San Petersburgo: La joya grande de Pedro
Con impronta zarista, palacios, iglesias de cúpulas doradas, parques de abedules y el Hermitage, uno de los grandes museos del mundo, es la ciudad del arte y la cultura y la cuna de la Revolución, que el año próximo cumple cien años.
Cuando Pedro el Grande la pisó por primera vez, San Petersburgo era un pantano. Con buen ojo, mucho trabajo –muertos incluidos– y millones de rublos, se convirtió en una ciudad imperial, llena de palacios y atravesada por canales y brazos de río. Hay más de 300 puentes. Antiguamente eran de madera y no se podía fumar por el terror a los incendios. El puente Verde fue el primero de metal. En la avenida Nevsky, el puente Anichkov sobre el río Fontanka es monumental y hermoso: tiene en cada uno de los cuatro extremos distintas etapas de la doma de un caballo: el hombre erguido frente a la bestia, el hombre haciendo fuerza para dominarla, el hombre arrodillado. Para sacarle fotos fui una mañana bien temprano porque en esta época con menos frío siempre hay turistas.
Pedro el Grande era muy alto –medía casi dos metros– y muy viajero. Cuentan que en uno de sus viajes visitó de incógnito los Países Bajos, se enroló como marinero y aprendió a navegar. Volvió a Rusia con la idea de occidentalizarla. Viajaba para aprender y para copiar. Estudió carpintería y odontología. En el Kunstkámera Museum hay una extensa colección de dientes y otra de embriones malformados que también acopiaba. La faceta freak de Pedro el Alto. Rusia era una tierra salvaje y Pedro estaba empeñado en domesticarla. Él trajo la papa (se come todos los días), el tabaco y creó la marina. Rusia era una tierra salvaje y Pedro se empeñó en domesticarla.
San Petersburgo, Petrogrado, Leningrado, según épocas y gobernantes, fue capital del imperio ruso y la cuna de la Revolución, que el año próximo cumple cien años. Es la ciudad heroica, que resistió el bloqueo nazi durante 900 días (de 1941 a 1944) con más de 800 mil muertos, la mayoría de hambre. La ciudad de Lenin y la ciudad del Hermitage, uno de los museos más espectaculares del mundo. A Catalina la Grande le gustaba tanto el arte que compraba más y más obras que necesitaban nuevos edificios para almacenarlas: hoy son cinco palacios. Tiziano, Rafael, Rubens, Rembrandt, Caravaggio, tanto para disfrutar.
El Hermitage debería ser una palabra en plural: son cinco edificios, 400 salas, tres millones de piezas de arte de las cuales sólo se ve el diez por ciento. Es tan vasta la colección que pronto abrirá una sede en Moscú.
Para ver el Hermitage con calma, pararse frente a Brueghel el viejo y a Da Vinci sin sentir respiraciones ajenas en la nuca y pisotones inesperados, lo ideal es viajar a fines del otoño o incluso en invierno. Bien abrigados, eso sí, porque las temperaturas son bajo cero. No un par de grados, ¡35º o 40º! Dicen que hace tanto frío que se congelan las lágrimas.
Hace casi cien años que la capital se trasladó a Moscú, pero la vida cultural de San Petersburgo no cambió: tiene más de treinta teatros, entre ellos el fantástico Mariinsky, donde bailaron Nijinsky, Nureyev y Baryshnikov.
Antes y ahora
San Petersburgo tiene unos cinco millones de habitantes y está cortada en dos por el río Neva, que desemboca en el Mar Báltico, frente a Finlandia.
Cada vez hay más turistas y, por momentos, la ciudad queda chica: tránsito, colas en los museos y habitantes que deben dejar sus departamentos porque los alquileres se disparan. Eso le pasó a Irina Borisnova, guía turística. Le tocó mudarse a los suburbios y para llegar a tiempo a buscar a su grupo de cruceristas –San Petersburgo es una de las escalas esperadas del Báltico– hoy se levantó a las 4.30 de la mañana.
