A pesar de todo, la alegría

Ojalá que se acabe la moda de encontrar todo malo y comprendamos que andar mal agestados, no nos hace necesariamente más heroicos ni combatientes.



Hace un tiempo me rondaba la idea de escribir sobre la alegría; pero al mismo tiempo nos golpeaban noticias trágicas sobre la complicada situación de la Araucanía, el abandono, la inseguridad y el despojo, mientras arrastramos el dolor y el cansancio de un año de pandemia, precedido de la crisis política y social.

El fin de semana pasado encontré en este mismo diario la excusa perfecta en la entrevista al profesor Ernesto Rodríguez, quien en tiempos universitarios nos brindó una coartada para leer poesía y descansar de las leyes. Rodríguez nos devuelve la ética de Baruk Spinoza de “hacer las cosas bien y perseverar en la alegría”.

La alegría pareciera ser de lo más contracultural y disonante con estos tiempos y hasta ofensiva para quienes no tienen ni encuentran motivos para alegrarse. Pero la alegría no es el jolgorio, ni tampoco es conformarse con cualquier cosa. La alegría, según Spinoza, aumenta nuestra capacidad de actuar, ya que “la alegría y la tristeza son pasiones con las que se aumenta o disminuye, favorece o reprime la potencia o esfuerzo de cada uno por perseverar en su ser”.

Otros filósofos se refieren al anhelo del bien y el reposo en el bien alcanzado, pero... ¡qué poco hemos reflexionado y reposado en esos bienes alcanzados! A veces la amargura y el pesimismo que nos rodean y del que hacen eco las redes sociales y los medios de comunicación, superan toda objetividad. Si no nos alegramos cuando hay razones para hacerlo, difícilmente podremos perseverar cuando todo esté mal. Así es, por ejemplo, como algunos se empeñan en encontrar las fallas del objetivamente exitoso proceso de vacunación contra el Covid 19 en Chile; o de la vuelta a clases, avalada por la inmensa mayoría de los expertos internacionales. El gesto de la presidenta del Colegio Médico, la defensora de la niñez y del ministro de educación, que a algunos tanto indignó, debiera alegrarnos porque lograron conversar y ponerse de acuerdo, a pesar de todas sus diferencias, por el bien superior de tantos niños que necesitan volver al colegio.

Ojalá que se acabe la moda de encontrar todo malo y comprendamos que andar mal agestados, no nos hace necesariamente más heroicos ni combatientes. Quizás no los diagnósticos, pero sí las soluciones, aparecen casi siempre del lado de la alegría y de superar el dolor y la tristeza que nos embarga, movilizándonos a luchar, mejorar, crear, emprender y construir. Muchas veces han sido las personas más sencillas quienes nos han dado tremendas lecciones sobre esto.

La prensa y líderes de opinión tienen una gran responsabilidad en propiciar una sociedad que persevere en la alegría y no agravar innecesariamente las condiciones de la adversidad que ya enfrentamos. La reciente creación del Ministerio de la Soledad en Japón para disminuir las tasas de suicidio abordando la soledad y la tristeza, debiera darnos mucho que pensar acerca de cómo contribuimos a una tristeza generalizada. Hay mucha verdad en la insinuación de “La Parábola de los Talentos” de Octavia Butler: “La bondad suaviza el cambio. El amor sosiega el miedo. Una dulce y positiva obsesión mitiga el dolor, desvía la rabia... y nos involucra en la más grande y más intensa de nuestras luchas elegidas”.

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