Histórico

Toro Toro, Bolivia: Viaje al pasado

<img style="padding-bottom: 0px; margin: 0px; padding-left: 0px; padding-right: 0px; padding-top: 0px" alt="" width="81" height="13" src="https://static-latercera-qa.s3.amazonaws.com/wp-content/uploads/sites/7/200910/550385.jpg"> Huellas de dinosaurios, cavernas con peces ciegos, acantilados y cañones con aves extrañas son algunas de las llamativas y curiosas atracciones del Parque Nacional Toro Toro, el jardín prehistórico de Bolivia.

Es verdad. El camino es tedioso, áspero y caluroso, pero nunca nadie ha dicho que viajar 70 millones de años atrás ha sido fácil, y al llegar al gran valle del río Caine todos los esfuerzos parecen haber valido la pena.

Estamos a pasos de nuestro destino, que es el Parque Nacional Toro Toro, ubicado a 140 km de Cochabamba, en la provincia de Chacras. Un lugar cada día más reconocido y visitado, sobre todo por los amantes de la paleontología: se dice que este lugar es la "Pompeya" de los dinosaurios, ya que en sus 16 mil hectáreas hay una gran cantidad de animales fosilizados producto de las erupciones volcánicas.

La creación del parque se remonta a 1989 y desde esa fecha hasta ahora sus servicios han mejorado notablemente, aumentando su fama internacional. Ahora es posible encontrar buenos hoteles y gastronomía de buen nivel, aunque todavía llegar aquí no es fácil, debido a las condiciones de la carretera desde Cochabamba.

Tras sortear un zigzagueante camino aparece, de pronto, el pueblo de Toro Toro, cruzando sectores empedrados y un cerro que bordea un rojizo acantilado de varios cientos de metros, que acrecienta la sensación de estar internándose en tierras prehistóricas.

Basta andar unos cuantos metros para vislumbrar cientos de relieves dejados por milenarios predadores y presas, todo en las inmediaciones del pueblo. De hecho, el camino de acceso al caserío corta por la mitad la marcha de un animal descomunal -posiblemente herbívoro- que caminó por la orilla cenagosa de un lago o río, plasmando su pesada fisonomía. Ahora, por esas mismas sendas, lugareños guían a sus rebaños de cabras, en los planchones y laderas de roca expuestas del cerro Huayllas. En ellas se pueden ver las huellas dejadas por otros dinosaurios enormes, algunos interactuando con las pisadas bípedas de patas con tres dedos, signos inequívocos de carnívoros al acecho. Lo curioso es que muchos de estos planchones están inclinados, pues la cordillera se levantó y expuso, como en un anfiteatro, toda esta información paleontológica.

Alejándose del pueblo, caminando un par de horas por el sendero El Rodeo, aparece la única superficie plana del parque, donde se ven nítidamente huellas de raptores plasmadas en el fango primigenio. El detalle es tal que es posible distinguir el surco dejado por las garras del animal. El guía me cuenta que los lugareños usaban esa pequeña planicie para trillar quínoa con mulas: en ellas se depositaba el grano a modo de pocillos. Hoy el lugar goza de protección y es un verdadero museo al aire libre, donde los guardaparques hacen de guías.

TIERRA DE CAVERNAS
Pero no todo en Toro Toro son dinosaurios. El sitio es conocido internacionalmente por los fanáticos de la espeleología y el mundo de las cavernas. Los equipos de aventureros llegan a explorar las cuevas de Humajalanta, un intrincado sistema de túneles de cientos de metros donde sólo los más duros se atreven a entrar. Aquí aparecen peces ciegos de cuerpos translúcidos que nunca han visto la luz del día.

Los antiguos habitantes del lugar plasmaron en pinturas rupestres, en la ribera del lecho seco del río Toro Toro, algunos de los animales que deambulan por el parque, como serpientes, lagartos, pumas y la taruca andina, un ciervo de hábitos huidizos.

Cuando uno ya se ha acostumbrado en parte a todas las cosas curiosas e interesantes que aparecen en Toro Toro, hace su entrada triunfal un visitante inesperado: la ruidosa y colorida paraba de frente roja. Este guacamayo parece sacado de la densa selva y, sin embargo, se encuentra revoloteando a lo largo de los cañones rocosos y dunas áridas buscando semillas y brotes tiernos para comer. Estas aves constituyen uno de los principales atractivos del parque.

Se les ve en bandadas coloridas revoloteando el sector llamado El Vergel, donde hacen sus nidos y reuniones estridentes. El lugar es un verdadero oasis al fondo de un cañón donde aparecen árboles que dan buena sombra y pozones de agua fresca, agradable para hidratarse y reponerse del intenso sol. Para descender hay dispuestas rústicas y erosionadas gradas que llegan al fondo del cañón. Los pastores bajan con su ganado de cabras por antiguos senderos, impensables de transitar por la monstruosa pendiente. También aparecen las apachetas, o montículos de piedras ceremoniales para rendir culto a los que ya partieron, similares a nuestras animitas, pero de piedras.

Cómo llegar

La agencia Barceló ofrece tours desde Cochabamba, con transporte, comidas, seguros, guías y alojamiento en hotel. Desde US$ 160 p.p., dos pasajeros. Teléfono: (591) 44581816. Contacto: neisa.soto@barcelo.com.bo

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