La tradición y el orgullo samurái llegan a Chile
El miércoles se abre en el Centro Cultural La Moneda la exhibición de 135 armaduras samurái que van del siglo XII al XIX. Las piezas son parte del acervo de los coleccionistas Ann & Gabriel Barbier-Muller, y es el más grande y valioso que existe fuera de Japón.

No sólo se trataba de saber usar bien la espada o cabalgar con gracia un caballo. Ser un caballero Samurái, allá por el siglo X en Japón, implicaba haber sido elegido como miembro de una élite guerrera poseedora de un estricto código de honor, el Bushido; al cumplirlo, se convertía en un hombre honesto, justo y respetable. Su poder se extendió por más de 100 años, fortaleciéndose desde el siglo XII luego de que concluidas las Guerras Genpei, se estableciera un gobierno militar bajo la figura del shogun, por la que incluso el Emperador del país quedó bajo su sombra.
A pesar de que se han popularizado en el cine, desde los más dramáticos y épicos personajes de Akira Kurosawa (Los siete Samuráis o La fortaleza escondida), hasta las versiones más hollywoodenses, como El último samurái de Tom Cruise, la cultura de estos guerreros espirituales y poderosos en partes iguales es más bien desconocida en estas latitudes. Esa fue la razón por la que hace poco más de cuatro años Alejandra Serrano, directora del Centro Cultural La Moneda, pensó en traer una exhibición del arte samurái a Chile. No fue fácil. “Tuve conversaciones con por lo menos dos embajadores japoneses a lo largo de estos años, queríamos traer algo desde la misma cuna de estos guerreros, pero finalmente encontramos una opción en Estados Unidos. Esta es la colección más valiosa que existe fuera de Japón y sin duda está al nivel de la muestra que hicimos en 2009, con los Guerreros de Terracota”, cuenta Serrano.
Desde el miércoles, las salas subterráneas al Palacio La Moneda se abrirán para presentar al público Sámurai: armaduras de Japón, la exposición que reúne 135 piezas originales, entre máscaras, cascos, espadas y armaduras completas, pertenecientes a Ann y Gabriel Barbier-Muller, una pareja de coleccionistas de Estados Unidos amantes de la cultura nipona, quienes tienen un acervo que asciende a los 1.300 objetos, lo que los llevó a formar su propio museo en Dallas. Sin embargo no se han quedado ahí.
Las piezas que van del siglo XII al XIX, ya han sido exhibidas en prestigiosas instituciones como el Museo de Arte del Condado de Los Angeles (LACMA), el Museo de la Civilización de Québec, Canadá, y el Musée du Quai Branly en París, entre otros.
“Esta exposición viene itinerando desde 2011 y realmente estamos muy contentos de que haya llegado a un lugar tan lejano. Los coleccionistas llevan reuniendo piezas desde mediados de los 90, buscando las joyas más impresionantes en Europa y Japón”, dice la curadora de la muestra, Jessica Beasley.
Belleza y técnica
Las piezas que estarán hasta el 7 de febrero en Chile, se despliegan en las dos salas principales del centro cultural. La sala Andes presenta a los daimyo, los señores de la guerra, quienes con sus ornamentadas y feroces armaduras gobernaron Japón con el ejército samurái a su servicio. Aquí se ven la mayoría de los cascos de la muestra que se caracterizan por su diversidad de formas. Está, por ejemplo, el Eboshi Kabuto Menpo, del periodo Muromachi tardío o fines del siglo XVI, que tiene en ambos extremos unos cuernos de alce o el Oitaragainari Kawari Kauto, un casco con forma de caracol marino, de inicios del periodo Edo en el siglo XVII.
Las extraordinarias piezas no sólo dan cuenta de la habilidad de los guerreros sino también del talento de los gusoku-shi, los artesanos japoneses que se dedicaban a fabricar las vestimentas y que debían equilibrar belleza con eficiencia técnica. Así, se pueden apreciar también en esta sala armaduras enteras como la Domaru Tosei Gusoku, hecha por Bamen Tomonori en el periodo Edo o la Nimaitachido Tosei Gusoku, realizada por Myochin Munenori en el siglo XVIII.
“Tanto el samurái como el artesano colaboraban en la creación de la armadura, eran importantes los colores, los emblemas, las formas y los materiales que incluyen metales preciosos y semi preciosos, hierro, sedas y brocados”, explica la curadora. “Lo particular de estas piezas es su montaje y es que Ann y Gabriel Barbier-Muller, las ven como si fuesen verdaderas esculturas, eso les otorga otra una dimensión más artística”.
Este énfasis se nota sobre todo en la Sala Pacífico, donde se exhibe el conjunto más impactante: tres réplicas de caballos con sus respectivas armaduras ecuestres y sobre ellos, los jinetes vestidos para la ocasión, todas completas del siglo XIX. Además, Beasley destaca el completo atuendo Mori, que incluye abanicos, espadas, capas y arcos, y que perteneció por 300 años a una de las familias niponas de más alto rango, el Clan Mori, cuyo emblema es la hoja de paulonia y aparece en muchas de las piezas.
Sin embargo, más allá de las armaduras de guerra, las piezas logran evocar la integral enseñanza que cultivaban los shogunes desde pequeños, que incluía no sólo artes marciales, tiro de arco y espada, sino también filosofía, literatura y caligrafía. El equilibrio de mente y cuerpo era fundamental, puesto que aunque la guerra era su principal campo de experiencia, la paz era el objetivo final. No por nada uno de los siete principios era la cortesía, rei, que dice que ningún samurái encuentra un motivo para la crueldad y debe ser cortés incluso con su enemigo.
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