Histórico

El único ídolo del Rey

Hace una semana, Arturo Vidal confesó que sólo tiene y tuvo a un ídolo en el mundo: su madre. Jacqueline Pardo, 53 años, es la persona que forjó el carácter del crack de la selección chilena. Se autodenomina guerrera, tal como lo hace su retoño cada vez que puede. Entiende lo que es sufrir y celebrar. Una mujer directa, sin pelos en la lengua.

Jacqueline Pardo, Mamá Arturo Vidal

Jacqueline está nerviosa. Se nota incómoda por la presencia de El Deportivo en su hogar, aunque más tarde narrará los detalles que la llevaron a ser admirada. Antes de comenzar con esta entrevista, eso sí, pide una pausa para ir por sus cigarrillos. Y otra cosa: "No encienda la grabadora, yo le voy contando y usted anota, nomás". Es morena, pero su cabello es de un tono rubio ceniza. Sus manos no son finas, han trabajado, se nota. Jacqueline Rosa Pardo Castillo tiene 53 años, es la tercera hija de Arturo y Uberlinda, un matrimonio obrero de mediados del siglo pasado y es idolatrada. De hecho, es la única figura que realmente admira Arturo Vidal, el crack de la Roja. Jacqueline, que está sentada fumando en su sofá, es la mamá del Rey, la mujer que lo educó, lo motivó, lo mimó y llevó al niño a ser el monarca que hoy es.

La madre del Rey es directa. Creció en San Joaquín, en la población El Huasco, barrio bravo, pero en el que todos conocen las alegrías y penurias del de al lado. En esas mismas calles más tarde sus hijos transitaron. Arturo es el segundo de ellos. Antes vino Jacqueline (36) y luego Ámbar (27), Sandrino (25) y Victoria (21). Se ríe tímida. Sabe que su historia genera curiosidad, que mucho se ha hablado de ella, su hijo y su familia, pero siente que han exagerado demasiado, que la caricaturizan. "Nosotros éramos muy pobres, es verdad, pero tampoco es que faltara para comer o que cuando llovía se nos mojara toda la casa. Siempre trabajé para que a mis hijos no les faltara nada dentro de lo posible", explica.

Jacqueline se casó joven. A los 14 años, sólo con octavo básico y esperanzada en una nueva vida, ahora de mujer. Escogió a su primer pololo, Erasmo, para formar una familia, aunque rápidamente se dio cuenta de que junto a él no conseguiría mucho. "Erasmo era muy poco cariñoso conmigo y los niños. Bebía mucho y no era buen papá, pero yo nunca quise poner a mis hijos en su contra, nunca hice algo así. Incluso le prohibía a ellos que hablaran mal de él, aunque fuera como es". Cuenta que de todas las veces que llegó ebrio, una vez se enojó tanto por no ser escuchado, que intentó quemar la vivienda social en la que vivían. "Quemo una parte de la casa. Yo ahí llamé a los Carabineros y por fin me separé". Ésa es la paradoja más importante de la madre de Vidal: sufrir en aquel matrimonio de horrores terribles, pero agradecer que por él llegaron sus hijos.

Hablar con la madre es abrir una puerta y conectarse con el propio crack. De ella y de sus palabras se entiende mucho de cómo es él. Toda una vida entregada completamente a buscar el bienestar de sus hijos, superando un problema tras otro, sacrificando salud, dolores físicos y estrés con tal de que al resto no le faltara nada. Vidal tiene mucho de ella. "Mi hijo es luchador, igual que yo", asegura.

El mimado

Es gracioso, pero Jacqueline nunca dejó de llamar a su primer varón como Arturito.

Como a muchos futbolistas, el volante del Bayern Múnich fue un hijo mimado. "Nunca lo dejé que hiciera algo, ni que se quisiera creer el hombre de la casa, porque no le correspondía. A veces, cuando había que arreglar el techo para tapar una gotera, él quería ayudar y yo no lo dejaba. 'Si le pasa algo a tu piececito vamos a perder mucho, hijo', le decía".

