Histórico

Yo también fui un Iron Maiden

[ Blaze Bayley ] Hace dos décadas, el artista llegó al frente de los ingleses, en la primera vez del grupo en Chile. Una gloria extraviada con los años y que aún rentabiliza con nuevos recitales en el país.

Ni los escenarios ante una hinchada multitudinaria, ni viajar por el planeta con cartel de superestrella del metal, ni un par de discos que le bastaron para acumular algo de fama fugaz. Si hay un sólo aspecto que Blaze Bayley (53) aún extraña de sus días como  voz de Iron Maiden es la comida con que los agasajaban en camarines. "La extraño, claro. Siempre había muy buen catering que te permitían comer de forma sana y regular, algo que para mí sería muy importante hoy. Ahora no tengo esa comida en los lugares donde toco, porque soy un artista más pequeño y completamente independiente", asume el británico.

Pero hoy Bayley no sólo no tiene buenos platos a su alrededor cuando está bajo el escenario. Fichado por el conjunto inglés en 1994, cuando la partida del histórico Bruce Dickinson golpeó como un verdadero trauma a sus seguidores, el vocalista se constituyó como un reemplazo digno gracias a dos álbumes y un par de hits, como Man on the edge, que hoy ocupan un casillero secundario en la memoria de los fanáticos. Nunca pudo exorcizar el fantasma de su antecesor ni menos materializar su propia leyenda, al contrario: tras su partida en 1999, Dickinson volvió a la banda para impulsar una gloriosa adultez marcada por discos brillantes, tours por estadios repletos y el estatus definitivo como la más grande institución del rock pesado.

Mientras sus ex camaradas renacían para las nuevas generaciones y hasta viajaban en su gigantesco avión privado, el Ed Force One, Bayley inauguraba una vida solista que marchaba como la otra cara de la moneda, entre álbumes de menor resonancia y giras en circuitos de clubes, centros de eventos y recintos que durante el resto del año funcionaban como discotecas.

"Nunca guardé resentimiento contra mis  ex compañeros. Irme de Maiden fue una decisión que yo tomé. Más bien, fueron los fanáticos quienes nunca me aceptaron. Yo siempre fui diferente a Dickinson y el grupo me eligió por eso, lo que hasta hoy me hace sentir muy orgulloso. Ahora prefiero viajar en moto, llego de esa forma a todos mis recitales, así que sería complicado andar en un avión tan grande, no me gusta volar", revela a modo de consuelo.

De hecho, el oriundo de Birmingham pasará por el país bajo ese mismo estatus de músico huraño con la gran industria: se presentará el 16 de julio en el club Rock y Guitarras, de Santiago, y un día después en el centro de eventos Pippa Club, de Curicó. Pero hubo un momento en que Bayley arribó a Chile para despachar un remezón mayor en la cartelera local, confirmando que las figuras que de modo inesperado adquieren una gloria que después se diluye, siempre transitan la delgada línea entre el hito y el olvido.

El 29 de agosto de 1996, el artista estuvo al frente de Maiden en el primer concierto de la agrupación en Chile, tras años de espera y luego que la Iglesia prohibiera el ingreso de su formación histórica. "Para muchos, esa fue la primera vez que vieron a Iron Maiden en sus vidas. Habían visto a Sabbath, Metallica y Bon Jovi, pero jamás a nosotros", puntualiza con orgullo. Luego sigue: "Es una noche que jamás olvidaré. Cuando estábamos en bambalinas, sentíamos el rugir del público y se nos pusieron los pelos de punta. Yo sentía que estaba haciendo uno de los trabajos más top que pueden existir: ser cantante de una banda de metal".

Eso sí, Bayley pasa por alto que ese rugido casi devino en fatalidad. Los teloneros de esa noche, Héroes del Silencio, duraron cerca de cinco minutos en escena y fueron sacados a escupitajos por el público. La furia menguó con La doncella de hierro pero, sobre la mitad del show, los insultos y los salivazos se dirigieron hacia el cantante, lo que obligó a interrumpir la presentación y encarar a los responsables. "Yo me quedo con los buenos recuerdos", recalca el intérprete, agregando que espera sumar nuevas experiencias en su próxima escala local, con shows donde se puede acercar al público sin el estorbo de los guardaespaldas, con la intimidad que no permiten los grandes estadios, retrato fiel de un cantante cuyo destino parece estar del lado menos luminoso de la fama planetaria.

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