Histórico

Opinión: Libros que se caen de las manos

Una parte de las novelas prestigiosas e influyentes son difíciles de digerir con placer. No porque sean obras demasiado difíciles, ni por su antigüedad, sino porque aburren y cansan, hasta sentirnos perdidos entre sus líneas. Es una sensación mental que podríamos comparar con estar imbuido en un pantano. Como lectores nos sentimos acometiendo un esfuerzo de voluntad cuya finalidad es difusa. Y nos preguntamos si acaso leemos para ingerir información y mostrarnos más sofisticados ante los otros, o para deleitarnos con una historia que nos conmueve y atrapa.

A algunos les produce culpa latearse con una novela de renombre y se fustigan por su falta de rigor intelectual. Estos lectores suelen insistir en soportar las páginas fatigosas que les faltan para acabar con el libro. 

También están los que sin trauma deciden dejar a un lado el libro que no los seduce. Los lectores de esta última especie sostienen que leer es bastante más que el ejercicio pretencioso de llenar el incierto recipiente donde atesoramos lo que se denomina el "acerbo cultural". Leer para ellos tiene que ver con el gusto por disfrutar de experiencias y de los matices del lenguaje utilizado con destreza.

En lo personal, prefiero dejar las novelas que no me atrapan. Jamás me obligo a gastar horas cansando mis ojos con narraciones que me hartan e invito a hacer lo mismo.

Sé que las posibilidades que existen para escoger qué leer son millones, lo que garantiza siempre poder obtener un relato cautivante a mano. Hay que considerar, además, que las situaciones que vivimos poseen directa relación con las lecturas que nos enganchan. A veces leemos para evadirnos y en otras ocasiones para sentir compañía. Y están los libros que nos fascinan en la infancia y adolescencia, pero que con la madurez se nos hacen intragables, porque hemos perdido la candidez que se requería para involucrarnos con las aflicciones de los personajes.

Confieso que, por ejemplo, se me caen de las manos novelas tan célebres como Las palmeras salvajes de William Faulkner. Es catalogada como obra maestra, sin embargo, no soporto la exuberancia del lenguaje. Me pierdo entre tantas palabras altisonantes. No me sucede lo mismo con los cuentos y otras novelas de Faulkner, como Mientras agonizo y El ruido y la furia, que sí me capturaron.

Tampoco soporto nada de lo que ha escrito Carlos Fuentes. Incluso leí La región más transparente, La muerte de Artemio Cruz y Aura, pero lo hice cuando joven, obligado por los estudios a engullir el canon de la novela latinoamericana. Después nunca más pude leer otro libro de Fuentes. La sensación de estar ante un retórico demasiado seguro de sí mismo se me hace evidente en cada una de sus frases. Otro autor que agota por su exceso de recursos es Paul Auster. Abusa de la paciencia de los lectores al poner en circulación historias inverosímiles, donde los trucos se notan demasiado. Parecen novelas redactadas de cara a un público extranjero por un autor norteamericano avergonzado de su falta de espesor y tradición. Son débiles.

La lista que tengo de novelas que no he terminado por supuesto que es mucho más amplia. Pero nunca olvido que estas son apreciaciones parciales y recuerdo lo que decía Baudelaire: somos lectores hipócritas.

COMENTARIOS

Para comentar este artículo debes ser suscriptor.

⚡OFERTA ESPECIAL CYBER⚡

PLAN DIGITAL desde $990/mesAccede a todo el contenido SUSCRÍBETE