor estas situaciones. Reconoce que había grupos que agredían. "Recuerdo con pena a algunos de estos nuevos compañeros de origen humilde cabizbajos, aislándose. Les costó integrarse, y a las actividades fuera del colegio jamás se les invitaba", relata.

Enfrentado a este recuerdo, Efraín guarda silencio antes de continuar hablando. Su mirada queda como perdida en el horizonte mientras se acuerda de la vez que fue encerrado en un clóset, o cuando después de meses pintando al óleo para el ramo de arte, uno de los compañeros le dibujó unos genitales en el trabajo que orgullosamente acababa de terminar, y le arruinó todo su esfuerzo. "Se rio en mi cara delante de todos mis compañeros y nadie le dijo nada", comenta.

Pero también tuvo que enfrentar las suspicacias en su grupo de origen. "Yo estaba inmerso en dos sociedades, porque seguía viviendo en mi barrio. En una era el pobre metido a rico, aislado. En la otra, enfrentaba el rechazo de mi familia y amigos", dice Efraín Miranda y agrega: "Aún hay familiares que no me hablan". Hace poco le pregunté a un amigo del barrio de esa época qué pensaban de mí. Me dijo que me encontraban sobrado, que no me portaba como pobre. Y claro, si cuando nos juntábamos y escuchábamos a Pink Floyd o Creedence, ellos tarareaban las canciones y yo las cantaba en inglés. Hablamos del Chile de hace 40 años. El pobre tenía que portarse como tal. Al jefe se le llamaba 'patrón'".

¿Cómo ves que es actualmente?

Hoy se sigue hablando de desigualdad, pero la sociedad chilena ha cambiado mucho. Antes era mucho más marcada la diferencia entre uno y otro extremo, ahora tienes muchas posibilidades entremedio. Hay pobres, pero también gente menos pobre, gente acomodada pero que tampoco es rica, etc. Pareciera que mucha gente no lo ve, pero es cosa de mirar alrededor.

¿Y cómo resististe la doble presión, la sensación de no pertenecer a ninguno de los dos lados?

Tenía 14 años y terminé mal. Hablé con mi padre y le dije que no podía seguir. Me respondió que respetaba mi decisión, pero que si renunciaba al Saint George tendría que volver a estudiar al liceo del barrio, porque él no contaba con recursos para pagarme otro colegio, ni para comprarme libros, ni uniforme, ni cuadernos. Todo eso me lo daban en el Saint George, lo único que mi padre no aceptó fue el dinero para la movilización. 'Eso lo pago yo', dijo. Lo medité mucho y decidí continuar.

El despegue

Efraín Miranda se graduó en 1971, e ingresó a la Universidad de Chile a estudiar medicina. Se especializó en neuroanatomía y terminó como profesor del ramo de la Escuela de Medicina, hasta que en 1981 entró a trabajar en Johnson & Johnson Chile. Una oportunidad que logró no sólo por el título universitario, sino porque sabía inglés.  "Partí como vendedor, luego fui gerente de productos, hasta que llegué a ser miembro de la mesa directiva de la empresa", dice.

En 1991 la misma empresa lo mandó a Estados Unidos para un curso que en principio duraría un año. Mientras estaba allá le ofrecieron quedarse y asumir el cargo de director Asociado de Educación Médica en el Instituto de Endocirugía en Cincinnati, Ohio, una de las filiales de la transnacional que asesora a pacientes y profesionales acerca de las mejores opciones para procedimientos quirúrgicos. "En ese momento tenía más opciones de trabajo, pero decidí quedarme allá por las posibilidades educacionales para mis hijos. Cincinnati tiene muy buenos colegios públicos, en especial en el área donde decidí radicarme".

Partió con su esposa y sus tres hijos: Efraín el mayor, David y Jackie, todos nacidos en Chile. Miranda sabía que, de alguna forma, en Estados Unidos la integración ni siquiera sería tema como lo fue para él. A diferencia de lo que había sido el Chile en el cual le tocó crecer. "Mis hijos tenían compañeros de curso en el colegio donde se daban todas las expresiones de la diversidad: color, raza, religión, idioma, origen, económica, etc.  En la universidad también se da la distinta orientación sexual, política y cultural".

