La primera reacción de Japón tras la bomba atómica: seguiremos luchando
El ataque en Nagasaki y la invasión soviética determinaron la rendición del imperio japonés en la Segunda Guerra Mundial.

A días de los 70 años del ataque nuclear a Hiroshima y Nagasaki, recordamos los días que se vivieron entre el primer bombardeo nuclear, cometido el 6 de agosto de 1945 y el segundo, el 9 de ese mes. Tres días que marcaron el futuro de una ciudad.
La suerte del imperio japonés ya estaba definida para los aliados tras la caída de Alemania, en Europa. Japón venía sumando un años de derrotas importante: la flota imperial estaba muy reducida y el peso de su avión era cada día menor.
Estados Unidos ya tenía cercada la nación del sol naciente. Las principales ciudades niponas eran bombardeadas todos los días, sin embargo, el imperio no cedía.
El 26 de julio, en la llamada conferencia de Potsdam, donde los aliados se dividieron Alemania y buena parte de Europa, Truman, Churchill y Stalin también señalaron los términos de la rendición de Japón, que seguía luchando. Esta debía ser incondicional para evitar las destrucción total de sus fuerzas armadas.
El 28 de julio, el gobierno nipón rechazó las imposiciones.
El Emperador Hirohito definió cuatro puntos para aceptar una rendición: respetar el kokutai (esencial nacional, materializada en el sistema monárquico de gobierno), que las propias FFAA realizaran el desarme, que no se ocupara el territorio nacional y que los crímenes de guerra fueran juzgados por tribunales japoneses.
Ante el temor de una sangrienta invasión a Japón, con un costo de vidas altísimo, EEUU optó por la bomba atómica. Se programaron ataques para agosto, septiembre e, incluso, octubre, si el imperio se resistía.
El 6 de agosto cayó la primera bomba sobre Hiroshima. Pese a la destrucción y al impacto que causó, el gobierno nipón mantuvo silencio. Entre el 6 y el 9, día del segundo ataque, la tensión en la isla fue máxima.
Las FFAA no aceptaban una rendición y los civiles del gabinete intentaban negociar para que EEUU visara los cuatro puntos que exigía el Emperador. El ministro del Ejército, general Korechika Anami fue tajante: se pelearía hasta que las bajas de EEUU hicieran a su gobierno aceptar una rendición japonesa condicionada, manteniendo algunos de los territorios conquistados.
Así, Tokyo mantuvo sus defensas y la lucha continuó. Pero el escenario empeoró aún más: en la media noche del 9 de agosto, el Ejército Rojo invadió Manchuria, localidad china controlada por Japón a través de un gobierno títere. La tan temida arremetida soviética había llegado y Japón ahora tendría que mantener un nuevo frente, contra un ejército que venía de conquistar Berlín. en un avance avasallador.
Ese mismo fatídico 9 de agosto, cayó la segunda bomba atómica, esta vez, sobre Nagasaki.
El nuevo ataque atómico mantuvo a las FFAA japoneses inamovibles en su postura de seguir la guerra, pero esta vez el Emperador zanjó el asunto: aceptó la renuncia incondicional del imperio. En la madrugada de 10 de agosto, después de toda una jornada de reuniones en que las posturas no se acercaron, el emperador se inclinó por la paz.
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