Histórico

Nicolás López no tiene filtro

Su última película, Sin Filtro, sobrepasó la semana pasada el millón de espectadores, convirtiéndose en la segunda más exitosa del cine chileno. Nicolás López repasa aquí su carrera, que sabe en Chile está llena de cuestionamientos, y habla sobre triunfar inesperadamente y de fracasar cuando se hace todo para triunfar. Esta es la historia de un tipo que fue expulsado de su colegio por escribir mal de sus compañeros. Y que nunca volvió a mirar atrás.

“La peor pesadilla es estar adentro de mi cabeza. Podís estar dos horas conmigo en una comida, pero ¿tú sabís lo que es estar todo el día conmigo? Yo me despierto y estoy conmigo”.

Nicolás López (32) dice esto como atropellando las palabras, en un café de calle Infante, en Providencia. Estar con López es someterse a sus obsesiones, a sus lecturas de la post-posmodernidad, a sus aciertos, a sus culpas, a sus delirios y a su coprolalia.  Puede ser mareador. Como una montaña rusa. Y el mundo, todos sabemos, se divide entre los que se suben y los que no se suben a las montañas rusas.

Los que van a ver las películas de López son probablemente de los que sí se suben, son de los que sí quieren estar en su cabeza, al menos por un par de horas. Podrán salir con una sensación de adrenalina o podrán salir vomitando, pero es gente que está disponible para la experiencia.

Estas últimas semanas, López juntó a más de un millón de espectadores en cines chilenos en Sin Filtro, su último filme protagonizado por Paz Bascuñán, cuyo personaje se termina por liberar y rebelar ante un mundo que parecía tenerla de rehén. La cifra de un millón ya transformó a la película en la segunda más vista en la historia del cine chileno, justo después de la, al parecer, inalcanzable primera película de Stefan Kramer, que superó los dos millones. Después de cuestionamientos a su manera de hacer cine, después de un fracaso internacional como Santos, una película que lo dejó al borde de la quiebra, lo de Sin Filtro llega como un éxito absoluto. Y también como un éxito algo inesperado.

Un viejo productor norteamericano se lo dijo una vez: “Somos monos con dardos”.  Cada proyecto es un dardo, cada película es un dardo que puede ir con dirección a cualquier lado o pegar justo en el blanco. Sin Filtro, claramente, es el dardo de López que dio en la diana. “El mundo de las artes no tiene ninguna lógica”, dice mientras sorbetea una soda light un caluroso martes en la tarde.

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López era un niño de 12 años que tenía una columna en la desaparecida Zona de Contacto, de El Mercurio. Se llamaba “Memorias de un pingüino” y era sobre crecer incómodo y desadaptado en un colegio privado. Cada viernes, sus profesores y sus compañeros del British Royal School de La Reina la leían. Y lo odiaban por escribir lo que escribía. Por reírse, por ridiculizar.

Alfredo Sepúlveda, periodista y escritor, en ese entonces editor del suplemento, lo recuerda: “La mitad de sus compañeros le querían pegar. Nicolás no lo sabe, pero yo le escribí una carta a la rectoría junto a su mamá para que no lo echaran. Y nos respondieron que no podían garantizar su seguridad”.

Sin saberlo, López, 20 años antes de estrenar Sin Filtro, era expulsado precisamente por no tener ningún filtro.

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En el calor de febrero, López lleva puesta una polera de un panda con guantes de boxeo mientras camina por su barrio en Providencia. En el barrio está Sobras, su productora, y arriba de su productora está su departamento, el mismo que se ve en Sin Filtro como el departamento de Paz Bascuñán. Y en el mismo edificio vive su amigo y colaborador, el actor Ariel Levy, además del escritor Francisco Ortega. “Somos como Melrose Place”, dice.

La película tiene un sentido de clan. Hecha con amigos y con poco dinero, paradójicamente el filme de López más barato ($ 400 millones desde la preproducción hasta la campaña de marketing) es también el más exitoso. Y todo fue hecho en tres cuadras de Providencia.

El financiamiento para la película vino de afuera, de Netflix. Otra parte la puso la misma productora de López.  “Acá en Chile tienes que quemarte a lo bonzo para que te respondan un mail en TVN, Chilevisión o el 13”, dice López. “Es un mundo muy mezquino y arrogante el de la televisión, con una visión cortoplacista frente a todo. Los canales son un circo manejado por descerebrados que no tienen ningún estudio básico de cómo funcionan las audiencias y que van pegando palos de ciego. Y si funciona un poco, como los Simpson o las turcas, le dan, le dan, le dan”.

