La casa olvidada
Según la Fiscalía Sur, Sacco y Vanzetti fue una de las casas okupa más importantes de Santiago. Por ahí pasaron Rodolfo Retamales Leiva, "El Garza", procesado en el llamado caso bombas. Y allí estuvo también Luciano Pitronello, anarquista a quien la semana pasada le reventó un artefacto explosivo en las manos. Aún así, nadie se acuerda bien de la historia de esta mansión ubicada en el Barrio Yungay.

Las construcciones no hablan. Y eso, que parece tan obvio, al final de todo esto va a ser el único detalle que importa en esta historia. Porque en eso terminó lo que queda de Santo Domingo 2423. Una vivienda dejada a su suerte en el Barrio Yungay y de la que nadie sabe mucho más que esto: ésa era la casa de los muros con dibujos desesperados y mensajes urgentes que conocimos como el centro okupa Sacco y Vanzetti.
Aunque esas eran cosas que Javier, el último morador forzado de esta casa, no sabía cuando le llegó esa extraña oferta que lo tendría ocho meses encerrado aquí, de lunes a domingo, en una casa fría donde ni siquiera hay luz ni agua. Javier, que es bajo, moreno, que tiene una barba porfiada y un pelo pajoso pegado en la nuca, cuenta que el 22 de octubre pasado su jefe en la empresa Demoliciones Saavedra le dijo que tenía que irse a cuidar esa casa. Que recién habían desalojado a unos okupas y que alguien tenía que estar ahí para asegurarse de que no volvieran.
Javier había llegado a Santiago desde Talcahuano hacía dos años, después de separarse de su mujer. Dormía donde su hermana en Cerrillos y nunca, en sus 42 años, había escuchado hablar de okupas.
-Parece que estos cabros andaban poniendo bombas. No sé nada yo. Lo único que quiero es irme.
-¿Y por qué no te vas?
-Por la plata. Aquí somos dos los que cuidamos. Estoy yo y otro viejo de la demolición, al que le decimos don Zurita. Me pagan 500 lucas por cuidar la casa. Y eso es más de lo que gano en la pega.
Antes de decir que esa plata igual se le hace poca, que todos los meses tiene que mandar un poco a sus hijos al sur y que, por eso, no le da para comprarse más cajas de Lucky Strikes sin filtro, Javier insiste en que en verdad no sabe nada de la casa. Que entiende que le pertenece al Instituto de Salud Pública (ISP) y que esa institución llegó a un acuerdo con una empresa constructora que hizo de intermediaria con Demoliciones Saavedra para poner a alguien de guardia ahí.
-¿Y se puede pasar a mirar?
Javier mira de reojo para ver si viene alguien.
-Ya, pero entra rápido.
***
Los vecinos aquí inventan. Cuentan historias y dicen cosas como esta: que esa casa, hace muchos años, fue un centro de detención o quizás de torturas. Que antes del golpe, las veredas, que hoy son de un asfalto partido que envejeció mal, tenían pasto y jardines.
Y el rumor, en este barrio donde las calles son de adoquines, la pintura se descascara en los muros y la botillería de la esquina vende tres latas de Báltica en $ 1.000, también puede ser una forma de verdad.
Gabriela Benavides es la presidenta de la junta de vecinos de Cumming con Santo Domingo, que como barrio es una suerte de reproducción de un Chile provinciano descafeinado, donde los moteles, los prostíbulos, las casas añejas y las hojas que se secan en la vereda, conviven bajo esa sensación de que nunca dejará de ser domingo por la tarde. Ahí, dice recordar un par de cosas que la Fuerza Aérea desestimaría más tarde.
-Aquí había gente de la FACh. Ocuparon la casa como del 73 al 86. Se fueron, creo que por un incendio.
-Y de los okupas, ¿recuerda algo?
-Hacían actividades culturales. Tenían una biblioteca, les mostraban películas a los niños. Pero no se relacionaban mucho con nosotros. El que se mostraba más era el joven que vivía al lado, que también era medio okupa. Se llamaba Rodrigo. Era medio voladito. Lo desalojaron el año pasado.