Vidal desde niño se dedicó completamente al fútbol. "Al fútbol y los estudios", aclara Jacqueline. Desde siempre, soñó con que su hijo cumpliera todo lo que ella no pudo, que conociera el mundo, que se realizara profesionalmente. "Mis padres eran gente antigua. Mi madre tuvo sus pro y sus contras, quizás me pegó un poco, quizás no fue la mejor en su momento, por eso yo no quise que la historia se repitiera con mi propia familia", reflexiona. Aunque nunca usó la violencia para castigar a sus hijos, los retos sí eran el mejor escarmiento en caso de desobediencia. "Que no les gritaba para que me hicieran caso, tenía que andar trayéndolos cortitos, si no se me subían por el chorro". Para que Arturo no cayera en vicios ni desertara del anhelo profesional, su madre lo obligaba a dormirse a las 21.00 horas, después de las teleseries. Fue así hasta después de los 18 años.

Cuando Arturo no era Rey, Jacqueline tuvo que sacrificarse para que lo consiguiera. Su rutina comenzaba desde temprano, atendiendo a la abuela Uberlinda, que siempre vivió con ellos y que desarrolló un alzheimer -"esa enfermedad maldita"- desde que Arturo era chico. Le servía el desayuno, se preocupaba de su higiene personal y se encaminaba a la casa de sus patrones a hacer aseo. Sus días libres los ocupaba para lavar alfombras, cubrecamas y cortinas, o vender cachureos y ropa en algunas ferias libres del sector. "Era la única forma de generar plata extra. Yo lo hacía todo pensando en que mis hijos no les faltara nada". No les faltó tanto. Por ejemplo, todos crecieron con televisión en sus habitaciones, o con calzado. Pero el precio de todo eso fue caro: Jacqueline sufre hasta hoy de una tendinitis crónica en sus muñecas y dolores en la espalda.

Fuma su tercer cigarrillo y ahora sí su semblante luce más relajado. Rememora el 6 de enero de 2005. Esa sensación, dice, era prácticamente irreal. Colo Colo estaba sumido en la peor crisis financiera de su historia y necesitaba echar mano de sus juveniles para terminar de conformar al primer equipo. Ahí se decidió que fuese Arturo Vidal -entre otros, como Matías Fernández, Felipe Flores o Claudio Bravo- el que durante esa pretemporada ascendiera. Seis días más tarde jugó un clásico contra la Universidad de Chile, en Constitución, por pretemporada. Y la imagen que tiene Jacqueline aún es clara: "Arturito llegó corriendo, pensé que algo malo pasaba y ahí me contó: 'Mamita, mamita, me citaron'. Fue algo tan lindo... Llorábamos juntos, nos abrazábamos, saltábamos todos". De hecho, para que al Rey se sintiera como tal, apenas supo de la noticia fue donde una amiga a pedirle prestada la tarjeta de crédito de una casa comercial y comprarle todo lo necesario. "Le dije: 'hijo, ahora no te puede faltar nada'. Una amiga me prestó su tarjeta La Polar y al Arturito le compré su buzo, calcetines, calzoncillos, toalla… De todo lo que necesitaba para que se fuera a concentrar".

El inicio del reinado de Arturo llegó pronto. "Todo ha sido muy rápido", dice Jacqueline, testigo en primera fila de la evolución que el crack ha vivido. Atesora el momento en que Arturo prometió que llegaría a ser Rey. Nunca lo dudó, pero hubo un momento, confesado por el propio volante, en el que decidió dar mucho más que su cien por ciento para conseguir el sueño. "Yo venía del trabajo, cansada. No daba más, era mucho la carga. Y él me ve así y me hace una friega en los pies, que los tenía hinchadísimos. Me dice que no me preocupara, que pronto todo iba a cambiar cuando llegara a ser profesional", rememora. Episodios como éste eran comunes en la cotidianeidad de los Vidal Pardo.