Tampoco esperó procesos de fondos públicos: “Cuando uno hace comedias es como estar sentado en la mesa de los niños, es como ser el tonto del curso”, remarca. Por eso, en mayo del año pasado simplemente se lanzó a filmar. Los antecedentes eran estos: su última película, la segunda parte de Promedio Rojo, había metido 60 mil personas en las salas y, en sus propias palabras, había pasado sin pena ni gloria. Antes, la trilogía de Qué Pena tu Vida había acumulado medio millón de espectadores. Superar un millón de entradas vendidas no estaba en los registros de sus sueños más salvajes. “Pero en un mundo donde todos quieren ser indie yo quiero tocar pop. Las mismas razones por las que esta película fue un éxito son las mismas por las que podría haber sido un fracaso. Antes del estreno me decían que era una película para mujeres, donde todos son súper cuicos, donde actúa Paz Bascuñán, la misma de Soltera Otra Vez, que era como una teleserie filmada. Y fueron esas mismas las razones por las que terminó enganchando”.

Para este fin de semana se espera que Sin Filtro llegue al millón 100 mil personas. “Una película de Almodóvar promedio mete 700 mil personas en España”, refuerza López. “Pero el éxito es una anomalía, no tiene ninguna coherencia, cuando es así de numérico”.

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A López todavía no lo echan del British Royal School. En su mundo de preadolescente es importante almorzar en el casino del colegio. Los chicos con más onda lo hacen ahí y López quiere pertenecer, dejar de estar en los márgenes. Pero su madre insiste en llevarle una vianda.

López le da un ultimátum: no más termos con comida a la hora de almuerzo. La madre parece entender, hasta que un día llueve y hace frío. López está en la cola del casino cuando aparece un auxiliar: “Su mamá está en la puerta del colegio para darle su almuerzo”, le dice.

López sale del casino furioso. Llega hasta la reja y encara a su madre. Acepta el termo con comida, pero en lugar de llevárselo, lo abre. Y le lanza todo el contenido encima a su mamá. “En el momento en que vi la comida volar supe que había cometido un error”, dice López.

La mamá se llama Carolina Fernández, tiene 55 años, y recuerda la escena con una diferencia. “Me tiró el termo, pero estaba cerrado”. Fernández recogió su orgullo y se llevó el termo a casa. Ese día supo que tenía que aprender a soltar a su primogénito. Y en lugar de castigar a López, le dijo que lo que había hecho era grave, que nunca volviera a hacerle algo así. Dicho esto, le regaló un enorme libro de Woody Allen.

En la familia de los López Fernández los episodios de rabia emancipadora pasaron a llamarse “loncherazos”. López no se arrepiente del todo, porque gracias al “loncherazo” conoció a Woody Allen.

-¿Tú sabes que si le haces eso a tu madre en 2016 te vas preso, no?

-Lo sé.

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Promedio Rojo fue una pequeña gran película de 2004 que le valió a López algún interés internacional. Quentin Tarantino la encontró la película más divertida del año. Salma Hayek le hizo un contrato para un proyecto que nunca vio la luz, pero eso también le valió la aparición de más inversionistas. Y así, López empezó a preparar su filme más ambicioso que se llamó Santos, que fue estrenado en 2008 y que costó cinco millones de dólares. Nada de eso sirvió. En Chile no llegaron a verla más de tres mil espectadores.

“La familia entera se fue a España para el estreno”, recuerda Carolina Fernández, la madre. “Ahí nos dimos cuenta de que la película no funcionaba con el público y fue súper bueno, porque nos sirvió para contener y apoyar a Nicolás”.

López tenía apenas 25 años.

“Me mareé y me creí la raja”, confiesa López de su etapa pre Santos. “Después tuve ese fracaso, que fue lo mejor que me pudo haber pasado. Me obligó a reinventarme, a filmar barato, a buscar una nueva forma de contar historias. El proceso es lo único que uno puede controlar. Si le va bien o mal al proyecto ya deja de ser tema de uno”.

