Opinión

Afortunados y desgraciados

Por Juan Ignacio Brito, periodista

Chile es país de paradojas. Cuenta, por un lado, con un gobierno eficiente que ha organizado con éxito la compleja logística de compra, distribución y aplicación de vacunas, un ámbito donde tantas otras naciones están padeciendo problemas y bochornos vergonzosos. Pero ese mismo Ejecutivo que dicta cátedra mundial de inmunización se ve ridículamente impotente a la hora de preservar el orden público y la seguridad, áreas donde es desbordado de manera constante. Como si se tratara de las dos caras de Jano, la administración Piñera es incapaz de conciliar ambas dimensiones, que apuntan en direcciones opuestas: el éxito y el fracaso conviven en La Moneda.

El contraste no puede ser más llamativo. Quizás se debe a que, para su tratamiento, las crisis sanitaria y de orden público demandan virtudes y destrezas distintas que apelan a lo mejor y lo peor de un gobierno muy desequilibrado.

La extraordinaria operación sanitaria que ha permitido que millones de personas accedan a vacunas exige un despliegue administrativo que resulta muy familiar para el equipo liderado por Sebastián Piñera. Puede decirse que la vacunación ofrece una oportunidad ideal para las virtudes del estilo tecnocrático, donde el Presidente y sus asesores muestran su mejor faceta. En última instancia, lo que hay que hacer con las vacunas es comprarlas, importarlas, distribuirlas y aplicarlas. Primordialmente, se trata de una cuestión de management y expertise técnica. Por eso, el protagonismo ha recaído en el Ministerio de Salud y la Subsecretaría de Relaciones Económicas Internacionales. De hecho, las cosas se han enredado cuando han intervenido los ministros políticos. El caso del canciller Andrés Allamand parece ilustrativo.

El fiasco en materia de seguridad, en cambio, desnuda la carencia de habilidades de un gobierno políticamente frágil, desorientado y falto de coraje. No habrá solución para las complejas condiciones sociales que explican en parte la violencia si no se restablece primero el orden en La Araucanía o en las calles y plazas de nuestras ciudades, atacadas cotidianamente por nihilistas decididos. Pero esa es una tarea imposible para un Ejecutivo que no reúne las condiciones de liderazgo, empoderamiento y arrojo necesarias para derrotar a los violentos.

Mientras la vacunación pone al actual gobierno en su “zona de confort”, la violencia lo saca radicalmente de ella. Así que la fortuna de Chile es, paradojalmente, a la vez su maldición: es una suerte contar con un Ejecutivo técnicamente sobredotado que está impulsando una campaña ejemplar de vacunación; pero resulta una desgracia que ese mismo Ejecutivo sea tan infradotado a la hora de cumplir con su deber de garantizar el orden público. Vivimos, qué duda cabe, en un país de paradojas.

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