Hoy son dos temas. Primero: los delincuentes. Todos los que van al estadio a generar violencia deben ser sancionados. Su pena: NO entrar nunca más a un estadio. Las leyes están para cumplirlas y punto. Se necesita de la voluntad de los organismos competentes para sancionar. Si no lo hacen es por miedo o por incapacidad. Hay fotos, videos y primeros planos de los involucrados y siguen caminando con toda libertad en las canchas. Ésa es la médula y se siguen dando vuelta en el bombo, en el lienzo, en el pan de molde y en el jugo de caja. Tolerancia cero.

Segundo: hoy quiero defender al gran porcentaje de hinchas que agacha la cabeza, que no tiene voz y que ve cómo un  juego se empaña. Hay una violencia silenciosa que crece. ¿Qué sucede con el hincha? Ése que va a disfrutar de un espectáculo deportivo y que sufre humillaciones permanentes. Los ubican en filas eternas guiados por caballos de carabineros como si fueran animales, todos pegados contra la pared para que el ganado no se disperse. A muchos los apalean sin motivo. Niños y mujeres que sufren, junto a sus padres, porque tienen que seguir al rebaño. ya que no tienen otra opción para acceder. Eso es violencia. Se abren pocas puertas porque faltan guardias, porque no llegó el boletero o porque quieren juntar a todos los malos en un lugar. La gente se apretuja y provoca la cólera natural. Eso también es violencia. NO todos son bandidos.

Luego, en la etapa final del  ingreso, les quitan sus bebidas, sus banderitas, su jugo en caja, mientras que en otro lado aparecen cuchillos, bengalas y petardos. Esperan unos momentos para ser revisados y, posteriormente, se encuentran con la sorpresa de que no funciona el sistema que verifica el carnet de identidad. Otra espera . Eso también es violencia. Por último, van al baño y en algunos estadios chapotean en orina y seguramente se van a encontrar sin papel confort y con un chorrito pequeño de agua. El que paga merece un baño decente, como corresponde. Al cliente hay que darle un abrazo y no una cachetada cuando entre.