Carolina Fernández, la madre, también vivió esa época con intensidad. Recuerda haber llamado al crítico de cine Italo Passalacqua para reclamarle por haber destrozado una de las películas de López. “Incluso, mi ex marido, el papá de Nicolás, lo empujó un poco en un mall”, dice Fernández.

Alfredo Sepúlveda lo ve desde su vereda: “Nicolás siempre está buscando la aprobación, por eso Santos fue tan duro para él. Pero esa era una película demasiado cara para que contara los chistes que a él le gusta contar. Luego los siguió contando en las Qué Pena, pero a menor escala. Y en Sin Filtro es la primera vez que Nicolás no ocupa un alter ego, que separa al personaje principal de él mismo. Pero es finalmente con Santos donde se hace hombre”.

López ahora habla del arte y de no hacer películas artísticas para artistas. López parece resentir que su cine sea visto como un subgénero, pero al mismo tiempo dice que ya no le importa, que lo suyo es entretenerse haciendo mientras vive del cine. “El mayor problema que tenemos como chilenos es que todo es tan en serio, todos son tan artistas y hacen huevadas tan definitivas”.

-Después de Santos, ¿es Sin Filtro tu revancha, tu venganza?

-No creo en la venganza. Antes sí, tenía un chiste de ‘¿quién es el perdedor ahora?’, cuando estaba en la alfombra roja. De hecho fui al psicólogo ahora para ver por qué no estoy eufóricamente feliz. Yo tenía un rollo con Machuca, que se estrenó el mismo año de Promedio Rojo, y Machuca era la película seria, bacán de cine arte y Promedio Rojo era la película huevona, divertida. Ahora Sin Filtro superó a Machuca en público y me llegaban todos los WhatsApp diciendo “10 años más tarde”. Pero perdí las ansias de venganza. Lo único que me importa es no parar de hacer películas, que es lo que me permite hacer otras películas.

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Ariel Levy conoce a Nicolás López desde Promedio Rojo, en 2004. En esa época, Levy era un estudiante de Teatro de primer año con sobrepeso. “En la audición, cuando me preguntaron cuál era mi película favorita, yo dije que era El Rey León”, recuerda Levy. “Todavía lo es, de hecho”.

“Fue el único que no habló del gran arte”, recuerda Alfredo Sepúlveda. “Y eso a Nicolás le gustó”.

Levy y López no se hicieron realmente amigos hasta la primera Qué Pena tu Vida. López dice que Levy es su “pareja heterosexual”. Levy dice que López lo molesta por estar en programas de baile y hacer shows de disco mostrando sus calugas.

Desde Promedio Rojo hasta ahora, López y Levy tienen más de un par de elementos biográficos en común: además de vivir en el mismo edificio y hacer películas juntos, ambos son ex gordos.

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En medio de su soda light, López mira a su alrededor. De las cinco mujeres que hay en el café, el 100% está metida en su notebook o en su celular. “Esto es absurdo, qué es esto”, dice. “Todos con sus pantallitas haciendo puras huevadas. Porque nadie está realmente trabajando o escribiendo. Están en Instagram  o revisando el mail. Ya se hizo incómodo estar con nosotros mismos. Las parejas andan buscando series para no tener que hablar entre ellos el fin de semana”.

De ese tipo de observaciones está hecha Sin Filtro. López lo admite. Si las Qué Pena eran pro tecnología, Sin Filtro es antitecnología. Aún así, López se ha llevado malos ratos en redes sociales por precisamente no filtrar. En 2014 fue criticado al preguntar por Twitter cuánto cobraba Roxana Miranda, candidata presidencial, por limpiar su casa.

-¿Te arrepentiste de eso?

-No, para nada. Sí es un chiste malo dicho en el contexto  equivocado, pero de ahí a arrepentirme lo haría si atropellé a alguien o hice algo malo. Hice chistes de Karadima, de Matthei y nadie dijo nada. Sólo me dio lata que mi mamá sufriera por eso.

La entrevista termina. Y López paga su bebida y un café con su tarjeta de crédito y dice que qué importa, que después de Sin Filtro es millonario, con ironía pura y dura, pero también dejando asomar algo de verdad.

Aunque esta vez en su película fuera una mujer, aunque esta vez fuera Paz Bascuñán y no Ariel Levy, el que toda la vida quiso largarlo todo y, de alguna manera lo hizo, fue Nicolás.

El sin filtro era López.

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