Los inicios del Rey en el profesionalismo fueron casi tan o más difíciles que su infancia. Por su personalidad irreverente fue muy castigado por Ricardo Dabrowski, quien no lo citaba por ser "pelusón". "Y yo tenía que contenerlo. Le decía que no se preocupara, que él era mejor que todos, que ya lo iban a llamar, que todo a su tiempo". Para que nada escaseara, especialmente en ese momento, Jacqueline se rebuscaba la vida vendiendo rifas o haciendo anticuchos. Así, por ejemplo, le costeó los gastos adicionales del primer viaje internacional que Arturo hizo con Colo Colo: "Compraba una botella de Pisco y otra de bebida y las rifaba en las pichangas del domingo, tenía que ingeniármelas".

Vidal, antes de facturar millones de euros en la Bundesliga o el Calcio italiano, jugó por 150 mil pesos al mes. "Me pasaba la mitad de la plata a mí, para la casa, y la otra mitad era para él. Desde que era pasapelotas y le pagaban tres mil pesos fue así, mitad y mitad, pero por decisión de él".

Jacqueline se ríe al recordar lo ilusos que fueron cuando el Rey comenzó a ganar un poco más de dinero. El anhelo familiar siempre fue tener una casa nueva, firme, bonita, por eso apenas vio la oportunidad se embarcó con el proyecto, que casi se ve boicoteado por un error de cálculo: "Queríamos arreglar la casa, hacer otra totalmente nueva. Arturito recibió tres millones de bono por avanzar de fase en la Copa Sudamericana (2006) y pensábamos que con esa plata podríamos hacerlo, pero nos alcanzó sólo para comprar los ladrillos y cemento. Cuando el club se enteró de eso, nos ayudaron con plata para terminarla. Vino Borghi y otros dirigentes, se portaron bien".

Luchadora

Durante esa época, la madre del Rey quiso continuar creciendo. Trabajadora, luchadora, decidió sumar una carga nueva a sus labores y en dos años terminó la enseñanza media, una misión que postergó durante años para darle a los suyos lo que ella no tuvo. Luego vendría el descanso. Arturo, hastiado del sacrificio que vio en su madre durante toda la vida, decidió proponerle una jubilación anticipada. "Un día me llamó la persona a la que le hacía el aseo en esa época, para que fuera a trabajar. Arturo tomó el teléfono y le dijo que ya no trabajaría más con ellos, que ya estaba bueno, que tenía que descansar". Una vuelta de mano de Arturo a su progenitora, la primera de muchas. Más tarde, incluso, continuó sus estudios y se recibió como estilista y masajista maxilofacial.

El cambio de vida de Jacqueline fue casi tan violento como el éxito de su hijo. Toda esta conversación se ha desarrollado en la primera propiedad que adquirió el Rey, el primer castillo, que dedicó para su madre. Recuerda que estas mismas paredes parecían falsas, que le costaba creer que fuesen ahora su morada, que durante una semana no descansaba pensando en que debía limpiarla. "Yo noté que salía harto con mi hija, que andaban viendo algo. Pensaba que era una casa para él, hasta que un día me trae y me la muestra". "Es preciosa", le dijo; "es tuya", respondió.

Los Vidal Pardo, pese a todas sus carencias, siempre cultivaron una riqueza inquebrantable: el amor, la familia. Los momentos más íntimos, cuando todos se reunían, los aprovechaban para mirar televisión juntos, abrazarse y besarse. "Hasta el día de hoy los saludo a todos mis hijos con un beso en la boca", explica Jacqueline. Por estos días, la madre disfruta de su Rey, de paso por Chile por la fecha clasificatoria al Mundial de Rusia. Respira tranquila. Ahora vive otra vida, ahora es idolatrada por un ídolo.

La madre de Charles

Una revancha para Mariana

Mariana Sandoval carga con una pena. Dice que nadie le enseñó a educar, que como todas las mamás, aprendió mediante la experiencia. Gilberto, el mayor de sus cinco hijos, pudo ser tan brillante como Charles, el penúltimo. "Pero yo no lo supe apoyar, lo obligué a trabajar. Eran otros tiempos, otras necesidades en la familia", comenta.