Otra vecina, que dice llamarse Nancy y arrienda piezas en su casa, pide disculpas cuando le preguntan por la Sacco y Vanzetti.
-Mire, de General Bulnes hacia García Reyes, que es donde está ese lugar que usted dice, y de General Bulnes hacia Cumming, que es donde vivo yo, son dos mundos muy distintos. Hacia acá están las familias que han vivido desde siempre acá. Que cuidan su casa, que se preocupan.
- ¿Y para allá?
-Está lleno de peruanos.
***
Al interior de Santo Domingo 2423 hay muros donde se leen cosas como "Las kasas se abandonan, las ideas jamás". También hay polvo, ropa vieja, zapatillas, cartas, una jeringa, muebles rajados, papeles tirados por el suelo con apuntes que explican la "pigmentocracia imperante en Chile" y hojas arrancadas de textos de Michel Foucault.
-Cuando llegué -cuenta Javier- estaba todo tirado. En el suelo. Cartoneros y gente que pasaba se metía a sacar los libros de la biblioteca. Yo no agarré nada y después me arrepentí. Podría haberme quedado con una enciclopedia.
Santo Domingo 2423 es una casa de tres pisos, con un estilo que podría ser descrito con el amplio término de ecléctico: es resultado de tres o cuatro estilos distintos. Tiene siete dormitorios, tres baños, una cocina, una sala de estar, un comedor, un sótano y un patio tan grande que desde Google Earth parece una gran mancha verde que hace olvidar el desastre que quedó adentro.
Hoy, la casa se ve como se ven las casas saqueadas después de una pesadilla o un desastre. Pero imaginémosla antes, con los techos altos, los suelos de madera y las piezas amplias. Imaginémosla como una construcción que a mediados de enero de 2002 pareció el lugar perfecto para un grupo de okupas que negaban cualquier tipo de autoridad o concepto de propiedad. Que como una suerte de premonición, la bautizaron como Centro Social Okupado y Biblioteca Sacco y Vanzetti, como una oda póstuma a los dos inmigrantes italianos anarquistas que se quemaron en la silla eléctrica, el 23 de agosto de 1927, después de ser encontrados culpables del asesinato de dos personas en Massachusetts.
Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, un zapatero y un pescador, fueron, para muchos, víctimas de un proceso judicial que estuvo más cerca de los prejuicios que de las pruebas concretas y la justicia. Ochenta y tres años más tarde, algunos de los supuestos moradores de esa casa serían detenidos por la justicia en el llamado caso bombas. La vivienda habría servido como lugar de reunión.
Aunque eso, ahora, no eran cosas que le importaran a Javier, que duerme en el primer piso, sobre una cama que está a un soplido del desplome.
-A las piezas de arriba llega el sol, pero preferí dormir abajo porque el olor ahí era terrible. No sé si fueron estos cabros o gente que vino después, pero cuando subí al segundo piso por primera vez me topé con una pieza llena de mierda.
- Y cuando quieres ir al baño, ¿cómo lo haces?
-Voy afuera. No me queda otra que hacer en el patio.
***
En la Municipalidad de Santiago no hay registro sobre cuándo ni quién pudo haber construido la casa de Santo Domingo 2423. Pero Gustavo Carrasco, arquitecto experto en patrimonio del municipio, dice que tiene que haber sido construida a fines del siglo XIX o principios del XX. La respuesta es simple.
-El registro de construcciones comienza en 1929, después del terremoto de 1928 en Talca. Busqué en nuestros archivos y no aparece nada. Así es que tiene que ser anterior. Yo la he visto en fotos y creo que debe haber sido lo que se conocía como una casa de altos y bajos. Es decir, un lugar destinado para que vivieran unas tres familias. Era como la alternativa a los cités que tenían las familias con un poco más plata.
Ignacio Corvalán, otro arquitecto de la municipalidad, piensa que probablemente no fue hecha por un arquitecto demasiado conocido. Que lo más seguro es que haya sido un arquitecto joven, quien se debe haber encargado de varias casas en serie en ese sector, al cual, después de la Guerra del Pacífico, migró parte de la aristocracia para construir la casa que soñaban.
Y esos datos son todo lo que hay.
