Histórico

Ruta del vino: Nueva York descorchado

<img height="16" alt="" width="60" border="0" src="http://static.latercera.cl/200811/193728.jpg " /><br /> Como en otras regiones vitivinícolas, 35 bodegas ubicadas en Long Island, han aprendido a sacarle jugo al turismo a través de la uva.

"Welcome to Long Island Wine Country", reza un letrero como postal para el viajero nada más entrar al llamado Napa Valley del Este, a menos de dos horas de Manhattan. Se hace difícil imaginar que hasta hace poco más de 30 años éstas eran sólo tierras de papas y coliflores. Hoy el paisaje está teñido de parras, con 35 viñas que invitan al turista a detenerse y degustar los vinos, con paisajes marinos y campestres como telón de fondo.

Sólo a partir de 1973 se comenzaron a plantar las primeras vides a modo de experimento. Con los años, los caldos de Long Island han ido capturando la atención de conocedores y aficionados, y de paso, han transformado a North Fork en un destino y un atractivo turístico de Nueva York y en un complemento de su vecino South Fork, la tierra de los Hamptons -donde veranean ricos y famosos y solían pasearse los personajes de la serie de televisión Sex and the City.

El bus que nos trajo desde Manhattan nos deja en Laurel, un pequeño pueblo donde nos espera nuestro guía chileno con su sonrisa del sur. Estamos de suerte, porque se le ve por estos lados sólo tres o cuatro veces al año. Francisco Gillmore, dueño de la viña Tabontinaja, en San Javier, Región del Maule, es también dueño de Laurel Lake Vineyard, junto a sus socios chilenos Alejandro Parot y Juan Esteban Sepúlveda.

"En 1999 estábamos buscando una bodega para traer vinos a granel, y paseando llegamos a Laurel Lake. Su dueño, un sicólogo famoso de Nueva York, había comprado la viña dos años antes. Pero se arrepintió. Él quería vender y nosotros nos decidimos a comprar", nos cuenta Francisco camino a la viña.

Más que el vino, lo sedujo el negocio inmobiliario y del turismo. El precio de la tierra ha subido por aquí como la espuma. "En 1999 una hectárea costaba 15 mil dólares mientras que hoy supera los 80 mil", dice.

Según el Consejo del Vino de Long Island -que reúne a 38 viñas del área, incluidas las tres ubicadas en South Fork-, las bodegas de la zona reciben cerca de 500 mil visitantes cada año.

"Entre diciembre y abril unas 500 personas visitan Tabontinaja. En Laurel Lake podemos tener 500 personas en un fin de semana", precisa Gillmore, para dejar la película más clara.

Aunque las viñas permanecen abiertas al turismo durante todo el año, la época más fuerte es entre mayo y octubre. Pero el invierno tiene su gracia, según nos dicen. Hay menos tráfico, las catas pueden ser más personalizadas y mayor puede ser la sorpresa para un chileno al ver las viñas cubiertas de nieve.

Lo que se deja ver por estos días son buses de turismo de todos los tamaños y estiradas limusinas blancas y negras que se pasean por la zona tal como lo hacen en Times Square. No pega mucho la dupla viñedos-limusina, como tampoco lo haría en la Ruta de Colchagua, de Curicó o del Maule.

"Hay viñas que no aceptan buses de turismo o limusinas", nos dice Gillmore, aunque la suya no está entre ellas.

La viña Peconic, donde nos detenemos, no es amiga del turismo masivo. Y se entiende, porque posee una pequeña sala de degustación y un encantador patio con un puñado de mesas y quitasoles. Tal como sucede aquí, la imagen de turistas disfrutando de picnic de quesos y vinos a los pies de las parras se va repitiendo en casi todas las viñas que visitamos.

BODAS Y TURISMO
Y aunque los tours organizados son la manera más usada por aquí para visitar las bodegas, es perfectamente posible hacer el recorrido por cuenta propia, arrendando un auto desde Manhattan.

La mayoría de las bodegas está ubicada a lo largo de la ruta 25, en unos 40 km, comenzando en Riverhead y seguida por pequeñas aldeas como Laurel, Mattituck, Cutchogue, Peconic o Southold hasta llegar a Greenport, un encantador pueblo náutico con embarcaciones turísticas y amistosos motoristas tatuados. Otro tanto hay a lo largo de la ruta 48, que corre paralela a la 25 hacia el norte, todo perfectamente señalizado con verdes letreros donde se lee "Wine Trail". 

El sistema no varía demasiado, pero cada viña tiene sus precios y horarios de cata. La mayoría recibe a los turistas todos los días en horarios que, por lo general, van de 11:00 a 18:00, con degustaciones promedio de US$ 5 que incluyen de tres a cuatro copas. Y tal como ocurre en el Maule, en Colchagua o Casablanca, algunas viñas ofrecen tours por sus instalaciones donde se explica el proceso de elaboración de los caldos (para información más detallada de cada viña visite www.liwines.com).

Las bodegas de Long Island -que ocupan un terreno que fluctúa entre 2,5 y 500 hectáreas- ofrecen al turista algo más que catas en sus salas de degustación. Bedell Cellars tiene una galería de arte, Martha Clara Vineyards ofrece tours en carruajes con caballos por sus viñedos y Shinn Estate Vineyards da la posibilidad de dormir en sus instalaciones en un acogedor Bed & Breakfast, por nombrar algunas.