Irina tiene 33 años, el pelo corto y los ojos verdes como una veta de malaquita. Sabe de historia, conoce curiosidades de su país y no cuenta los típicos chistes de guía. Nació durante el final del comunismo y creció en la Perestroika, para muchos, el tiempo más duro. Igual que su madre, extraña ciertos valores de la época soviética, especialmente el cuidado social: "No te podían echar, el salario era estable y no había competencia". Actualmente, es difícil conseguir un buen trabajo. El sueldo promedio es bajo (600 dólares); los alquileres, caros (alrededor de 500), y las pensiones malísimas (300 dólares). Hay corrupción y aunque cree que probablemente ganará, Irina no votará a Putin en 2018. Pero Putin, el hombre poderoso de Rusia, que nació en San Petersburgo, tiene el 90 por ciento de aprobación. Aunque Irina no lo vote volverá a ganar. Putin, el valiente que le devolvió a Rusia el poder. Putin, el homofóbico (la homosexualidad está condenada); Putin, el pacato. Hace poco, el defensor de los derechos de los niños de San Petersburgo presentó una queja porque le pareció una ofensa la desnudez de una réplica del David de Miguel Ángel instalada frente a la iglesia de Santa Ana y a un colegio. Apelando al sentido del humor, los organizadores de la exhibición lanzaron un concurso: Vestir al David. Llegaron bocetos de taparrabos rosados y hasta un modelo del David como personaje de Star Wars.
Putin, el cazador de tigres. Putin, el valiente. Putin, el símbolo sexy estampado en las remeras que se venden en la calle: Putin con gorro militar, Putin en cuero montando un oso, Putin con anteojos negros, Putin entre aviones de guerra. "Putin es nuestro zar", me dirá un camarero antes de irme de Rusia.
La vuelta de la religión
A la salida del Hermitage pasé por la Catedral de San Isaac, con 112 columnas colosales de granito. En la puerta vi una limousine Hummer azul, un cameo de la Rusia de los millonarios, la del caviar de beluga, una casa en Francia y viajes a los spa más caros del mundo.
Antes de la época soviética había 500 catedrales en San Petersburgo, actualmente quedan 256. Muchas se tiraron abajo, otras se convirtieron en pistas de patinaje, oficinas, depósitos o museos, como sucedió con San Isaac, que se salvó igual que la bellísima San Nicolás, de fachada celeste y cúpulas doradas, dedicada al patrono de los navegantes y los viajeros.
En tiempos soviéticos estaba prohibido el culto, pero era difícil abolir la fe. A Irina, por ejemplo, la bautizaron en secreto en la casa de una amiga de su madre. Después de setenta años de comunismo, ahora hay un revival de la fe. Se ven jóvenes en las iglesias, que tocan íconos y se persignan. También están las mujeres de pelo blanco con gorritos tejidos a crochet, falda larga y platok –típico pañuelo ruso– en la cabeza.
La iglesia más espectacular es San Salvador de la Sangre Derramada, que a pesar de ese nombre trágico parece el castillo de un fabricante de golosinas. Pero no, es un templo con el interior tapizado de mosaicos esmaltados y altísimos ventanales por donde se cuelan los rayos de sol y vuelven el dorado todavía más brillante. La mandó a construir Alejandro III en el lugar en donde asesinaron a su padre.
En San Petersburgo escribieron Pushkin y Dostoyevski; es la ciudad de Tchaikovsky y Shostakóvich; la ciudad de los zares atravesada por intrigas palaciegas, historias de amores imposibles, conspiraciones y asesinatos misteriosos. La ciudad de Rasputín, el gurú, que como no aceptó un castigo en Siberia, terminó envenenado, encadenado y finalmente, en el fondo del canal Moika.
Además de jugador, Dostoyevksi era muy creyente. Se mudó más de 20 veces dentro de la ciudad –al autor de Crimen y castigo lo acosaban las deudas– y solía tener dos requerimientos cuando buscaba piso: balcón y vista a una iglesia. En Dostoyevsyaka, el barrio donde está el museo, se ve la iglesia de Vladimir, su iglesia.
Antes de llegar al museo Dostoyevski pasé por el hotel Dostoyevski y el Restaurante Dostoyevski y la estatua donde se lo ve con el rostro severo y levemente inclinado al suelo, como si llevara demasiado peso, el de todos sus personajes atormentados. Lejos del dorado zar y los lujos, Dostoyevski escribía sobre la gente común. El escritor estuvo a punto de ser fusilado en la Fortaleza de San Pedro y San Pablo acusado de conspiración contra el zar Nicolás I. A último momento se salvó y lo mandaron a Siberia a cumplir cinco años de trabajos forzados.
La estatua es un buen lugar para leer algunos tramos de su vida y tratar de entender ese rostro meditabundo. Sentada en una esquina miré a la gente que pasaba: un chico en monopatín, un rubio con camiseta de marinero, una campesina que llega a vender sus diez pepinos al mercado del barrio y una mujer de trajecito corto y tacos de 20 centímetros.
Caminé al metro para volver al hotel y me crucé más Lexus que Ladas. En la Rusia de hoy, no es sorpresa.