Por eso con el Príncipe la historia fue otra. "Fui yo con su papá los que lo motivamos a que llegara a ser profesional. Cuando era chico, muchas veces le dieron ganas de mandar todo a la cresta, porque era niño y quería ir a fiestas, cosas así, pero todos lo contuvimos para que fuera responsable y siguiera", asegura.

Una vez se pudo equivocar, pero dos no. Con Charles vivió una revancha de la que se siente orgullosa, pero trata de no manifestarla. "Lo más difícil fue cuando tuvo que irse a Calama, a jugar por Cobreloa. Nosotros no le decíamos nada cuando llamaba, pero yo estaba súper afectada por su partida. Se fue muy chico".

La madre de Alexis

La señora de los mariscos

Imagine por un momento el patio de una casa humilde, muy humilde, en Tocopilla. Un fogón en un tambor de lata es avivado por una mujer para hervir una olla llena de mariscos. Una vez cocidos, ella y su hijo, un morenito flaco y pequeñito, limpian las conchas para extraer sólo la carne. Apenas terminan, salen a las calles a ofrecer por mil pesos una porción de productos del mar.

Esta historia es común en el norte del país. Y ese niño era Alexis Sánchez hace 20 años atrás, y la mujer que lo guiaba, su madre, Martina Sánchez, que lo educó sola, rebuscándoselas para salir adelante. Además de marisquera, fue comerciante ocasional y empleada doméstica. "Era una familia muy humilde. Alexis la ayudaba limpiando autos en el cementerio, porque viven cerca de allí", confiesa una amiga de la familia.

Martina es idolatrada por su hijo. Fue quien lo llevó a ser el profesional que hoy es. Golpeó puertas, trabajó duro hasta que consiguió que Alexis, su gran bastón de apoyo, llegara a ser Maravilla.

La madre de Gary

Guardiana del Pitbull

Cancha del Sabino Aguad, Conchalí. Se juega el clásico comunal, ante el Inter de Paula. Se vive a fuego. Un niño de 14 años se pasa de revoluciones y pega una fuerte entrada, que desata la ira del equipo y la hinchada rival. Entre todos, aparece un tipo con un arma entre sus ropas, la desenfunda y la apunta directo a la cabeza del chico, Gary Medel Soto. Parece mentira, pero en los barrios, así se vive el juego.

"¡Dispárame po, hueón… Dale!", desafía el niño, poniendo nervioso al fustigador. Todo ocurre en segundos. En eso, una mujer llena de ira comienza a golpear e insultar al pistolero, que se intimida y recula. Esa mujer era la madre del Pitbull, Marisol, que como una loba se abalanzó al cuidado de su cachorro.

Siempre de gran referente de Gary. Siempre. Manda en su casa y gracias a sus consejos y decisiones fue que el Pitbull llegó a ladrar en las grandes ligas. Entusiasta y motivadora con su regalón. Gary puede ser el más bravo en una cancha, pero en casa, sigue siendo un niño mimado.

La madre de Claudio

La mujer tras el capitán

Claudio Bravo creció mirando una cancha de fútbol. La tuvo casi como el patio delantero de su propia casa, en Viluco, frente al almacén Las Acacias, que es propiedad de sus padres. Su historia es quizás la menos convulsa de todas, aunque no por eso deja de encerar tintes de épica.

Porque para entrenarse todos los días en Colo Colo, el portero debía viajar una hora y media desde su hogar hasta el Estadio Monumental, en Macul, y quien lo motivaba, se preocupaba de su alimentación, de su traslado y también de su educación era su madre, doña Nora Muñoz.

Ella prefiere no hablar de su hijo, al menos no en público, aunque en Viluco todos la reconocen como su gran fan. La admiración es recíproca, Claudio Bravo ve en ella a la mujer que le enseñó a respetar la profesión y a entender al fútbol como un trabajo, no como un simple pasatiempo.

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