Al fin solo

Sebastián Piñera y Cecilia Morel. Foto: Agencia Uno.


Ya sin nada que perder, con la libertad de quien no puede cambiar su destino, Sebastián Piñera terminó de romper los lazos simbólicos con Chile Vamos. Sin aviso y sin preocupación aparente por los efectos políticos, esta semana decidió reinstalar en la agenda pública el matrimonio igualitario, buscando quizá dejar algún destello de respaldo ciudadano en las postrimerías de su gobierno, un tiempo marcado por las secuelas del estallido social, el deterioro político y el impacto económico de la pandemia.

Tiene sin duda el sabor de una vuelta de mano, de la dulce revancha frente a una coalición que, en el fragor de la impopularidad y ante la inminencia de desafíos electorales, decidió confundirse con una oposición que no escatimó esfuerzos para impedir el término del mandato, desde el respaldo a una acusación constitucional hasta la complicidad oblicua con la violencia. El actual debate sobre el retiro del 100% de los fondos de pensiones solo vino a confirmar la magnitud del deterioro mental, contexto desde donde Sebastián Piñera sale a reivindicar una independencia ya sin costos, al menos para él.

La historia no es justa ni injusta, simplemente se desenvuelve según lógicas que los hombres no controlan. La paradoja frente a las expectativas abiertas por el estallido social es que el Chile post pandemia será mucho más pobre, desigual y violento del que conocimos hasta el 18 de octubre de 2019. Con miles de familias que vuelven a vivir en campamentos, con el narcotráfico avanzando en el control territorial de zonas populares, con el retroceso de una década en la incorporación de las mujeres al mercado laboral, entre otras cosas.

Hay circunstancias donde hasta la obcecación y la ceguera pueden dar ciertos resultados positivos. Cuando se insiste en seguir adelante sin asumir el fracaso y el descrédito propio, cuando incluso la pura terquedad termina ayudando a sostener algún pilar de todo lo construido. Porque, podremos discutir durante décadas si en este tiempo otro presidente y otro gobierno lo hubieran hecho mejor o peor, si su principal legado fueron los respiradores mecánicos y el proceso de vacunación o, por el contrario, los miles de muertos, las ayudas económicas a destiempo o, todavía peor, las violaciones a los DD.HH. ocurridas durante el estallido.

Pero habrá también un legado silencioso de estos años inciertos: que en medio de la debacle, cuando las instituciones fueron ultimadas, cuando ardieron estaciones de Metro, supermercados e iglesias, cuando buena parte la oposición develó sus intenciones de echar abajo la democracia, Sebastián Piñera se las arregló para terminar sosteniendo la institución presidencial, garantizando todos y cada uno de los procesos electorales y entregando el próximo 11 de marzo el mando a quien los chilenos elijan.

Un legado no menor en estas circunstancias y que un sector importante del país buscó afanosamente impedir.

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