Riqueza, destrucción y cúpulas doradas
El día que fui a Peterhof, el Palacio de Verano de Pedro el Grande, llovió sin parar y el dorado se veía más apagado, es cierto, pero también poético cortando las nubes grises.
El color del poder en los tiempos de la dinastía Romanov era el dorado. Las cúpulas de las iglesias, los frisos de los palacios, las columnas, las esculturas, el fileteado en los platos, las copas labradas. La ciudad y los alrededores podrían conformar un museo al aire libre del dorado a la hoja.
"Lo raro es que no llueva. En SP hay 62 días de sol por año", me dijo Irina. En este viaje se gastaron tres; por momentos paraba y salía el sol, pero la base era lluvia. El clima húmedo complica la construcción: en tiempos de Pedro, uno de cada cuatro obreros moría trabajando.
Peterhof queda en las afueras de la ciudad, en el golfo de Finlandia, rodeado de bosques de tilos, sorbus y abedules, berioza en ruso.
Parques y fuentes, Pedro trajo a Rusia lo que veía en los palacios europeos, incluido un baño. Peterhof tuvo el primer inodoro de Rusia.
Su refugio, el lugar donde se sentía más cómodo, es Mon plaisir, una mansión pequeña comparada con el resto de los palacios, con un comedor, su cuarto con chimenea y una colección de óleos del siglo XVII.
En Pushkin –cerca de Peterhof; se visitan juntos– está el palacio de verano de Catalina la Grande, un catálogo de salas de estilo rococó, frescos dorados, escaleras de mármol de Carrara, porcelanas alemanas, espejos con marcos relucientes en salones donde se hacían bailes de máscaras. Pero lo más notable es la Sala de Ámbar, una habitación con 22 paneles de ámbar, en tiempos de Catalina, más caro que el oro.
El palacio, como los jardines de Peterhof y también el Hermitage, fueron bombardeados y saqueados durante el asedio nazi. Sólo se salvaron las obras que los rusos mandaban en tren a Siberia, donde se guardaron hasta el fin de la guerra. Los trabajos de reconstrucción arrancaron en 1945 y continúan hasta hoy. La Sala de Ámbar fue robada completa y nunca apareció, pero el año pasado se descubrieron unos túneles que usaron los nazis en Polonia y se cree que podría estar ahí. Mientras tanto, los artistas trabajaron hasta terminar la reconstrucción. La sala tiene ocho toneladas de ámbar –es una piedra muy liviana– y costó 12 millones de dólares. En 2000 fue inaugurada por Vladimir Putin y el excanciller alemán, Schröder.
Como muchos rusos, Irina todavía espera que aparezca el original.
Vuelvo a San Petersburgo en barco, unos alíscafos rapidísimos y paso delante de la Fortaleza de San Pedro y San Pablo, donde están enterrados los zares, incluido el último Nicolás II y su familia, que fueron fusilados en Ekaterimburgo. Todos menos Anastasia, una de las hijas cuyo cadáver nunca apareció y todavía hoy es un tema polémico. En 1981, la iglesia ortodoxa canonizó al zar Nicolás II. Marchas y contramarchas, parte de la Rusia moderna que se va haciendo historia.
DATOS ÚTILES
Desde el aeropuerto
El taxi desde el aeropuerto de Pullkov hasta el centro cuesta unos US$ 28.
Transporte en la ciudad
Además de transporte público el metro de San Petersburgo es una experiencia de profundidades. Construido en 1955, es el más profundo del mundo. Las escaleras mecánicas son tan largas (120 metros) que la gente se da vuelta, quedan de frente y se ponen a charlar y las parejas, a enamorar. Algunas estaciones para visitar: Admiralteyskaya, Pushkinskaya, Baltiyskaya y Narvskaya.
Conecta los principales puntos turísticos de la ciudad. El pasaje cuesta US$ 0,50. Funciona hasta las 22 horas.
Calle Rubinstein
Cerca de Nevsky y del barrio de Dostoyevski, Rubinstein es una calle histórica, bohemia y de moda, con locales de diseño, restaurantes que podrían estar en Palermo, el Soho o cualquier barrio de moda del mundo. Allí vivieron escritores, artistas y músicos, como el compositor Anton Rubinstein. Sardinia es un bistró italiano con rica comida y buenos precios, ideal para sentarse a ver pasar modelos producidos.
Tour por el día
www.bestguides-spb.com
La empresa San Petersburgo Best Guides ofrece circuitos de uno y dos días en la ciudad con excelentes guías en inglés y español. La mejor opción para los que tienen poco tiempo.
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