Las agrupaciones que buscan preservar el Barrio Yungay no saben nada de la casa. El Consejo de Monumentos Nacionales tampoco. En el ISP, que figura como dueño de la propiedad, no pudieron determinar con precisión desde cuándo contaban con ella.
Entonces lo que se sabe, después de preguntar y darse vueltas, es esto: en 1976, el Ministerio de Bienes Nacionales le compra la casa a una María Olga Ortubia, de la que no se conoce su segundo apellido. Un año después, Bienes Nacionales se la destina a la División de Aeronáutica Civil, que en esa época dependía de la FACh y explica, en gran medida, la confusión de Gabriela Benavides. En 1986, Aeronáutica se la devuelve a Bienes Nacionales y, al año siguiente, la casa de Santo Domingo es traspasada al ISP. A partir de ahí, todo se vuelve confuso. En el ISP aseguran que alguna vez hicieron uso de ella y en la Fiscalía Sur, que investiga el caso bombas, dicen que el Instituto de Salud Pública nunca hizo uso efectivo de la propiedad.
Lo que vino entonces fue justamente eso: el ejercicio en que un grupo de okupas se hizo de una casa que el Estado nunca se preocupó de reclamar.
***
En la Fiscalía Sur las cosas están más claras. Y por eso, quizás, es que esta es la única etapa en la historia de Santo Domingo 2423 que alguien sabe o intenta contar. Allí explican que comenzaron a vigilar a la Sacco y Vanzetti desde 2004, cuando la casa se prestaba para actividades culturales que, para algunos, también podían entenderse como intentos de adoctrinamiento de la comunidad por parte de los okupa. Que ese era el fin de las películas que se mostraban.
Todo cambió en 2005, cuando la fiscalía aseguró encontrar conexiones entre la molotov que se lanzó a La Moneda durante una marcha y varias casas okupa. Dentro de ellas estaba la Sacco y Vanzetti, que describen como la más relevante por espacio y posicionamiento dentro del barrio.
Por ahí, aseguran, pasaron unas 800 personas, entre 2006 y 2010. Tipos como el mismo Rodolfo Retales Leiva, alias "El Garza", que llevaba bidones de agua dos veces al día para abastecer la casa. Mujeres como Gabriela Curilem, que era la encargada del lugar y que hoy está prófuga. Y otros como Luciano Pitronello, el anarquista al que le explotó una bomba en Vicuña Mackenna con Victoria. El, a lo menos, habría pasado dos veces por ahí. Todos estos antecedentes son negados por un abogado defensor en el caso bombas.
A la Sacco y Vanzetti sólo llegaba el que ya hubiera pasado por otras casas okupa, como Mauricio Morales, el estudiante de Historia que murió en 2009, intentando poner una bomba en la Escuela de Gendarmería. Por eso fue difícil infiltrar gente. Varios tenientes que trataron de meterse, haciéndose pasar por anarquistas, fueron obligados a irse al día siguiente.
Por eso, la opción fue persuadir a los vecinos. Uno de ellos fue Rodrigo, el vecino de la Sacco y Vanzetti, quien -según la fiscalía- alertaba a la policía de investigaciones de los movimientos de los okupas y denunciaba que preparaban bombas en el patio. Hoy, en uno de los muros de la casa de este vecino, se lee la consigna: "Los sapos pagarán con la vida".
Con toda esa información recolectada, la madrugada de un sábado de octubre de 2010, a las seis de la mañana, un grupo de 80 policías entró a la casa okupa a desalojarla. Eligieron esa hora específica por motivos tan fríos como obvios: un enemigo dormido, con resaca, siempre es menos dañino que uno sobrio.
Después vino el saqueo de la biblioteca, el abandono total de la casa, el tapiado de las ventanas, la promesa de que la vivienda pasaría al Servicio de Salud Occidente y la llegada de Javier, quien pasa los días mirando el techo y lamentándose de haber cumplido 42 años sin nadie que se quisiera acordar.
COMENTARIOS
Para comentar este artículo debes ser suscriptor.
Lo Último
Lo más leído
2.
3.
4.
Contenido y experiencias todo el año🎁
Promo Día de la MadreDigital + LT Beneficios $3.990/mes por 6 meses SUSCRÍBETE