"Satrapías urbanas"
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Señor director:
Rodrigo Pérez de Arce me reprocha varios supuestos errores en mi columna del sábado. No es para tanto.
Por supuesto que Brasilia no se ubicó en las "profundidades de la selva", en el sentido que él quiere dar a entender (el de jungla), pero sí en un terreno extenso, inculto, lejos de la civilización, a 1.000 km de Río, lo suficientemente inhóspito y salvaje como para calificarlo de "selva" (sigo a la RAE).
Lo segundo en que se equivoca es que el arquitecto principal a quien le encomendó Kubitscheck la construcción de Brasilia fue Niemeyer. El organizó el concurso de diseño cuyo ganador fue el urbanista Lucio Costa, y con él trabajó codo a codo, compartiendo las mismas premisas discutibles inspiradas en Le Corbusier, el Ciam y también la arquitectura soviética.
Por último, por supuesto que se puede comprar un cepillo de dientes sin tener que viajar kilómetros como decía Adolfo Bioy Casares, pero tratándose de una metáfora, hay que reparar en algo más que la textualidad del comentario para entender el punto. Y éste es lo clave: ¿Pueden los arquitectos y urbanistas (también Costa) convertirse en sátrapas indiferentes a la cotidianidad y escala normal, vivible, de las personas?
A Frank Lloyd Wright le solían llover sus techos, en las casas de Mies van der Rohe bien podía uno freír huevos con tanto ventanal tragaluz, y Niemeyer-Costa hicieron una ciudad "perfecta" en papel (en las fotos siempre sale aventajada), pero la realidad lo desmiente.
Sobre esto último, le recomiendo a Pérez de Arce los dos libros que mencioné en la columna (el de Holston y el de Scott) que demuestran las falencias de Brasilia; una vez que los lea seguimos conversando.
La arquitectura es demasiado importante como para dejársela únicamente a los arquitectos.
Alfredo Jocelyn-Holt
Historiador
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