Histórico

Puristas y poperos

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El listado de las 100 mejores películas difundido en el marco del Festival de Toronto se suma a muchos otros elaborados a partir de encuestas a historiadores o expertos o de jerarquizaciones hechas por críticos en función de la autoridad que se han ganado. Levante a un  cinéfilo y aparecerán tres listados. Este Top 100, sin embargo, no va a pasar inadvertido, porque es el resultado de un cruce entre la opinión docta de curadores y críticos con los gustos del público. Pocas veces el rigor purista tiene que convivir con la desviación popera. Así, llama la atención que aparezca en el primer lugar una película muda del año 1928, La pasión de Juana de Arco, en la cual Carl Theodor Dreyer sacó de su actriz, la Falconetti, verdaderos aullidos de dolor y lirismo conectados al martirio y el éxtasis.

Sólo en segundo lugar viene Ciudadano Kane, el fetiche clásico de estos listados, considerado a estas alturas por moros y cristianos, con buenas y malas razones, como el título inaugural del cine moderno. En tercer lugar reaparece el gusto más exigente con La aventura, de Antonioni, una clara reivindicación del cine de corte más contemplativo que se ha estado imponiendo en los últimos años. La crítica siempre supo que Michelangelo Antonioni era un gran cineasta. Lo que no se sabía es que también era un pionero.

Los puntos más llamativos del listado están en sus cortocircuitos. ¿Cómo conciliar esos tributos al rigor que son La llegada del tren a la estación (35 en el ranking), de los Hnos. Lumiere -la primera película de la historia-, El hombre de la cámara (9) de Dziga Vertov -piedra fundacional del cine realista y documental- y El viaje a la Luna (49) de Georges Melies -punto de partida del cine fantástico- con la basura ondera y sensiblera de Amelie(28), Slumdog millionaire (42) o La vida es bella (54)?

Al final, 100 películas es demasiado poco y la historia del cine, una veta demasiado ancha y profunda como para extraer un destilado matemáticamente representativo de la excelencia. En todo listado, en toda selección, hay sesgos. No tiene sentido rasgar vestiduras. A lo mejor es señal de apertura que el Toronto 100 se abra a siete películas orientales. Pero el hecho de incluir sólo dos títulos latinoamericanos -la discutible Ciudad de Dios (44) y la espléndida Memorias del subdesarrollo (65)- revela a las claras que tampoco aquí, en esta selección, estuvieron todas las cartas sobre la mesa. En rigor, nunca lo están.

Héctor Soto es crítico de cine y autor de Una vida crítica: 40 años de cinefilia.

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