Laurel Lake tiene eventos para toda la familia y un Club de Amigos con actividades y precios especiales para sus miembros. "Participan de la cosecha, acarrean uva, y encima pagan. Para devolverles la mano les entregamos un vino sin etiqueta, lo que para ellos no tiene precio", dice Gillmore con gracia. Y en más del 50% de las viñas se realizan matrimonios, con los viñedos como telón de fondo.

BURDEOS GRINGO
Ubicado entre dos aguas -entre el Océano Atlántico y el Long Island Sound-, Long Island cuenta con una combinación de clima, suelo y condiciones de cultivo ideales para la producción de vinos, muchas veces comparada con la francesa zona de Burdeos.

"Long Island tiene un clima muy parecido al de Bordeaux, que está entre dos mares. Tiene clima frío en invierno, con nieve, y es muy húmedo en época de cosecha. Y al igual que en Bordeaux, los vinos son añeros. Por ejemplo, el 2001 y el 2004 fueron muy buenos años, pero el 2005 y 2006 fueron muy difíciles. El 2005 se perdió el 40% de la uva por la lluvia", cuenta Gillmore.

Aunque hay una veintena de variedades plantadas en un total de 3 mil hectáreas, la cepa estrella de la zona es la Merlot, mientras que la más popular entre las blancas es la  Chardonnay.

"El Syrah y Pinot Noir son vinos más estándares. Nadie diría que son extraordinarios. En general, el gusto del americano va más hacia el vino de California y al vino chileno", dice.

Laurel Lake tiene 15 hectáreas plantadas, principalmente con Merlot, Cabernet, Sangiovese y Chardonnay. "Nuestra estrella es la Chardonnay. Sus vinos son menos amantequillados que los de California, más frutosos, secos, más cítricos, más pomelo y manzana. El Riesling está muy de moda, es muy floral, con mucha fruta, para tomarlo muy helado", dice.

Nos detenemos en la viña Pindar, la "Concha y Toro de Long Island" según Gillmore. "Pindar produce cerca de un millón de botellas. Ellos son los únicos que exportan al resto del país, los únicos que venden en otros estados", explica.

, a través del turismo. El vino de Long Island apenas alcanza a llegar a las tiendas o restaurantes de Manhattan ya que su consumo es básicamente interno. Para los restaurantes de la zona es impensable no tener vino de aquí en sus cartas.

Pindar posee una enorme sala de degustación y pasado el mediodía ya está a tope. "Es cool venir con amigos a recorrer y probar los vinos de la zona. Me gusta que sea vino local", comenta Jason, un corredor de la bolsa de Manhattan, mientras cata un Merlot 2002.

-¿Cuándo vas a ir Chile?, pregunta amistoso Gillmore a "Dan" Damiano, el dueño de Pindar, como quien pregunta cuándo vas a ir para la casa.

-El invierno es un buen momento, porque mientras aquí hace frío allá hace calor, responde afectuoso y se va de tour con un grupo de visitantes.

"El tener viñedo incluye dos cosas: llevar el vino en la sangre y pensar que es una actividad de vida. Y eso aquí lo tienen muy claro, porque son los mismos dueños de las viñas los que manejan el tractor, los que atienden al público en los tours y los que conversan con la gente en las degustaciones", dice Gillmore con admiración mientras toma fotos de Damiano con los turistas.

TOMATES, VINOS Y PLAYAS
La zona mezcla paisajes marinos con pequeños puertos desbordados de veleros y yates, y escenarios campestres con sus granjas que invitan a participar en época de cosecha, y  puestos de verduras frescas a lo largo de la carretera. Lo curioso es que no hay vendedores a la vista. Los visitantes eligen los tomates y papas que quieren,  obedientemente dejan el dinero que se indica, y siguen su camino.

Por la carretera pasa también una docena de restaurantes, bed and breakfasts, galerías de arte, tiendas de antigüedades, canchas de golf y, aunque no las vemos durante el recorrido, un puñado de playas aguarda al viajero.

Como salida de la Toscana aparece la viña Raphael, de dueños italianos, cómo no. La bodega fue construida hace cuatro años para hacer eventos y cuenta con uno de los mejores salones para catar.

Bedell Cellar, en Cutchogue, y Corey Creek, en Southold, son dos viñas de propiedad de Michael Lynne, uno de los mandamases de New Line Cinema y productor ejecutivo de la trilogía El Señor de los Anillos. La primera tiene una sala de degustación que más bien parece un loft chic del SoHO, mientras que la segunda posee una atmósfera más informal y un patio cubierto donde los visitantes disfrutan de picnic el año corrido.

Nuestra última parada es la viña Palmer, donde un hombre de jockey y guitarra entretiene a una treintena de turistas que beben y brindan por la próxima canción.

"Hace tiempo que queríamos venir a conocer en terreno los vinos de Long Island. Es una excelente manera de combinar una actividad turística y a la vez apoyar el vino local", comenta con el pecho hinchado Stephanie, de Queens, y hace un brindis con una copa de Cabernet en los jardines de la viña. Cheers!

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