O'Higgins según la estación

La revista Cuadernos de Historia publica un ensayo sobre la "apropiación" de su figura por la izquierda y la derecha, entre 1970 y 2008.




El 24 de noviembre de 1971, el líder cubano Fidel Castro pronunció un discurso en Rancagua en el que relató haber recorrido la ciudad y conocido "el histórico lugar" donde los independentistas cayeron ante el asedio español, en octubre de 1814. "Han transcurrido más de 150 años y todavía se recuerda aquella frase: 'Vivir con honor o morir con gloria'", señaló. Acto seguido, afirmó que los cubanos tenían una frase similar: "Patria o muerte, venceremos".

No mucho después, el 11 de septiembre de 1975, los miembros de la Junta de Gobierno encendían en la Plaza Bulnes la "llama de la libertad". En la ocasión, Augusto Pinochet declaró que "teniendo a nuestro querido Chile como marco y ansiando responder dignamente al lema del prócer máximo de nuestra independencia, 'vivir con honor o morir con gloria', invocamos una vez más a la Divina Providencia para que nos guíe a encender la llama de la libertad, que iluminará por siempre los destinos de la patria".

La señalada frase es atribuida a Bernardo O'Higgins Riquelme (1778-1842), quien la habría proferido en la Batalla de El Roble (1813). Y quienes la invocan en los párrafos precedentes no podrían estar más distanciados en el abanico político. He ahí una constatación, una más, de la transversalidad del "Padre de la Patria". Un "ícono moral multifuncional susceptible de ser utilizado en cualquier circunstancia política", como lo describen Cristián Guerrero Lira y Ulises Cárcamo, quienes analizan la reconsideración y apropiación de su figura en Bernardo O'Higgins entre izquierda y derecha. Su figura y legado en Chile: 1970-2008, ensayo publicado en el último número de Cuadernos de Historia, revista del Departamento de Ciencias Históricas de la U. de Chile.

El ensayo surgió, plantea Guerrero, de conversaciones con el coautor, relativas "a las grandes diferencias entre la figura que se ha construido sobre los héroes y lo que ellos fueron en realidad como personas". Por lo general, agrega, "los historiadores se han quedado con la visión más idealizada. De ahí surgió la necesidad de hacer un contraste".

 ¿De quién es O'Higgins?

El primer registro escrito de O'Higgins como "Padre de la Patria" es de 1869, cuando se repatriaron sus restos desde Perú, donde murió tras casi dos décadas de exilio. Ese año se levantó la primera estatua ecuestre, se dispuso que su retrato estuviese en el Palacio de Gobierno y que el mayor buque de la Armada llevara su nombre. De ahí en más, su imagen y su nombre están presentes en plazas y calles del país.

No hay en su caso, eso sí, una leyenda romántica como las de José Miguel Carrera y Manuel Rodríguez, frente a quienes O'Higgins no sólo resulta "fome", sino también villano. De ahí el rol antagónico que ocupa en los telefilmes de la serie Héroes (2008) acerca de los recién mencionados. Pero hay más factores en juego. Por de pronto, la llamada "pinochetización" del personaje tras el golpe militar de 1973. ¿Cómo fue eso posible?

Ya en 1888, el Presidente José Manuel Balmaceda echaba mano a su figura al inaugurar un monumento en su honor: tal como los navegantes necesitan faros en las costas para no estrellarse, afirmaba que los pueblos requieren "columnas de granito que señalan a los Estados el rumbo del honor y de la gloria nacional". Ello, sin perjuicio de que sus opositores le pidieran más tarde que imitara al chillanejo y abdicara, como hizo éste en 1823.

Décadas después, Salvador Allende, a su vez admirador de Balmaceda, celebraba la figura del libertador en la celebración por su ascenso a la Presidencia, el 5 de noviembre de 1970: "Hoy, aquí con nosotros, vence O'Higgins, que nos dio la independencia política", primer paso hacia la "independencia económica" que se propuso la Unidad Popular.

La figura o'higginiana, en tanto, resultaba modélica para el Partido Comunista, que en un documento de 1962 se definía como el "partido más patriota" porque, entre otras cosas, "continúa y continuará siempre la obra de O'Higgins (...) hasta lograr que Chile sea una nación verdaderamente soberana". Y así fue como El Siglo, el diario del PC, las emprendería en 1973 contra un libro de la editora estatal Quimantú, cuya autora anónima -"Ranquil"- lo ponía en el bando "burgués" y pro aristocrático, situando a Carrera en la vereda opuesta.

Si para la izquierda el prócer fue el "huacho" que impulsó la educación pública y suprimió los títulos nobiliarios, "un resiliente y un revolucionario", la dictadura militar vio otra cara: la del fundador del Ejército, capaz de imponer orden y mantener viva la "llama de la libertad", la misma que se encendería en el Altar de la Patria, hasta donde los restos de O'Higgins llegaron en 1979.

Tras el retorno de la democracia, el senador PS Ricardo Núñez pediría en 1999 rescatar el legado del "Ejército de O'Higgins", que no es el de Pinochet, mientras el Presidente Patricio Aylwin diría en 1992 que "O'Higgins fue el primero en la naciente patria independiente que tuvo conciencia de que el país tenía que organizarse sobre bases de instituciones sólidas".

En la elección de Grandes Chilenos que realizó TVN en 2008, con votación de público, O' Higgins no quedó en el top ten: fue desplazado por Pablo Neruda, Gabriela Mistral Violeta Parra, Alberto Hurtado, Salvador Allende, Manuel Rodríguez, José Miguel Carrera, Víctor Jara, Lautaro y Arturo Prat.

Los personaje históricos como O'Higgins, sentencia Guerrero a propósito de este ensayo, son "reconstruidos e identificados a raíz de diversas situaciones coyunturales y desde esas mismas situaciones se les resignifica". Es decir, la imagen heroica va mutando y, por lo tanto, con O'Higgins no hemos terminado.

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