Y no sólo sus hijos podían ahora aprovechar esa oportunidad. Efraín también continuó estudiando: hizo un posgrado en negocios y educación, y realizó un doctorado en anatomía humana en la Facultad de Medicina de la Universidad de Cincinatti. Hoy dirige su propia empresa, Clinical Anatomy Associates, firma que da entrenamiento a médicos en temas relacionados con la anatomía, así como estudios de factibilidad clínica para empresas del rubro, consultorías en educación y servicios de marketing especialmente dirigidos a médicos.

A principios de este año creo una segunda empresa en Lexington, Kentucky, llamada TMS Therapy Centers, dedicada a la técnica de estimulación magnética trasncraneana (mediante estimulación no invasiva de la corteza cerebral se tratan problemas como la depresión). También es profesor asociado de Anatomía Clínica en la Universidad de Cincinnati y en la Universidad de Mount St. Joseph. "Este trabajo lo hago en forma voluntaria, es la forma que tengo para devolver la mano a todo lo que la sociedad me ha dado", explica.

¿Qué pasó con sus ex compañeros de colegio desde que los dejó, siguió viéndolos?

Al principio no. Entré a la universidad y me olvidé. Pero a mediados de los años 90, ya con internet, Augusto Schuster (padre del actor y cantante), uno de nuestros compañeros que en paz descanse, organizó a los Georgians del 71 más oficialmente, y empezaron las reuniones periódicas. Un día recibí un correo grupal, donde se pedía ayuda económica para un compañero que estaba con problemas. Era uno de quienes me aislaban. Recuerdo que en ese momento pensé ¿para qué seguir con rencor? Mandé dinero anonimamente. A partir de entonces me comencé a integrar. Al final te das cuenta que las personas cambian, que los que te molestaban no son los mismos de antes.

¿Han conversado de lo que pasó cuando eran estudiantes?

En el año 2000 mis compañeros crearon el premio The Best Old Georgian. Ese año, en una carta pública y con una ceremonia, me otorgaron el premio y me pidieron como grupo disculpas por lo que me habían hecho. Pero para mí las disculpas ya no eran necesarias. Creo que no se puede pensar en desarrollar una sociedad, un país, mirando siempre por el espejo retrovisor. No estoy diciendo que haya que olvidar, pero sí es necesario aprender y avanzar.

¿Le gustó la película de Andrés Wood?

Tengo un problema con la visión que ha creado el filme. La película no es la historia, es una mirada del cineasta, con personajes muy estilizados, el rico muy rico, el pobre muy pobre. No retrata todos los matices que tuvo el experimento. Cierto que hubo sufrimiento, que muchos renunciaron como estuve a punto de hacer yo, pero también hubo gente que ganó, que aprovechó la oportunidad y logró desarrollarse exitosamente en la vida gracias a esta experiencia inédita en nuestro país.

A la luz de todo lo que le tocó vivir ¿qué opina de la reforma educacional que hoy impulsa el gobierno?

Estoy de acuerdo en eliminar la selección, pero eso tampoco sirve de mucho si no hay un programa educacional detrás, con buenos profesores. ¿Cuál será la misión de la educación para Chile? Mientras eso no esté claro, estamos solo frente a bonitas consignas que sirven para conquistar votos.

De acuerdo con su experiencia, con el Chile en el que usted creció y el país de ahora, ¿cuál cree que es el principal desafío para lograr una mayor equidad en el acceso a la educación?

Uno de los grandes problemas en el país es hacer frente a una idiosincrasia donde los méritos cuentan poco. Eso no tiene que ver con la educación formal, es un tema cultural. Imagina, le vas a dar la misma educación a gente de diversas familias, pero el respeto, la cultura seguirán iguales. Tenemos que partir por respetar al otro. Una reforma que no mide la profundidad de los problemas que tiene Chile, es como un parche curita para un cáncer. El mayor civismo tiene mucho que ver con la educación que entregan los padres y la sociedad, no se trata solo del colegio. Hace poco fui con mis hijos a celebrar el 4 de julio en Estados Unidos y la gente, por ejemplo, no vota un solo papel al suelo. ¿Qué pasa en Chile después de una fiesta o un concierto? Hay toneladas de basura. No nos hacemos cargo, queremos cosas gratis porque pensamos que es nuestro derecho, pero sin esfuerzo personal no sirve de nada que te den las cosas gratis. Creo que cuando te enfocas sólo en contenidos pedagógicos, como ocurre mucho en el Chile hoy, tienes una persona que sólo piensa en consumismo, en ganarle al otro no me importa cómo y, si me lo jodo, mejor. ¿Es ese el Chile que queremos?.

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