Histórico

La calle fantasía de Carolina Alfaro

Una de las grandes del rugby chileno, la capitana de la selección Seven, busca la oportunidad en Europa, en Madrid, donde necesita compatibilizarlo con un trabajo. "Hasta de camarera", señala. De momento, vive de prestado en el departamento de su DT.

Esta historia se traslada hoy a la calle Fantasía de Alcobendas, a una bicicleta prestada y a la cabeza de una mujer de 25 años con una ilusión que desborda. Una capacidad para soñar que parece sacada de las páginas de un libro. Una vida gobernada por una vocación sincera y mezclada con  la necesidad de las gentes anónimas para hacerla más grande. “Necesito encontrar un trabajo ya. Si usted sabe de algo…”, le dice al periodista. “Hasta de camarera, no me importa”, añade Carolina Alfaro, propietaria de esta historia. Una historia que le ha separado  de su zona de confort, jugadora  de rugby, tantas veces aclamada en la selección chilena; insuficiente, sin embargo, para convencerla a ella de que era suficiente. Y por eso se la localiza hoy en la calle Fantasía, donde está su nueva residencia en Madrid, en Alcobendas, ciudad dormitorio de la clase alta que a ella le recuerda “a La Serena, si no fuese por la ausencia del mar”. Pero ésa es una de las cosas que le pasa a Madrid: nunca tendrá mar, las montañas de la sierra no son el mar.

“Mi entrenador, Gustavo Andrés, me ha cedido una habitación en el departamento que vive en Alcobendas con su pareja”. Y aquí está Carolina, en la calle Fantasía, acompañada por una vieja bicicleta que le ha prestado “una compañera del club” para desplazarse cada día a entrenar hasta la Dehesa de Boyal con el Club de rugby Sanse Scrum, donde propone una aspiración amorosa y honrada. A la semana ya era titular, de de ala y de centro. “Llegué aquí gracias a una chica que conocía que estuvo en Santiago, preparadora física de Católica, y que me puso en contacto con el entrenador”, explica Carolina, que aterrizó en Madrid el 5 de enero. Un día antes de que lo hiciesen los Reyes Magos con una maleta en la que, sobre todo, se exponían “las vueltas que da la vida o las vueltas que puede dar”.

 “Venga, anímate”

Hoy, Carolina ya sabe más que entonces, como, por ejemplo, que el frío de Madrid puede ser muy vengativo. “Al principio, me tomó desprevenida. Me obligó a retirarme de un entrenamiento. No podía aguantar. Fue un golpe de orgullo, que me enseñó a abrigarme con mallas, camiseta térmica, etcétera, y ya no volvió a pasar”. De ahí la fuerza de su boca de la que no sólo salen palabras. También un fuego amigo  incansable a su edad, 25 años. “Y ojalá pudiese tener menos, porque tendría más tiempo. Pero he de jugar esta posibilidad que tengo en Alcobendas de jugar rugby 15, no como en Chile que era rugby 7. Siempre quise venir a Europa y ahora estoy en Europa”. De ahí que Carolina no dude de nada. Ni siquiera a sabiendas de que en Madrid tampoco se enriquecerá con este deporte, porque en España el rugby tampoco es ni será deporte de masas.

“Pero yo no le pido dinero a la vida, yo sólo le pido que me dé para vivir a sabiendas de que hay otras cosas más allá del dinero. Mis papas están felices porque estoy cumpliendo un sueño. Cada día que hablo con ellos sólo les falta llorar de emoción y no sabe lo que eso significa para mí, para nosotros. Hasta los 16 años yo no sabía ni que existiese el rugby, pero, de repente, un día vino mi hermano, ‘venga, Carolina, anímate’ y desde entonces este deporte es el amor más fuerte de mi vida”.

“Descubrí que tenia un talento que desconocía. Marché a Santiago y a los dos meses fui a la selección. Es más, conseguí un trabajo gracias al rugby”. Pero entonces llegó la posibilidad de venir a Alcobendas o, como dice ella, “de cumplir el primer paso para llegar a ser la mejor”. Por eso hizo uso de sus ahorros, de la soledad y de la incertidumbre que acompaña a la aventura, sea o no en la calle Fantasía, donde, por cierto, hoy hace una temperatura fantástica, no parece ya invierno.

“No sé lo que va a pasar ni lo que va a durar esta aventura”, explica Carolina. “Pero mientras tenga el derecho a intentarlo lo voy a hacer. Sé que no va a ser fácil. Es más, no está siendo fácil. De hecho, los ahorros que traía de Chile se me están acabando y hasta ahora sólo he encontrado, gracias al club, una clases a niños, de ocho a diez años, que es poco para vivir, incluso para mí, que no necesito mucho. Pero es que Madrid es cara, la vida  en sí, el transporte, sobre todo, el tren de Cercanías de Alcobendas a Madrid, no tiene nada que ver con los precios de Santiago”.

 “No, la paella, no”

Pero el secreto está en intentarlo.  “Y, si acaso, en vencer. Nacimos para abrir puertas, no para cerrarlas”, insiste Carolina, fotografiada junto a esa bicicleta de segunda mano que le prestó la compañera y en esa calle, la calle Fantasía, que podría ser la calle de su vida, alejada del ruido. Una soledad que también invita a Carolina a presumir de lo que se ha encontrado en Madrid, donde ya estuvo “en la Plaza de España, en la Catedral de La Almudena”. “Me gusta la arquitectura de la ciudad, el orden. Son recuerdos, como mínimo, que me quedarán para toda la vida, las propias carreteras de España, ¿quién me lo iba a decir hace unos meses? Pero hace una semana ya estuve en Toledo,  y eso es una ciudad imperial, en Alcalá de Henares y hasta hemos viajado a Barcelona de donde sólo me llevé un mal recuerdo: la paella. No me gustó tanto como me habían dicho que me iba a gustar [ignoraba Carolina que la rica rica se come en la Comunidad Valenciana, o en algunos lugares de Madrid por los que debe preguntar]. Me quedo con el pulpo a la gallega y la tortilla de patatas”, ironiza.

En realidad, es el valor añadido de esta conversación más fácil de contar que de vivir. Quizás, 24 horas al día son muchas, “los entrenamientos empiezan a partir de las ocho de la noche”, y hasta entonces Carolina pelea con sus dudas que, sin embargo, son incapaces de hacerla daño. “Lucho y sé por lo que lucho. No voy a reñir nunca con lo que estoy haciendo. No sé lo que pasará, pero sí sé que esta experiencia me está cambiará para mejor”.

De ahí la seguridad que anuncia su lenguaje y su fotografía. “Llevaba nueve años en la selección. Había conseguido todo lo que en Chile podía conseguir. Tenía que vivir otra cosa, empezar otra vida lejos de todo lo que conocía”. Y por eso está hoy aquí, en esta mañana de Alcobendas, donde le queda tanto por descubrir. Quizás porque a los 25 años ya ha descubierto que, en realidad, la fantasía de la vida es ésa, que no haya dos días iguales.

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