En Chile acostumbramos decir "nunca segundas partes fueron buenas". El martes en el Nacional, la Roja dijo lo contrario. Esa segunda parte nos devolvió el alma al cuerpo con un triunfazo soñado.

¿Y qué pasó? ¿Por qué tanto sufrir para escribir de otro modo esta columna?

El culpable fue el maestro Tabárez. Ese señor que rengueando dirige parsimoniosamente con muletas y que sus famosos jugadores admiran y respetan. Lo mismo el pueblo uruguayo cuando caminaba vigorosamente defendiendo su país. Allá se respeta el conocimiento y no la estética. Se ennoblece al adulto mayor. Allá se vive en otra dimensión social.

El técnico charrúa nos sorprendió desde el minuto uno. Creímos que se venía a defender y jugar al pelotazo. Aguijoneamos su orgullo y la estirpe de sus jugadores. No fue un acto suicida. Fue muy bien pensado, a tal extremo que nos pudieron golear 3 por 0 mediante un penal no cobrado.

Presionó a Chile desde la salida de Bravo contra todos los pronósticos. Nos incomodó. Nos suministró la misma medicina. Pudo ser un tiempo para olvidar. Pero en el minuto 46 cayó un pedazo de cielo para golpear a la defensa celeste, el gol del Vargas ausente.

Gracias Godín por preocuparte del primer palo y el centro de Beausejour, agradecido Silva por mirar sólo la pelota y no a Edu. Craso error conceptual de un defensor.

Y del descanso, asistimos a esa "segunda parte que fue muy buena". Jugamos con uno menos, Vidal no estaba ni estuvo durante todo el partido, no fue trascendente ni arriba ni abajo. Pizzi la sacó barata, con un empate o derrota estaríamos hablando de irresponsabilidad del DT santafesino. El triunfo es un espejismo, lo oculta todo.

Y apareció Bravo atajando un penal. Y Alexis en plenitud ¿Con desgarro? Lo dudo. ¿Contractura? Puede ser. No importa, apareció con toda su genialidad. Dos goles que también corresponden al cuerpo médico por cuidar entre algodones al Niño Maravilla.

Un punto en Colombia era bueno, decía mi abuela tejiendo. Tres es para hacer un ushanka (gorro) ruso.